Aprendí a tener miedo el mismo día que me permití amar. Los límites de la peor heteronorma caben en los infinitos centímetros de un portarretrato familiar. Haber nacido con madre y padre violentos me obligó a bañar los sentires con una capa de cemento para sobrevivir a mi infancia “normal”. Así llegué al activismo. Sintiendo que yo era al que menos extrañarían, me ofrecí como sacrificio ante el pedido de absolutamente nadie. Terminada la faena del discurso, la cortada de calle y aprobada la ley, me iba a casa solo. Yo no existía en mi mismidad.

El día que comprendí que un gobierno fascista podía ser un hecho comencé a sangrar por la herida abierta que te deja un abrazo. Soy el hermano mayor de un grupo de travestis y personas no binarias que me enseñó a darle forma a esa cubierta de cemento para convertirla en fortaleza con algunas puertas, ventanas y las pintaron de colores (pocos, soy de capricornio) para hacer un fuerte. Muy fuerte. Una familia elegida.

Después de las PASO se me rebalsaron tres lágrimas que no pude atajar y sentí el hormigueo del pánico en el cuerpo pensando en mi familia, en lo que le podía pasar si ganaba la derecha. No solo en el peligro de la calle, la falta de medicación o recursos para acompañar sus procesos identitarios, sino también lloré por el miedo que este odio les niegue la fiesta, la calle, el grito en público, la educación, las dudas y todo eso que pensamos ya estaba instalado en nuestra sociedad.

Fue por eso que volví a la data que corre en nuestro no árbol familiar sino a la enredadera genial y nada lógica de las voces oraculares de nuestras maricas. Necesité leer a Modarelli y Rapisardi con sus baños, fiestas y exilios, le pedí furia y rabia a la Perlongher, lucidez a Lemebel, volví a ver los videos de Ilse Fuskova y Carlos Jáuregui en los medios noventosos, me acordé de mi yo pequeño viendo a Lohana en las marchas y no entendiendo bien por qué eso me daba tanta paz y fuerza para seguir. Volví a este ADN histórico para recordar que incluso en las peores épocas nada ni nadie nos quitó la sonrisa y la fiesta. Que nuestro orgullo es político y nos hace ganar los derechos que merecemos.

Pero cuando quise caerles con la nueva vieja eterna novedad a “mis chiquites”, elles ya estaban en la calle vogueando y reafirmando sus tejes. Se cagaban de risa no como escapismo sino como refuerzo para lo que vendrá. De nuevo mis bebites me enseñaban que el futuro es hoy y tiene la fuerza urgente que como planta furiosa seguirá creciendo de camino al sol, quebrando paredes y enredando lo que haga falta para nunca detenerse. Yo les convido mi historia, elles me enseñan a tajear la gangrena para que salga el pus hasta quedar limpio de odio. Que el odio quede del otro lado, acá está al amor furioso y constructivo.

Tipeo con los dedos temblorosos, vivo en un cuerpo que se niega a enterarse que el domingo murió en gran parte, que ahora queda duelarme y renacer al tercer día para con nuevas flores de esta identidad raíz que soy poder encarar lo que venga. Alguna vez creí que mi ser activista consistía en entregarle al fuego la vida más prescindible: la mía. Que lo mío era sacrificial. El domingo mientras caminaba por las calles frente al búnker de UxP me obligué a prometerme que no, que mi vida física ni emocional serían el cadáver en la boca asesina de un fascismo como el que acaba de ganar. Y me juré hacer todo lo posible para que dentro de cuatro años en las calles seamos las mismas personas. Lo más importante es que nadie quede en el camino de lo que vendrá. Que no nos toque poner las muertes como siempre. “Es una utopía”, me dijo una amiga. “Siempre vamos a por lo imposible para hacerlo real”, le dije. Y nos reímos con esa media sonrisa que le lucha al mal pronóstico.

"Es mi familia, la encontré aquí, es chiquita y rota pero es buena", dice el extraterrestre Stitch en la película de Disney cimentando así con dulzura una bandera de nuestras identidades cuir. Pero la nuestra es una familia enorme. Porque a Tropikalia se le suman las amichas con las que hacemos de bailar un hecho político y de la pista una usina de poder, les amigues que desde un chat son lo cyborg que Donna Hathaway alguna vez dijo para estar cerca, fundides en abrazo y pixeladas. Nuestra revolución crece en cada amor que sumamos a la manada. 

Lo repito como mantra: “Que no falte nadie en estos cuatro años”. Lo repito para que sea real. Nos toca luchar, sostener, abrazar, replegarse, volver, brillar, visibilizar, perder, ganar, nos queda todo. Nos tenemos, hemos pedido antes, vamos a poder ahora. “Memoria, amor y ternura”, dijo mi madre Laurent Tropikalia. Y nos seguimos eligiendo para esto mismo. Nos seguimos viendo en las calles