No voy a pedirle a nade que me crea 8 puntos
México, 2023
Dirección: Fernando Frías de la Parra
Guión: María Camila Arias y Fernando Frías de la Parra, sobre novela de Juan Pablo Villalobos.
Duración: 116 minutos
Intérpretes: Darío Yazbek Bernal, Natalia Solián, Ana Castillo, Juan Minujín, Alexis Ayala, Alba Ribó, Bruna Cusí..
Estreno: Disponible en Netflix.
“Algo me dice que no vas a volver. Me encantaría que pudieras quedarte allá a hacer tu vida: que te den un puestazo en una universidad, que te vuelvas catedrático. Imagínate”. El comentario es de la madre de Juan Pablo, protagonista de No voy a pedirle a nadie que me crea, un estudiante mexicano de Literatura que acaba de ganar una beca en Barcelona, pero que antes de partir se ve envuelto en un asunto con un cartel narco que lo obliga a cumplir con un “encargo” en España. Pero también podría ser el de cualquier madre de clase media en la misma situación. Una mirada que a lo largo de la película se irá profundizando, para pintar un fresco social en el que no faltan ni el clasismo ni el racismo en sus versiones más tilingas.
La nueva película de Fernando Frías de la Parra es una mixtura de géneros, un policial violento que también es una comedia, a veces romántica (a su modo), otras de enredos, pero siempre negra, dispuesta a reírse de su propia época. En sus acciones es posible encontrar reflejos acerca de las fantasías y realidades en torno a los procesos migratorios; las relaciones de poder entre lo masculino y lo femenino; la connivencia entre el poder político y el crimen organizado; los vínculos de amor-odio que se configuran entre las múltiples identidades iberoamericanas; distintas manifestaciones de la xenofobia; o la desconexión entre ciertos discursos progresistas y la realidad.
Parece un montón y hasta es posible sospechar que todo eso pudiera ser incluido dentro de un único relato de forma orgánica, sin que la cosa no se convierta en un pastiche pretencioso e infumable. Quiénes hayan visto Ya no estoy aquí (2019), trabajo anterior de Frías (ambos disponibles en Netflix), podrán dar fe de que el director ya mostró ser capaz de llevar adelante con pulso firme las exigencias de una película de características similares. La gran diferencia entre ambas radica en el punto de vista, que en aquella mira al mundo desde las clases bajas y ahora desde los estratos medios y altos. Un cambio nada menor que repercute sensiblemente en la puesta en escena.
En Ya no estoy aquí primaba un registro directo de belleza dura, definido por esa paleta saturada y tórrida que usa el cine para acentuar el carácter periférico del alguna vez llamado Tercer Mundo. En cambio, en No voy a pedirle a nadie... el dispositivo es más sinuoso, indirecto, proclive a recursos retóricos como la elipsis o la metáfora y a una estética suavizada de colores templados, incluso fríos. Esas diferencias no tienen que ver únicamente con el cambio de escenario, del México profundo a la Barcelona cosmopolita: se trata de herramientas determinantes en la construcción de ambas narrativas.
El protagonista de Ya no estoy aquí era un personaje de acción, no tanto en el sentido del género cinematográfico, sino como definición de su propio carácter. Como un tiburón, aquel adolescente necesitaba moverse para seguir vivo. En cambio, Juan Pablo es un joven que aspira a ingresar en la élite cultural y, por lo tanto, su mejor herramienta para sobrevivir no es el músculo, sino el cerebro. Por eso la película discurre sobre la deriva mental del personaje, que llega a plasmarse de forma literal en la novela que escribe, donde la construcción del lenguaje será útil para procesar todo lo que le irá pasando.
Frías confirma su obsesión por filmar en las fronteras. No solo las geográficas: también las culturales, las de clase y, en términos cinematográficos, las de los géneros. Y en No voy a pedirle a nadie... se vale de esa Babel moderna y misteriosa que es la ciudad catalana, para que sus protagonistas siempre estén perdidos en un laberinto del que tal vez no se pueda salir ni siquiera por arriba. La estructura circular, cortazariana, que asume el relato, cuyo final resignifica buena parte de los discursos del comienzo, lo confirma.