Napoleón: 5 Puntos
(Reino Unido-Estados Unidos/2023)
Dirección: Ridley Scott
Guion: David Scarpa
Duración: 158 minutos
Intérpretes: Joaquin Phoenix, Vanessa Kirby, Tahar Rahim, Rupert Everett, Edouard Philipponnat, Catherine Walker y Ludivine Sagnier
Estreno en salas
Mucho antes de pelearse con una buena parte de la crítica de Francia por la dura recepción que le propinó a Napoleón (“Los franceses no se gustan ni a sí mismos”), Ridley Scott contó que la duración original de su biopic sobre una de las figuras más importantes de la historia del país del galo era de cuatro horas y media. La productora de la película, Apple TV, podrá darle casi doscientos millones de dólares a Martín Scorsese para Los asesinos de la Luna y otros tantos al responsable de Blade Runner y Alien, el octavo pasajero con tal de bañarse en las aguas del prestigio, pero incluso para esos estándares un metraje de esa extensión era demasiado.
Conclusión: Scott tuvo que tijeretear de lo lindo para llegar a una duración un tanto más razonable de poquito más de dos horas y media. Imposible saber –al menos por ahora, ya que es probable que la versión original desembarque en la plataforma– qué dejó afuera el realizador de 85 años, pero lo cierto es que las huellas de los cortes se materializan a lo largo de una película tan despareja como ambiciosa en su intención de narrarlo todo.
Las clásicas placas negras con letras blancas al inicio de los créditos finales afirman que las últimas palabras de Napoleón antes de morir fueron “Francia, ejército, Josephine”. Esta última fue su esposa y, por lo que se cuenta aquí, la mujer que más amó, a pesar de que eligió separarse de ella ante la certeza de que no podría darle un hijo para prolongar su legado. No es casual esa información, ya que la película apuesta por despegarse de la imagen de bronce utilizando esos tres elementos como espejos que devuelven la imagen de las distintas facetas de un protagonista envuelto por múltiples hilos.
El carrete incluye desde las intrigas palaciegas propias de los vaivenes políticos posteriores a la Revolución francesa y las batallas recreadas con la espectacularidad habitual de Hollywood y el probado oficio de Scott para la acción física y sudorosa, hasta el drama romántico más íntimo, fruto de su relación con la mujer (la británica Vanessa Kirby) que conoce de manera casual en vísperas de su meteórica carrera hacia el trono de emperador y la posterior conquista de una buena porción de Europa. Un proyecto expansionista que chocó –como tantos otros, antes y después– contra el impiadoso invierno del Imperio Ruso.
No hay duda de que todas esas facetas pueden convivir en una misma persona. Lo hacen en casi todas, de hecho. El problema es cómo viabilizar esa convivencia en una pantalla. La elección de Scott -multiplicidad de tonos, de géneros y hasta de registros- no parece el mejor de los caminos para abarcar los más de treinta años que van desde 1789, cuando Napoleón (un Joaquín Phoenix inesperadamente contenido en su reencuentro con el director más de veinte años después de Gladiador) observa cómo ruedan cabezas, incluida la de María Antonieta, con partes iguales de regocijo y deseo de ser él el verdugo, hasta su muerte, en 1815.
Entre medio hay un ascenso y un descenso del que el guion de David Scarpa –con quien el director ya había trabajado en Todo el dinero del mundo– no logra dar la suficiente magnitud. No siempre el fuera de campo llega a tener el peso suficiente para erigirse como factor condicionante del comportamiento de Napoleón, pero tampoco es que sea representado como un hombre intrínsecamente fanatizado por la megalomanía y la desmesura. Es, a lo sumo, alguien que supo sacar provecho de un contexto regido por la guillotina y la anomia.