La dolarización ha sido, sin duda, el fetiche más destacado de esta campaña presidencial y un parteaguas sobre la economía argentina que viene. Defendida por Javier Milei y sus colaboradores más cercanos y denostada desde otras fuerzas políticas que creen ver en ella un efectivo “cazabobos” electoral, la iniciativa para reemplazar nuestra moneda por el dólar y eliminar el Banco Central (BCRA) seguirá generando, de aquí en más, polémicos debates que habrán de persistir mientras la inflación se mantenga como el principal problema económico argentino.
Milei irrumpió en esta campaña arrogándose la representación de “lo nuevo” cuando sus principales propuestas son, en realidad, refritos de viejas ideas fracasadas. Pero, como sostiene Mirtha Legrand, “el público se renueva”, y nunca faltan incautos que se sientan fascinados por estos viejos cantos de sirena.
Mucho antes de que la dolarización ocupara el centro del debate económico de esta campaña, otros economistas ya venían planteándola, sin mayor eco. Entre ellos, un personaje ignoto para el gran público pero muy conocido en el ambiente del liberalismo económico local: Steve Hanke, profesor de la Johns Hopkins University.
El padre de la convertibilidad
Desde hace más de veinte años Hanke promueve la dolarización en la Argentina. Fue uno de los principales asesores externos de Domingo Cavallo, ministro de Economía de Carlos Menem que lanzó en abril de 1991 el plan de convertibilidad, conocido popularmente como el uno a uno. De allí que algunos periódicos se refieran a él como el “padre oculto” de la convertibilidad.
A fines de los 90, cuando la convertibilidad languidecía, Hanke propuso -tal como plantea Milei- la eliminación del peso como moneda y del BCRA como autoridad emisora. Así lo planteó el economista estadounidense en un artículo publicado en 1999 por el Cato Institute, la usina académica del liberalismo económico extremo que fundó Murray Rothbard, el teórico más admirado por Milei, en 1977.
Desde el fin de la convertibilidad en adelante, Hanke viene insistiendo con la dolarización como la única salida posible al fracaso económico argentino, sin poner demasiado reparo en las condiciones de contexto necesarias para implementarla. Sus artículos sobre este y otros temas son frecuentemente publicados por algunos medios locales que lo presentan como una autoridad mundial en materia monetaria. Lo que estos medios omiten es que, en su país, Hanke ha enfrentado cargos por desinformación pública en temas muy sensibles para la opinión pública estadounidense, como los efectos de las medidas de aislamiento durante la pandemia de la Covid-19 o la divulgación de datos no verificados sobre la guerra ruso ucraniana.
Mientras Hanke sigue insistiendo con la dolarización a secas, el ex ministro Cavallo –el “padre visible” de la convertibilidad- relativiza la propuesta y sostiene que ella podría ser una opción válida a futuro para estabilizar la economía pero que antes habría que llevar a cabo esas reformas que el discurso liberal repite incansablemente y que ya todos conocemos. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol.
Miseria económica
Nadie piensa ideas ni discursos desde la neutralidad intelectual sino que, en todo pensamiento -y sobre todo, el que se produce en el ámbito académico-, puede hallarse una genealogía de influencias teóricas e ideológicas que lo precede y le da contextura. Nadie produce pensamiento desde el vacío de las ideas sino que, como decía Marx, el legado intelectual de las generaciones muertas es una pesadilla que oprime el cerebro de los vivos.
En mayo pasado un medio local publicó la noticia de que, según un estudio internacional basado en índices “objetivos”, durante 2022 la Argentina se ubicó por segundo año consecutivo en el top ten del ranking mundial de la miseria económica, detrás de Zimbabue, Venezuela, Siria, Líbano y Sudán. El autor de este estudio no es otro que el profesor Hanke.
¿Cómo llega Hanke a sus extravagantes conclusiones? El economista ordena 156 países a partir de los resultados que obtiene de la suma aritmética simple de tres datos: el duplo de la tasa de desempleo, la tasa de inflación y la tasa de créditos bancarios. A este resultado parcial le resta la tasa de crecimiento real del PBI y así obtiene un índice “confiable” sobre la miseria de los países. Este índice, conocido como HAMI (Hanke Annual Misery Index), es amplificado y sobreestimado por distintos medios de comunicación locales e internacionales como si se tratara de una verdad revelada.
En términos explicativos el método que sigue Hanke para elaborar su índice es casi equivalente a sumar el doble de las peras de una góndola de supermercado con las manzanas e higos que encontremos, para luego restarle las bananas y finalmente sostener, sin ningún pudor intelectual, que ese resultado mide acertadamente la felicidad o miserabilidad del repositor. En resumidas cuentas, al método Hanke en el barrio le decimos “mandar fruta”.
El argumento para defender su índice es más pobre aún que su método de cálculo. En un artículo publicado por el National Review -revista de la derecha conservadora de los Estados Unidos- el economista afirma que “la condición humana se encuentra en un amplio espectro que oscila entre ‘miserable’ y ‘feliz’ y que, en la esfera económica, la miseria es consecuencia de la alta inflación, el alto costo del endeudamiento de los individuos, las familias y las empresas y del alto nivel desempleo. Por el contrario, la felicidad tiende a florecer cuando el crecimiento es fuerte, la inflación y las tasas de interés son bajas y abunda la oferta de empleo”. La cosmovisión de Hanke es demasiado básica, inconsistente y prejuiciosa para ser creíble y rigurosa: cualquier persona podría advertir sin mayor dificultad que la condición humana es un fenómeno multidimensional y mucho más complejo de lo que el economista supone y propone.
Los mismos de siempre
Dos días antes de las elecciones de primera vuelta, Hanke publicó en el National Review un nuevo artículo, esta vez escrito junto con Emilio Ocampo, en el que responde a las críticas de otros economistas sobre la dolarización. La nota concluye señalando que “Javier Milei no necesita que nadie le susurre al oído. Lo que necesita son votantes argentinos que hagan en la cabina de votación lo que hacen con sus billeteras: dolarizar”.
Emilio Ocampo -el coautor de Hanke- es un economista posgraduado en la Universidad de Chicago que forma parte del staff docente de UCEMA. También es, recordémoslo, el “exégeta” de Milei sobre la dolarización: se dedica a aclarar lo que el candidato anarcocapitalista oscurece con sus declaraciones.
Esta galería de personajes se completa con el octogenario economista Alberto Benegas Lynch (h), a quien Milei considera como su mentor intelectual y el mayor referente vivo del liberalismo económico mundial. Su padre, homónimo, fue el introductor de la escuela económica austríaca en las academias argentinas y su hijo (“Bertie”) es diputado nacional electo por La Libertad Avanza.
Benegas Lynch (h) preside el consejo académico de la Fundación Libertad y Progreso -la usina local del libremercadismo- donde también figura Emilio Ocampo. ¿Qué programa económico proponen? Básicamente, lo mismo de siempre: reforma laboral, reforma del Estado, apertura externa, focalización de políticas sociales, eliminación de subsidios, aumento de la edad jubilatoria, baja de impuestos, eliminación de la coparticipación; y, por supuesto, la dolarización. Para la ortodoxia liberal, lo nuevo siempre es más de lo mismo: repetir los fracasos del pasado para avanzar hacia uno nuevo. Pero mucho más rápido.
Por cierto, el propósito de este artículo no es el de confrontar con estos personajes ni con sus argumentos, sino mostrar de qué manera operan ciertos dispositivos -académicos y mediáticos- para construir sentido acerca de lo que es apropiado, correcto y científicamente válido en la economía.
Los liberales ortodoxos, los de la “recta opinión” -como se consideran Hanke, Milei, Cavallo, Benegas Lynch u Ocampo- creen que la realidad económica siempre se comporta de forma previsible y que plantea problemas que pueden formularse y resolverse a través de modelizaciones matemáticas.
Lo que en realidad sucede es que, al ser incapaces de resolver los problemas reales y concretos de la sociedad, inventan otros que sí puedan ser resueltos usando las matemáticas, que es lo único sobre lo que algo saben. Al igual que Procusto, que utilizaba su espada para mutilar los cuerpos de sus víctimas hasta ajustarlos al tamaño de su cama, la ortodoxia económica recorta y desfigura la realidad hasta que se encuadre dentro de sus premisas teóricas, a las que defienden como fueran verdades irrefutables y válidas para cualquier época y lugar.
* Politólogo (UBA) y director de Quid. [email protected]">[email protected]