“Es muy interesante ver en el trasluz a la mujer imaginada por el varón. Es decir, ver ese trasluz, ese imaginario, en las letras que ellos escribían para estas enormes cancionistas del tango durante las décadas del ’20 y el ’30”, dijo Gabo Ferro sobre el escenario del Torquato Tasso, en San Telmo. Ese trasluz, esos borramientos, esas enunciaciones poderosas sobre las que estas artistas edificaron un reino, es justamente lo que a él le interesaba. De esa exploración, volvió con una joya estrenada aquel 15 de diciembre de 2018. Se trataba de Loca, un disco de 21 canciones que pensaba presentar poco después, donde visitaba el repertorio de Ada Falcón, Tania, Azucena Maizani y Sofía Bozán, entre otras. Vestido de saco y corbata, él encarnaba lo mejor de un auténtico varón tanguero que, de manera nada casual ni paradójica, enunciaba en femenino: “Loca me llaman mis amigos/ que sólo son testigos/ de mi liviano amor/ Loca/ ¿qué saben lo que siento/ ni qué remordimiento/ se oculta en mi interior?”. La voz de Gabo acariciaba las palabras como si las liberase de un conjuro, devolviendo a este tango que cantó Libertad Lamarque, y a todos, su portento original, imposible de ser atisbado a comienzos del siglo XX y ahora tan diáfano.
Se sabe, además de músico, historiador y poeta, Gabo era un performer consumado que adoraba el riesgo escénico y se permitía ser frontera y quebrar la frontera, todo en un mismo gesto. Con sus lentes de montura fina y el pelo pasado por gomina, con su belleza élfica y, literalmente, cantando como los dioses, aquella noche él enhebró pasado, presente y futuro como un collar de perlas perfectas que ahora relumbra en medio de la oscuridad. En 2019, estrenó el disco Su reflejo es el lobo del hombre y el proyecto Loca quedó archivado temporalmente con la idea de sacarlo al año siguiente (aunque luego del Tasso, hubo otros recitales, como uno especialmente consagratorio en la Usina del Arte, en el marco del Festival Mundial de Tango). Pero después, con la pandemia, el tic tac del mundo se detuvo. Y en octubre de 2020, la muerte de Gabo abrió un abismo de silencio que parecía definitivo.
Sin embargo ahora somos testigos de que su amor, como el de Libertad y las otras, nada tenía de loco ni de liviano, capaz incluso de darle un respiro a la parca, ella misma abrumada por la crueldad del presente. Es aventurado decir que él le ha tejido a la muerte un collarcito para entretenerla y burlarla un poco. Pero más allá de cualquier conjetura disparatada, hay algo cierto: aquí, ahora, entre nosotros, está Loca, el disco póstumo de Gabo Ferro.
“Yo necesito algo más que reinterpretar las canciones: tengo que encarnarlas y hacerlas cuerpo. Toda mi carrera es así. Siento que debo meterme en un problema y el tránsito hacia esa solución es lo que decido reflejar, sea a través de un disco, un concierto, un libro de poemas e incluso, uno de investigación histórica”, contó en agosto de 2018, durante una conversación con un pequeño grupo de gestores culturales en Flacso (de esa y de otras entrevistas inéditas se toman la mayoría de las declaraciones que se reproducen aquí). Es decir, Loca es la respuesta estética que Gabo encontró al dilema constante que tienen los artistas sobre cómo reinventar su obra, no como solución sino como profundización del conflicto.
En su caso, desde su primer disco solista Canciones que un hombre no debería cantar, editado en 2005, instaló la cuestión de clase y de género como tierra fecunda donde, como él decía, rascó y rascó más allá de la superficie y la herida, para buscar un hondo verdadero. “Yo cantaba cosas y había gente que se impresionaba del enunciado. Se supone que es una mujer la que puede decir 'me dejaste, te fuiste, qué hago con esto'. Pero si en mis canciones es una mujer, bueno, era una mujer con una potencia masculina, de pedir muy fuerte, de reclamar muy fuerte. O más bien, es una enunciación que desde el principio decidió revolear por el aire cualquier binarismo”, explicó. En ese desafío, su mirada como historiador no queda fuera de juego: “Hay que ir al núcleo, al problema. Eso es lo bueno de la academia. Cuando estabas en un congreso presentando tu problemita en un paper, tenías al lado a Tulio Halperin Donghi mirándote con cara de ‘qué es esto que estás diciendo, nene’. Entonces te mandaba a leer, a profundizar. En una época como esta, donde la cáscara parece ser la totalidad, donde la parte parece ser representativa del todo, no está de más que la música aplique ese mismo método: ponerse en crisis a sí misma, cuestionar lo establecido, ir en busca de esa totalidad que a simple vista quedó afuera”, agregó.
Con Loca, él decidió recuperar tangos de las cancionistas de las grandes ligas (se dice que Gardel le pedía a Ada Falcón que le cante una y otra vez, embelesado por la potencia trágica y carnal de su voz) para ir a contrapelo de los discursos instituidos y ver el trasluz, lo no dicho, lo cancelado. Descubrió que en las letras (escritas por hombres que ponían en boca de ellas asuntos complejos que sus voces de mujeres resignificaban aún sin advertirlo) se cristalizan el desamor, el destrato, niñas suspendidas en espera constante que sin embargo aprendieron a salir a escena vestidas como divas e incluso, insospechadamente dragueadas como compadritos o gauchos. “Si reclaman algo, según la mirada común, es porque están tremendamente tristes o aturdidas por el alcohol o el ajenjo. Esto se desdibuja en los tangos ‘bufos’ o cómicos, que es el caso de algunos de Tita Merello y casi todo Sofía Bozán. Bajo la máscara de la comedia o la ironía, ellas dicen que van a amar a quien quieran, cuando quieran. Esa es una de las cuestiones que me interesan. Es decir, a lo largo de los años 20, la mujer se apropia de su lugar de persona, de su espacio de género, de su identidad histórica. Se hace responsable como intérprete de su femenino y enuncia al fin como mujer fuerte y poderosa”, afirmó. Ahora bien: ¿quién habla en esas canciones? ¿Por qué se naturalizó que ellas cantaran en masculino? ¿Qué estrategias tejieron para abrirse paso en medio del borramiento? ¿Cuáles son las fronteras de los géneros y por qué no trascenderlas, ponerlas en duda, tensarlas, dejarlas caer?
Estas son algunas preguntas que Gabo se hizo en aquella tarde en Flacso y luego en algunas entrevistas donde dejó perplejo a más de uno al proponerle una nueva lectura de tangos como “Decí que sí” donde Azucena Maizani canta: “Si le rasqueteo el zaino, no lo agradece/ cuando a tuitos ceba mate, ni uno me ofrece/ Si la espero en la tranquera, no se hace ver./ De mi amor no se da idea y me desprecea/ ¡pucha qué mujer!. “Los periodistas deberían deconstruirse un poco. Porque, ¿qué le hacía pensar a quien me entrevistó que es un varón el que canta? ¿Porque alguien dice que rasquetea el caballo? ¿Eso la hace varón? ¿Porque espera en la tranquera y ella no aparece? ¿Eso la hace varón?”, dijo en el Tasso, entre tango y tango, este experto en meter el dedo en la llaga.
Durante la charla en Flacso, Gabo reabrió aquellas preguntas. Y contó: “Hace tiempo que estoy buscando cómo seguir indagando el vínculo entre género y canción. Se me habían acabado los recursos porque no iba a componer otra vez ‘El amigo de mi padre’ ni ‘La cabeza de la novia’. Pero la cuestión se seguía articulando en un bajo profundo, en cada una de mis canciones. Ahí empecé a ver qué pasaba en el tango canción. Y encontré que en el origen, en general, ellas comienzan enunciando en masculino con su voz femenina, muchas veces vestidas de varón pero no por completo. Daba raro, ¿no?. Como una especie de frontera de género interesantísima y que sin embargo, estaba invisibilizada. A nadie le llamaba la atención eso, parece: ellas aparecían así en las tapas de los discos, los posters de los teatros donde tocaban o las revistas. Y algo más. Cuando Gardel muere tempranamente a mediados de los 30, las mujeres cancionistas se transforman en un gran negocio: son las que ‘cortan el bacalao’ en la industria radiofónica, discográfica y de shows del momento. ¿Por qué eso fue posible? ¿Por qué dejó de suceder? Quiénes eran estas mujeres que aparecen como frágiles y desdibujadas pero cantan cosas poderosos e increíbles? Con todo eso, tuve un filonazo”, relató.
El proyecto original que sale a la luz en estos días se amplió por iniciativa de Celia Coido, gestora cultural, librera y representante de Gabo. Así que a la edición digital del disco se suma ahora la edición digital de “Loca/ Lado V”, que contiene un extracto sonoro del concierto en el Tasso, donde por primera vez se presentó Loca en vivo. Y también, un libro que recupera las letras de los tangos que integran el disco, revisadas y supervisadas en su momento por Ferro, junto a dos entrevistas realizadas en 2018, más las palabras del guitarrista Edgardo González, quien acompañó a Gabo en este trabajo.
Una de las particularidades que se observan en Loca al recorrer el libro y el disco en tándem, es que respeta el femenino de la enunciación original de cada tango. Esta decisión, pasada por la voz andrógina de Gabo, capaz de llevar tonos y melodías a zonas donde ya no se sabe si quien canta es hombre, mujer o un ser venido de otra galaxia, genera una combustión de la que él era muy consciente. Si a eso se le suma el hecho de que el artista ya no está en este plano, el resultado es una escala de ecos desconcertantes que ponen patas para arriba cualquier dogmatismo, acompañados por el virtuosismo de González, a quien Gabo alguna vez definió como “el guitarrista más tanguero, más exquisito, más sutil y más heavy metal que conocí: este muchacho ruge”.
“Me interesaba trabajar con un guitarrista que viniera del corazón del tango. Por eso tampoco quería ser yo mismo quien tocara ni alguien que fuera de otro palo. Además, cuando explicaba que iba a enunciar en femenino, sin draguearme, sin vestirme de chica, desde mi lugar como varón, muchos decían que era demasiado. Creo que si me dejaron hacerlo fue porque aún me tienen cariño”, siguió contando el artista y en ese momento comenzó a reírse de su ocurrencia (sí, era profundamente divertido e irónico en sus comentarios). “No fue el caso de Edgardo, que entendió la propuesta y me ayudó a encontrar un repertorio exquisito”.
Atravesando un patio antiguo en la zona de Almagro, adornado con fuentes de cemento, pasillos estrechos, plantas y gatos que cruzan con sigilo, se llega a la casa de González. Además de llevar adelante su carrera solista, él integra Bombay Bs As (hasta 2019, 34 Puñaladas), grupo fundamental de la renovación tanguera de los últimos 25 años. Ahí, en esa casa, se grabó Loca. “Gabo me mandó una solicitud de amistad por Facebook. Lo agrego y al toque me escribe. Fue una conversación corta, de unos tres minutos. Él me contó que estaba interesado en hacer el repertorio de las cancionistas de los años ’20 y ’30. Me dio a entender que había intentado las canciones con su guitarra pero que necesitaba otro tipo de trabajo, algo más dentro del tango como género. ‘Si te interesa, podemos juntarnos a ver si funciona’, me dice. Y sí, por suerte, funcionó”, relata el músico, que además se encargó de la grabación, mezcla y mastering del disco.
Entre el primer ensayo y la presentación en el Tasso mediaron pocos meses: el encuentro inicial fue en agosto y diciembre estaba a la vuelta de la esquina. “Pero Gabo había comenzado la investigación y ya había seleccionado algunas canciones. Además, miraba películas de la época, leyó la Historia del Tango de Elena Dos Santos y yo empecé a hacer mi aporte con temas que me encantaban como los de Tania, escritos por Santos Discépolo. Yo no soy un tipo tanguero en el sentido tradicional del término pero hay tangos que me gustan y que esperaba que Gabo quisiera hacer. Como ‘Tormenta’, que finalmente quedó. Para que el resultado no fuera dramático en su totalidad, también incluimos otras cancionistas que tuvieran más humor, por definirlo de alguna manera. Es el caso de Azucena Maizani, por ejemplo”, dice.
En un mes tenían todo el repertorio seleccionado. Este incluye “Arrepentido” y “Arrepentida”, de Libertad Lamarque, pensados como un díptico no muy divulgado que aparece en la película Besos brujos. También aparecen hits como “Yo no sé qué me han hecho tus ojos” de Ada Falcón. “Y hay tangos que no tengo constancia de que hayan sido versionados antes, como ‘Del barrio de las latas’, de Tita Merello. Aunque existe una versión instrumental a cargo de Aníbal Arias y Osvaldo Montes, no me consta que haya sido cantado por otra artista que no sea Tita. Hasta la versión de Gabo, claro”, aporta González.
La zona de la locura es uno de los lugares estructurales de la anormalidad, donde era cómodo poner a las mujeres que no encajaban en la norma. El título del disco es un modo de resignificar ese lugar común. En la película Cuatro corazones, de 1939, un hombre le dice a Tania algo así como: “Usted es una loca, cantar esto es matar de tristeza a la gente”. Y ella, con un gesto cómico, responde: “Ya me lo imaginaba”. “Libertad Lamarque o Merecedes Simone tenía un público de madre e hija. Pero en el caso de Ada Falcón, según cuenta Dos Santos en sus libros y en una película que también me sirvió mucho, Yo no sé qué me han hecho tus ojos, de Lorena Muñoz y Sergio Wolf, a sus recitales iban casi todos hombres. O sea, era como ir escuchar a Pappo”, siguió Gabo. “Las mujeres la miraban mal porque su vida era la de una diva que no tenía temor al escándalo. Ada usaba joyas y coches de primeras marcas. Para secarse el pelo, elegía un Rolls Royce o un Bugatti, algún auto importado de la época, y manejaba a toda velocidad por Libertador. Se sabía que ella y Francisco Canaro, su compositor y un hombre fuerte de la industria, tenían un gran amor. Una vez, la esposa de él la espera y Ada llega con su descapotable para grabar en el Odeón. La otra mujer le empieza a romper el coche con un palo. Entonces Ada baja delicadamente y le dice ‘rompé nena, rompé, que mañana Pirincho me compra otro’. Ella no ocupaba el lugar esperable y queda como la rompehogares, la puta, que no pasa por el aro de la mujer como infante. Aún aunque en los 40 se haya retirado, dejando de cantar. Se hace monja terciaria y se queda viviendo en un pueblo diminuto de Córdoba. Estas historias son las que me interesan”.
“En este repertorio amplio, la mujer pide el gesto de amor a su amante través del golpe. En ‘Papito’, Tita le pide al tipo que la deje ‘de ambulancia’ porque si no, no la quiere. Yo preferí interpretar ‘Pedime lo que querés’ porque no me animé a lo otro, a llegar tan lejos”, constrastó Gabo. En la canción elegida, sin embargo, Merello echa leña al fuego, canta en segunda persona y dice “Si tenés el berretín/de ser piba de gran brillo/ piantate del conventillo y venite a mi bulín”. En el bulín hay alfombra, dos pianos, jarrones, floreros “y un negro que te eche aire vestido de colorao”. “Sí, está todo eso pero ojo que al final, aunque ella enuncie en tono jocoso, hay algo bravo”, retruca él. Porque Tita canta “Pedime nomás mi vida/ de nada te has de quejar/ Y pa’ que tengas de todo/ venda y tintura de yodo/ para poderte fajar”.
“¿Te das cuenta? En estos tangos conviven todas las formas de abuso imaginadas. Después de que el tipo le hace cualquier cosa, la mujer queda en estado de latencia hasta que él la habilite para volver a ejercer humanidad. No digo femineidad, digo humanidad. Ada, no. Ada decía ‘te agarro y te parto y te agarro y te vuelvo a partir’. No es extraño, entonces, que en cierto momento la hayan doblegado”. Gabo consideró que “cantar en femenino es un ejercicio que hay que hacer de modo consciente”: “Yo enuncio desde mi femenino pero mi masculino hace más fuerza y eso es lo lindo, cuando en la enunciación no te das cuenta de lo que empieza a ocurrir pero dejás que ocurra de todos modos. Esa zona de riesgo se sostiene en mucho trabajo, no hay otra. Y ese es uno de mis grandes deseos con este disco: derribar las etiquetas de género”.
En el libro Loca, González apunta algo esencial. Gabo cierra esta obra con “Ventanita florida”, de Ada Falcón, que en sus últimos versos dice “Ventanita florida de mi vieja tapera/ en tu reja marchita está la flor de su traición./ Al abrirse la noche hasta el alma se me hiela,/ ventanita y te cierro al fin llorando por mi amor”. El guitarrista escribe: “Concluye el disco con Gabo susurrando estos versos junto a unos acordes y unos armónicos que ubiqué en un plano lejano. Y pienso en la justicia poética que implica que esa haya sido la última palabra pronunciada. Por el amor que él irradió hacia su gente cercana, hacia su equipo de trabajo, hacia su público. Por lo correspondido que fue ese amor”. Del otro lado del tiempo, Gabo completa recital diciendo “Muchas gracias, hasta pronto y... se va a caer”.
Quienes sabemos que el paraíso y el infierno no son invenciones celestiales sino realidades palpables en el mundo de los vivos, elegimos creer en esa despedida. “Se va a caer” tiene la fuerza limpia de una sentencia. Porque el arte de Gabo sigue dialogando con la época en un intercambio con su público, tan vital como desconcertante, que quiebra cualquier ley natural. La muerte, esa loca, no existe acá.
El disco Loca, de Gabo Ferro y Edgardo González, junto al libro del mismo nombre se presentan mañana en Cazona de Flores, Morón 2453, en el marco del Día de la Música. A las 19. Gratis.