Ahora sonríe. Se sienta. Ahora mira serio y sin dejar de sonreír se para y se apoya en la pared desde donde sigue hablando. Nunca para de hablar. Hilvana una idea con otra y va ordenando las cuatro cosas que piensa al mismo tiempo. En esta oficina no hay nadie más, pero el nunca anda solo: “todas mis decisiones están ligadas al colectivo.” Y lo dice como si fuera, en estos tiempos que corren, lo más natural del mundo.

En la pared desde donde habla apoyado, lo acompañan el Che, Ramón Carrillo y Evita. A los cuarenta años de su edad, no hay duda que Emmanuel Álvarez, director del Hospital Mariano y Luciano de la Vega, de Moreno, es un hombre de su generación: “En mi casa no había peronistas. Ni yo, porque en mi familia no se hablaba de política, por nada especial, simplemente no se hablaba. Mis viejos laburaban en el calzado y la que se encargaba de mí era mi abuela materna” dice repasando su historia, cosa necesaria para entender cómo está aquí a los cuarenta años de su edad, cuando en realidad “a mí la política, así como se entiende, me agarró tarde, y poco.”

Terminó la secundaria sabiendo que quería ser médico y su inquietud social se fue torneando en la iglesia y en el cristianismo de la mano de su padrino porque “era importante lo que pasaba en el barrio y en cada una de las casas de mis amigos y aún en mi casa, que estaba sobre calle de tierra y tenía el baño afuera y sin cloacas.” Entonces busca con los ojos adentro de su memoria y aparece su abuelo materno, Juan, arriero, peón de estancia en Curuzú Cuatiá que vivió la época del peronismo y el estatuto del peón y que contaba que desde entonces comía en plato y pasó de acostarse entre la bosta de los caballos a dormir en cama y cantaba la marcha peronista y “así me llega la realidad del peronismo, no por los libros. Para nosotros acá el peronismo era Menem, porque eso vivíamos, y entonces con mi abuelo, al Che se me sumó Evita.”

En las movilizaciones del 2001, lejos él aún de la política, le sobrevino una urgencia con sus amigos del barrio: “yo tenía que llegar. Tenía que estar ahí”. Y llegó a Plaza de Mayo “y allí conocí a las Madres de Plaza de Mayo, y a las Abuelas. Fue todo en ese momento, porque en mi mundo de trabajo social nunca había salido de Moreno, Merlo, esos barrios que no necesitaban discurso político sino acciones políticas ejecutivas, que ayuden a vivir”.

Cuando terminó el día en la plaza volvió al barrio, a su casa de algunas paredes revocadas, a la calle de tierra, al baño con techo de chapa. Miró el alambrado que delimitaba su casa con la de sus vecinos, miró los perros y las flores, todo cuidado, prolijo, bonito, mantenido así por sus viejos. Era igual a las casas que visitaba atendiendo necesidades.

A principios del año 2003 entró a estudiar medicina a la UBA, y vio que había un centro de estudiantes donde se discutía política, pero al mismo tiempo ve que en sus barrios hay un mundo militante de organizaciones. El mundo social y político era su barrio y las organizaciones barriales hacían cosas concretas, pero tenía, además, que recibirse de medico porque “yo no iba a la UBA a militar, iba a estudiar medicina. Ser militante es importante, fundamental, pero con eso sólo no alcanza y yo tenía que recibirme y trabajaba y mis hermanas y yo además hacíamos una plata extra vendiendo budines para pagarnos los pasajes” que le servían para viajar de Moreno a Capital. Dos horas de ida y dos de vuelta, todos los días.

La oficina de Emmanuel está lejos de ser el estereotipo del “despacho del señor director”, hay un par de fotocopiadoras que no sabré si funcionan o quedaron ahí, una mesa de reuniones que ya vivió tiempos mejores, un escritorio escueto, una pila regular de carpetas y gente que entra todo el tiempo a buscar un archivo o a preguntar sobre el destino de algún paciente.

“Recién recibido quería especializarme en clínica, quería eso, estar adentro del hospital, yo quería ir al Hospital de Clínicas, pero se equivocan y no me inscriben por error, entonces veo que hay una especialidad que es medicina general y familiar, eso tenía más que ver con mi militancia, trabajar prevención. Y luego hago la residencia en Lanús. Ahí conozco a Daniel Gollán, el coordinaba y me convence, decía “acá damos la disputa científica y política, vamos por la salud comunitaria, nosotros somos los que llevamos las banderas de Carrillo” y me convence. Daniel es enorme. Yo le discutía todo, y él me entrenó. Discutíamos medicina popular y peronismo. Era mi jefe y yo era un rompebolas que lo volvía loco desde la izquierda dura. El me enseñó a Carrillo”, dice mientras señala la foto de la pared y lee en voz alta el texto impreso: “Frente a las enfermedades que generan la miseria, la angustia, la pobreza y el infortunio social, los microbios son unas pobres causas.”

La provincia de Buenos Aires tiene setenta y siete hospitales provinciales, y un problema: la falta de médicos y sobre todo de pediatras. La construcción política del doctor Emmanuel Álvarez “siempre ligada al colectivo”, le permitió -en parte- sortear la situación, porque “pasan varias cosas. Mirá hay algo que debe decirse, y no es sobada de lomo, tenemos el mejor ministro de salud del país y tenemos el mejor gobernador de la historia de la provincia y una intendenta del carajo. Siempre están, siempre presentes a la hora que sea, y si a eso le sumas que hay un montón de compañeros y compañeras con los que crecimos entendiendo la importancia de la medicina popular y comunitaria, el resultado es que acá no faltan médicos, a veces lo que falta es espacio, porque no hay islas ¿entendés? Los equipos, las especialidades, trabajan en consultas permanentes, todos sabemos que somos algo grande, que formamos parte de algo mas grande. Perdón por joder con la palabrita, pero somos un colectivo de mil quinientos trabajadores de salud, en un hospital que se ocupa de una población de seiscientas mil personas y acá hay compañeros y compañeras que antes fueron injustamente maltratados. Cuando yo asumí sabía que para sumar, eso debía cambiar, no para nosotros sino para la gente. Y se hizo. Y funciona”. Y ahora dejó de reírse. El entusiasmo le imprime unos ojos de loco feliz que ve el presente desde el futuro. Ahora se suena los dedos y sobreviene un silencio necesario para volver a esta mesa descascarada que sostiene le mate y las carpetas. Entonces la pregunta es inevitable:

-¿ Y ahora con este nuevo presidente?

-¿Ahora qué? Ahora nada, nosotros somos la Provincia de Buenos Aires y estamos acá. Nosotros somos la salud pública. Nosotros seguimos de pie.