Durante el año pasado, de los 18 homicidios dolosos que se registraron en la ciudad de Buenos Aires, 13 fueron femicidios, es decir, el 72 por ciento. En el 86 por ciento de los casos, esas mujeres tenían algún tipo de vínculo personal con el varón que terminaría por matarlas, y en el 64 por ciento de los casos, esos victimarios tenían antecedentes de ejercicio de violencia (verbal, psicológica y física) contra esas mujeres. Por esos femicidios, cometidos en su mayoría por varones de entre 18 y 29 años contra mujeres de edades similares, siete niños y un adolescente quedaron huérfanos de madre. Esos son algunos de los resultados dados a conocer por la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (Ufem) en “Femicidios y homicidios dolosos de mujeres en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2016”, un informe elaborado a partir de datos requeridos a las fiscalías, más allá de las calificaciones jurídicas que obtuvieran los casos.
Para procesar la información, la Ufem aplicó un instrumento propio, para distinguir entre los homicidios dolosos de mujeres aquellos que pudieran calificar como femicidios. Para ello, la investigación observó el género de las víctimas “a partir de lo establecido en la Ley Nº 26.743 de identidad de género”, es decir, considerando a aquellas que se autopercibieran como femeninas, “independientemente del sexo asignado al nacer, de la información de sus registros identificatorios y/o del tratamiento que se les dio en la causa judicial”. Los detalles de cada caso fueron extraídos directamente de los expedientes judiciales y para detectar casos se recurrió a “fiscalías, medios de comunicación, sistemas de registro de causas, datos producidos por otros organismos”. Casi todas las fiscalías consultadas (el 98 por ciento) respondieron al requerimiento de Ufem.
El informe da cuenta de que en 2016 se registró “un aumento del peso de los femicidios sobre los homicidios dolosos de mujeres respecto del año 2015, en el que representaron un 59 por ciento del total”, frente a 72 por ciento del año pasado. A la vez, curiosamente, “los homicidios dolosos de mujeres disminuyeron 44 por ciento respecto del año 2015”, aunque “si se toman en consideración solo los femicidios el descenso es menor (32 por ciento)”.
La violencia machista que termina en muertes de mujeres no despliega un mapa particular en el territorio porteño, sino que muestra dispersión aunque sí hay “una leve distribución de casos en el sur de la ciudad”. El informe advierte que esto sucede porque este tipo de delitos “no se explican por la variable territorial como ocurre con otros tipos de homicidios dolosos vinculados a narcomenudeo, conflictividades interpersonales (riñas o peleas entre grupos) y/o en ocasión de robo”.
Más de la mitad de los femicidios (el 62 por ciento) fueron cometidos en la casa de la víctima, o de su agresor, o de la vivienda que compartían. El restante 38 por ciento se registraron en el espacio público.
El 86 por ciento de las víctimas tenía algún vínculo estrecho con sus victimarios. En siete casos, eran o habían sido pareja (en dos de los casos las víctimas habían dado fin hacía poco a la relación); en un caso se trataba de un vínculo familiar; en tres, el crimen fue cometido por un desconocido. El informe detalla que en tres casos sobre los victimarios pesaban denuncias que habían radicado las víctimas. Además, dos victimarios tenían “antecedentes de violencia doméstica contra otras mujeres” que habían sido sus parejas. Sólo uno de los trece casos fue evaluado como femicidio sexual, y se trató de un delito “cometido por una persona conocida de la víctima sin vínculo familiar ni de pareja”.
El informe rastreó en los expedientes señales de violencia machista registrada aun antes del femicidio que generó cada causa, y las encontró en el 64 por ciento de los casos, en los que la violencia que prevaleció fue verbal/psicológicas y física. Ese rastreo, detalla la investigación, permite “dar cuenta de la inscripción del femicidio en un continuum violento, independientemente de si se formalizaron o no en denuncias judiciales”.
De los 13 femicidios, nueve (el 69 por ciento) fueron perpetrados por apuñalamiento, dos por estrangulamiento y otros dos, con armas de fuego, en casos en los que los victimarios no eran legítimos usuarios de esas armas. “Todas las víctimas de homicidios dolosos de mujeres asesinadas por apuñalamiento fueron víctimas de femicidio. No hay víctimas apuñaladas por otro tipo de homicidio doloso. En ese sentido, la utilización de armas blancas para dar muerte a una mujer es un claro indicio de femicidio”, advierte el informe.
Más de la mitad de las mujeres asesinadas tenían menos de 30 años (el 54 por ciento), y la mayoría de ellas estaban entre los 18 y los 29. De todos modos, dos de las víctimas tenían entre 60 y 69 años, con lo cual son consideradas adultas mayores. Por otra parte, una de las víctimas estaba embarazada. El perfil etario de los victimarios es similar, y “prevalecen los autores entre los 18 y 29 años (54 por ciento de los autores)”. En el 43 por ciento de los casos, los femicidas se fugaron luego de cometer el crimen.
Cuatro de los femicidios fueron cometidos ante hijos o hijas de la víctima, y dos de esos chicos habían padecido antes violencia directa ellos mismos. De los siete niños y un adolescente que perdieron a sus madres por los femicidios, cinco eran hijos que la víctima tenía en común con su femicida.