Mientras ahora hay genocidas celebrando, que votaron por su propia impunidad, este domingo vi a mis amigas llorando. Y vi a gente que dice amarme, elegir una opción que me odia y que nos promete un exterminio que ya está en marcha. El día después, celebramos el día de la Soberanía Nacional enterándonos que van a rematar YPF y que van a derogar la ley de alquileres: al menos, sus votantes no pueden decir que les mintieron.

El desamparo, en más de un frente, es absoluto. Terminó la campaña del miedo y empezó el miedo real: los telegramas de despidos ya están llegando. El mundo que conocemos nunca más va a ser igual. Se fisuró el piso de consensos democráticos y se institucionalizó un discurso de odio del que no hay retorno. Tenemos miedo y el miedo es una respuesta natural frente al peligro. Un peligro real que fue desestimado e infantilizado, incluso, por quienes nos quieren. Ahora van a vivir la experiencia que pidieron: votaron a su peor verdugo.

Esta semana nos levantamos durmiendo mal y soñando peor. Empezamos a juntar las esquirlas del 19 de noviembre y a afrontar más de un duelo. La tragedia de la ultra derechización de un piberío cada vez más violento y conservador, que Macri aspira con convertir en la próxima juventud hitleriana. Que las pibas hayan abandonado el interés por la discusión política. La degradación del discurso político y que lo que más convoca sea el aniquilamiento. El duelo de la decapitación de cualquier política de ampliación de derechos y pasar de tener como adversario político a la “revolución de la alegría” a hostigadores que amenazan con el Falcon verde. El duelo de la decepción ante las elecciones políticas del voto-suicida de quienes amamos.

El 19 de Noviembre vivimos un duelo que aún no sabemos qué efectos tendrá en el inconsciente colectivo y que trasciende la incertidumbre y paranoia de marzo del 2020, porque al menos en ese momento había un Estado presente con la intención de cuidarnos. Mientras esta cronista salía de fiscalizar en una escuela de Palermo, ya sin necesidad de ver el resultado final en la televisión, en una plaza giraba una calesita con música infantil. En las esquinas, parejas tomaban campari en bares con luces de colores y escaneaban las cartas con un código QR. Una amiga me agarraba la mano fuerte, como temblando. El mundo seguía girando mientras nosotras caminábamos flotando. “Ahora desconfío de todos”, me dijo, sombría, al ver a dos pibes con camisa negra pasar a nuestro lado, mirándonos y riendo sin piedad.

Los mensajes empezaban a llegar por todas las redes: amiga, lo siento mucho, amiga que tragedia terrible, amiga no te quedes sola, vení a casa, ¿con quién estás?, tené cuidado en la calle, están envalentonados y no sabés cómo pueden reaccionar. Un pésame y una alerta de cuidado que se alargó durante toda la semana en todos los ámbitos, sobre todo los más expuestos a la nueva normalidad/agresividad.

Pero los duelos no se hacen solxs. Al menos, no este (por suerte). Mientras muchos de quienes dicen quererme me soltaron la mano por fanática exagerada, este domingo, gente que no conozco me abrió las puertas de su casa, me ofreció comida, cerveza y cigarrillos. Lloré y me abracé y encontré sosiego en amigxs, amigxs de amigxs y compañerxs nuevos. Lloramos abrazánonos con miedo y dignidad, compartiendo lo que teníamos y podíamos. Una dignidad que el gorila nunca va a conocer. Porque el gorilismo no solo es votar opciones anti pueblo y desconfiar de la felicidad popular. El gorilismo es una mirada egoísta sobre la vida. Nos dicen que vamos a correr, cuando ellos nunca corrieron por nada ni por nadie. No se atreverían, estos varones, a mostrarse llorando por un duelo que los trasciende.

Me alivió saberme protegida por ese calor y el estar de este lado de la mecha. De votar genocidas no se vuelve y, tarde o temprano, lo van a advertir. Las fichas se van a reacomodar, esto va a pasar y van a conseguir que nos reproduzcamos como kukarachas. Mientras tanto, la patria son mis afectos. Como dice el compañero Cantieri: “que se vayan a la puta que los parió, son gorilas”.