desde Asunción, Paraguay
Una vez alguien le dijo que ella no era campesina. Ese no “ser campesina” la dejó pensando, preocupada, hasta que una compa le dijo: “Vos sembrás palabras y las palabras nutren y alimentan como la semillas de la tierra”. Pero siguió inquieta y repasó su historia familiar. Ella era el presente de una decena de generaciones de maestras rurales. Entonces se quedó más tranquila. Su linaje la acreditaba. Pero no era solo eso. Fátima Aguilar es parte de la organización de Mujeres Campesinas e Indígenas Conamuri desde 2012. Allí se encarga de comunicar pero además forma parte del equipo pedagógico de la Escuela de Mujeres que a mediados de octubre desarrollará su cuarto encuentro. “La Escuela es un espacio de contención donde nos vamos dando cuenta de distintas situaciones de violencia, donde vienen compañeras que están acompañando a familiares de grupos que son fumigados por los agrotóxicos, a gente con cáncer, o que tienen problemas muy severos en la piel, y además de cuidarlos hacen frente a toda la vida cotidiana de la mujer en el campo, que implica hacerse cargo del cuidado de niños, niñas, de animales, del cultivo de la huerta, de la chacra”. Allí se acercan mujeres de todas las edades que además vienen a buscar herramientas para defenderse frente a los acosos de miembros de su comunidad y otras vienen con situaciones de violencia extrema por ser hijas de padres que abusan, o son mujeres de maridos golpeadores, o con casos de adicciones, entre otros.
¡Basta ya!
Además de ser un espacio de contención, la escuela feminista promueve un proceso de toma de conciencia. Por eso en un primer momento de los encuentros se efectúa un espacio de intercambio entre las compañeras donde se cuentan historias de mujeres trascendentes que cambiaron su vida, la de su comunidad y la de su país y todas las historias son de mujeres que participan en el espacio.
El antecedente de esta iniciativa fue una escuela itinerante donde las mujeres se organizaban en cada comunidad y las formadoras las visitaban, pero ahora se hace en Asunción y se desarrolla en una jornada una vez al mes en la que participan 30 mujeres de diversos puntos del país, 22 son de Conamuri y el resto pertenecen a organizaciones aliadas con quienes vienen dando distintos debates sobre género, feminismo, entre otros temas. La Escuela se inscribe en el marco de una campaña que se llama “Basta de Violencia Contra las Mujeres” que es de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC).
El desafío es construir mecanismos para generar confianza. “A pesar de que es una Escuela Feminista no damos teoría feminista. Las compañeras vienen a encontrase y a ver cómo remamos todas juntas en territorios completamente diferentes. Es un proceso de sanación. Nosotras sabemos que ante la violencia necesitamos responder y resistir pero primero necesitamos sanar y la única alternativa para sanar es estar juntas. Entonces, una vez al mes: que esperen las reuniones, que esperen las marchas, que esperen las otras cosas porque es nuestro momento. En la Escuela nos juntamos, hablamos, lloramos, almorzamos, hablamos de sexualidad y poder y empezamos a hablar del placer que es súper difícil y venimos llevando registro de que hay mucha violencia sexual en nuestras comunidades. A priori, todas fuimos violadas. Yo particularmente no pude encontrar ni una compañera que no haya tenido una situación de abuso sexual de alguna índole. Algunas son violaciones perversísimas y otras situaciones, las mujeres ni las pueden nombrar como abusos pero sí los son y efectuados por parte de miembros directos de su familia: padres, hermanos, padrinos”.
La Escuela realiza sus encuentros en el centro cultural La Serafina. “Hace poco hicimos una actividad que consistía en enumerar una a una todas las actividades que hacemos desde que nos levantamos hasta que nos dormimos. Había compañeras que decían asombradas: ¡pero yo hago todo esto!, y se le preguntaba: ´¿Por cuáles de estas cosas te pagan? Por ninguna, respondían”. Entonces así comienzan a hablar del trabajo productivo no remunerado, y de todas las cosas que hacen las mujeres día a día, y se trata de tomar conciencia de que todo eso es trabajo, de que es parte de la economía, “y de que las raíces de la violencia están ligadas a eso”, aclara Fátima. La mayoría de los talleres son en guaraní y casi todos los trabajos son orales siguiendo su tradición cultural.
Es domingo. Asunción duerme la siesta. A pesar de que la temperatura ronda los 30 y pico, lxs que saben dicen que esto no es nada comparación con los calores que sobrevendrán en los próximos meses. Capi cati, cocú, santa lucía y por qué no, jengibre, remojados y machacados llenan los coloridos termos de quienes se animan a circular por las calles de esta ciudad camino a la costanera. Dicen que el tereré surgió de “la Gran Guerra”, porque como no se podía prender fuego para calentar el mate para no ser detectados por el enemigo, lo empezaron a tomar frío, y así nace la infusión. ¿Qué hubiese sido de la región sin esta “gran guerra” que dejó arrasado al pueblo paraguayo, el primer país de la región que tuvo ferrocarril. ¿Cuál sería la historia actual de la región?
“Conamuri viene de una historia de lucha, de resistencia larguísima, pero estamos en un momento donde el modelo económico agroexportador, aliado con las transnacionales, nos está dando fuerte y mal. Es un momento devastador para el movimiento campesino. Hay un monopolio extraordinario. El 98 por ciento de la tierra calculamos que está en manos de entre el 2 y 3 por ciento de la población, hablando de tierras productivas. La desigualdad es cada vez más pronunciada, la tierra se usa para monocultivo de maíz, soja transgénica, eucalipto. Hay políticas de expulsión de comunidades enteras que vienen a Asunción a vivir en condiciones inhumanas, sin acceso a la salud ni a educación y nada de esto se oculta, es a cara descubierta. Solo hay que escuchar las declaraciones de (Horacio) Cartes (actual presidente) para ver que acá no se esconde nada y que hay un afinamiento del modelo ideológico a tal punto que nadie reacciona. Sí hay organizaciones que resisten pero el proceso de acumulación de fuerzas es mínimo. Hay mucha gente amenazada, hay gente desaparecida, campesinos testigos de asesinatos que de repente ya no están. Todo el tiempo hay movilizaciones campesinas que reclaman por el acceso a la tierra”.
Ni lindas ni calladitas
El reclamo por el acceso a la tierra es uno de los ejes de la organización pero no el único. Conamuri en octubre cumple 18 años. Cuando inició era una coordinadora nacional de organizaciones de mujeres trabajadoras rurales e indígenas y después se transformó en una organización propiamente. En el momento de su surgimiento, “por un lado había un discurso que ensalzaba un montón a la mujer paraguaya pero esa mujer no ocupaba cargos, no tomaba decisiones cuando en realidad eran ellas quienes estaban en la primera fila de las ocupaciones, eran las primeras que eran reprimidas pero finalmente eran sus esposos quienes hacían las negociaciones de las que siempre ellas quedaban excluidas. Cansadas de esta situación, varias compañeras comienzan a hacer un trabajo de base que desemboca en una gran marcha, que es el 15 de octubre de 1999, el Día de la Mujer Rural. Salieron de Caacupé, en el departamento de Cordillera, y marcharon hasta Asunción. Cerca de 350 mujeres delegadas campesinas e indígenas. Ya no querían una posición marginal dentro de las organizaciones campesinas, querían una organización propia, y eso supuso una ruptura. Esa ruptura no era por ellas sino por sus compañeros, quienes las excluían de todas las decisiones”.
Así nace Conamuri, del útero de muchas mujeres, y hoy está presente en 12 departamentos y nuclea 28 comités de base de familias productoras de yerba y de hortalizas. “Trabajamos demandando al Estado, contra las políticas que se aplican respecto de las cuestiones rurales y territoriales y tenemos el doble laburo de tener que trabajar con los compañeros de nuestras organizaciones aliadas con las que somos compañeras en tanto no querramos ocupar cargos y en cuanto no hablemos. Cómo dicen, ´más linda cuanto más calladita´. Y es difícil”.
En el diálogo con Conamuri se evidencian los matices y la heterogeneidad característica del feminismo. “Tenemos un movimiento popular católico a ultranza, apostólico, practicante y es una batalla trabajar ciertos temas con las compañeras que viven en situación de vulnerabilidad pero que se aferran a Dios. El año pasado, para el 25 de noviembre, hicimos una jornada sobre feminismo en la que hablamos de la relación ente patriarcado y capital y entre patriarcado e Iglesia. Todo bien durante la discusión sobre el capital pero cuando entramos a hablar de la Iglesia la cosa se puso jodida. Una de las señoras me dijo algo que me quedó. Dijo: ´Gracias compañera, porque sin tu visión del mundo no se puede construir. Pero yo quiero que vayas un día a mi comunidad. Yo no tengo permiso para ir a ningún otro lado que no sea la iglesia, yo no puedo salir de mi casa sin el permiso de mi marido. Solo puedo ir a la iglesia y ahí hablamos con otras mujeres de nuestras cosas, nos ayudamos, estamos juntas. No tenemos otro espacio donde estar´. Ella hizo mucho hincapié en mi situación de privilegio, me dijo: ´Vos vivís en la ciudad, vos dejaste a tu marido y tu familia no te echó de tu casa, tenés un trabajo, tenés tu auto y te podés ir donde quieras. Yo no puedo irme a otro lado. Entonces, yo no me voy a pelear con la iglesia. Si yo me peleo con la iglesia pierdo muchísimo. Es el único espacio de reunión que tengo y en el que nadie me cuestiona nada. Y no puedo perder eso´. Y al escuchar eso, una dice: Tiene razón. Pero la cuestión es, por un lado, ser respetuosa con las compañeras sin dejar de denunciar la cantidad de cosas que la iglesia católica es responsable en un país como el nuestro”.
Para Fátima y sus compañeras el desafío de este feminismo campesino y popular es contemplar y respetar todos los matices. “Estamos debatiendo un montón de cosas. El feminismo campesino popular tiene un contacto extraordinario con los recursos naturales, con la tierra, busca la armonía con el colectivo humano, NO al servicio de los intereses del colectivo humano. Este feminismo establece una similitud entre la tierra y la mujer como fuente inagotable de recursos, en contraposición con la imagen de la mujer vista por el capital y el patriarcado como un objeto. Este es un feminismo muy respetuoso de los ciclos, de los tiempos, no es de confrontación como otros feminismos. Dialoga mucho con la agroecología, con un modelo de producción de alimentos sanos. Resignifica las tareas de cuidado del hogar, invitando al varón a que participe pero reconociendo todos los conocimientos históricos de las mujeres, cuya mayoría son de base oral, sobre los cuidados, sobre la tierra, sobre los recursos naturales, reconoce los conocimientos de las parteras, de las sanadoras, y nos vamos dando cuenta de que hay muchas formas de vivir este feminismo campesino popular”.