Parece descabellado o casi de ciencia ficción pensar que un sólo día, el de los comicios, puede causar tanto revuelo, incertidumbre, desdicha, y obviamente, alegría para ciertos sectores. A este contexto descabellado de por sí, se le suma la variable del presidente electo como una figura controversial y perversa. Por demás conocemos la clase de trayectoria política que vienen realizando, esto no surge de la nada, fueron los medios de comunicación que le dieron prensa, los sectores económicos que lo avalaron, sectores conservadores que vieron en este candidato la figura ideal para aplicar las supuestas medidas novedosas (noventosas, mejor dicho) y para embaucarnos con la supuesta idea de la esperanza. Es ahí donde quiero hacer hincapié: la esperanza.

Hacer política de la esperanza resultará para muchxs, una frase casi irrelevante. Podría hasta resultar oprobiosa, puesto que por demás hemos presenciado en el transcurso de estos días un sinfín de discursos, frases y eslóganes de campaña que se nombran a sí mismos con la bandera de la esperanza y, a fin de cuentas, la salvación. En mi caso pensar una política de la esperanza es proponer lo contrario a la salvación, puesto que no existe salvación posible para quienes llevamos a cabo la praxis diaria del quehacer político con otrxs y para otrxs. La salvación es la promesa de lo absoluto, y de más sabido el resultado electoral, la tierra prometida de dicho régimen de la salvación está reservada a algunos pocos.

La política de la esperanza se torna crucial, porque es la política de quien se sabe así y a lxs otrxs en una posición de despojo o des-poder. Es desde ese lugar de donde se tracciona para construir, centímetro a centímetro, una praxis política que no espere a la salvación y la tierra prometida, sino que busque construir un mundo de emancipación posible para todxs. Una suerte de quehacer político de los refugios.

Creo interesante realizar una salvedad y un salto de contexto con lo que plantea Hannah Arendt acerca de los regímenes totalitarios para seguir pensando el rol del nuevo gobierno en el futuro que se avecina:

“Durante el auge del movimiento nazi y los movimientos comunistas en Europa, después de 1930, fue sorprendente que estas masas, aparentemente indiferentes y políticamente inactivas, despertaran de su apatía y empezaron a participar en los movimientos totalitarios. Así que la mayoría de los afiliados al partido nazi eran personas que nunca habían aparecido anteriormente en la escena política: esto permitía la introducción de métodos enteramente nuevos en la propaganda política y la indiferencia a los argumentos de los adversarios políticos; estos movimientos no solo se situaban ellos mismos al margen y contra el sistema de partidos como tal, sino que hallaban unos seguidores a los que jamás habían llegado los partidos y que nunca habían sido “echados a perder” por el sistema de partidos. Por eso no necesitaban refutar los argumentos opuestos y, consecuentemente, preferían los métodos que concluían en la muerte más que en la persuasión, que difundían más el terror que la convicción” (Los orígenes del totalitarismo, 1951)

Me resultan aterradoras ciertas similitudes con lo que estamos viviendo. Me resulta atroz la incapacidad de argumentar y disentir, estar en desacuerdo, sino por el contrario difundir un terror y persecución ideológica como bandera política. Es temerosa la práctica de negación y olvido que proponen los candidatos, la desinformación que generan, la ola de fake-news y la increíble práctica de difundir el odio a quienes piensen diferente o no encajen en los parámetros de “lo normal”.

No quiero con esto tildar a quienes votaron al candidato como “nazis” ya que hubo una gran fracción de quienes lo hicieron que votaron con la esperanza de algo “nuevo”. No puedo negarles que eso es necesario, pero: ¿Cómo se piensa al quehacer político si se busca el exterminio de quienes piensan diferente? ¿Qué es lo político cuando se pretende un borramiento histórico de lo comunitario? ¿Quiénes participan de lo político y en pos de qué? ¿Quiénes forman parte de la esperanza y la tierra prometida? ¿Quiénes quedamos afuera?

Quiero, con esta reapropiación de la esperanza en lo político, alejarme del genérico “los hombres” para hablar de lo humano, ya que es la esperanza la que permite avizorar con inocencia lo que sucede, lo que nos pasa, lo que nos afecta. Es esa inocencia la que se fuga con constancia de todos los lugares de violencia normalizada, de vejaciones, desamparo y abandono. Y es esta praxis de esperanza inocente la que permite estar en desacuerdo con todo aquello que se simula como “ley natural” o “ley divina”, y utilizan las mayúsculas: La Economía, La Historia, La Política… Prefiero, con esta praxis esperanzada encontrar el sosiego en las historias, las economías y las políticas que seguiremos narrando, recordando, sosteniendo y tejiendo: las historias de las travestis haciendo de este mundo uno florido, las travestis marchando y conquistando derechos; las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo haciendo todo, con el viento en contra, con las armas de la dictadura en su contra, y persistiendo en la lucha con la irreverencia característica de quien sabe que hace lo correcto por un nosotrxs extensivo.

Llevo en mi praxis política la esperanza como bandera que enseña, como en las viejas marchas de las travestis, a saber que: estamos construyendo un mundo más inclusivo a diario, la memoria no se borra tan fácilmente, no nos van a dejar caer solxs, somos millones y, como decía Hebe: “Por más que nos quieran tapar, estamos. Aunque nos maten. estamos”.