“Ya está, ya le pegaste. Ahora dejala o vamos a llegar todos tarde al trabajo”. Un pasajero detuvo una feroz paliza a bordo de un colectivo en el sur del Gran Buenos Aires. Hasta entonces nadie había querido intervenir. Durante cuadras y cuadras -que pasando Parque Barón se hacen más y más largas-, el chofer se rehusó a detener el vehículo a pesar de los gritos desesperados de una docente que no murió ni sufrió lesiones gravísimas únicamente porque a las 8.30 un hombre tenía que fichar el ingreso al trabajo y no quería perder el presentismo.
8.15 de la mañana del miércoles 23 de noviembre de 2023 a bordo de un interno de la línea 561, cuadras antes de llegar a la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Una pasajera ataca a bordo, con brutalidad, a una docente con guardapolvo. A esa hora ya la había arrojado al piso del colectivo e inmovilizado tomándola del cuero cabelludo como en las peores escenas cavernarias, le había lesionado las cervicales, un hombro y un brazo, y molido a patadas en el suelo mientras le arrancaba mechones de cabello y no paraba de gritarle “maestra hija de puta, las putas tortilleras como vos me tienen harta”.
“Daniela” es docente y su identidad sexogenérica es lesbiana no binarie femme (usamos otro nombre para resguardarla). Usa el pelo atado con colitas con los colores del orgullo lgtbiq y pines del orgullo y en defensa de la educación pública. Viaja tranquila mirando el celular y tomando mate, con las piernas cruzadas con una rodilla sobresaliendo hacia el pasillo. Una pasajera se sienta en el asiento individual de adelante y, al hacerlo con torpeza, le toca la rodilla con el codo a Daniela. La docente se disculpó por llevar la rodilla de esa manera. La mujer se queda mirándola de manera agresiva y Daniela le responde “yo no me moví, me tocaste sin querer”. Sin darle un segundo la atacante le pasa el pie a Daniela por el espacio entre las piernas, la levanta del asiento tomándola por el pelo, le arranca las colitas del orgullo y empieza a arrancarle mechones de cabello.
Cuando ya está llena de moretones y los mechones seguían volando por el piso, interviene el pasajero que no quería llegar tarde. La desconocida no paraba de patear a Daniela. Como no obedece y se niega a soltar a su presa, el hombre se le tira encima, la inmoviliza y la aparta de su víctima.
"Putos y travestis, se les va a acabar"
La docente seguía gritándole al chofer que frene, pero el colectivo seguía la marcha como si se tratara de la diligencia fantasma, con conductor y demás pasajeros inmóviles como esqueletos vacíos. Daniela busca la mochila y el celular que habían volado dentro del colectivo; el teléfono, el termo y el mate estaban rotos. Caminó unos metros como pudo, hasta golpear la mampara de policarbonato que protege la chofer para que le permita descender, y el conductor a las cansadas frenó un poco la marcha, abrió la puerta y Daniela tuvo que saltar con el colectivo en marcha para ponerse a salvo.
“Me refugié en un corralón de materiales de Lomas. Allí llamé a la escuela e hicieron la denuncia en la ART. El sindicato (Suteba) me pidió que me acerque y me derivaron a una clínica de Adrogué, donde quedé internada en observación. Esta mujer desconocida para mí (de entre 40 y 45 años, de contextura robusta, 1,70 de estatura y pelo enrulado teñido de bordó) me destrozó el guardapolvo y me dejó con la cervical lastimada, inmovilidad en el hombro y brazo derecho, el cuero cabelludo muy dolorido y sensible, y cantidad de moretones en los brazos, rodillas y codos. Me dejó sus dedos marcados en ese brazo”, dice Daniela.
“Me atacó porque represento la educación pública y la diversidad sexual. Siento que la situación electoral abrió una jaula y a partir del 10 de diciembre va a ser una cacería contra todas las diversidades”, subraya.
En su discurso de ayer durante la ronda de los jueves de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, el secretario general de ATE Capital, Daniel “Tano” Catalano, mencionó el grave ataque que sufrió la docente.
Este no es el único caso de ataques a espacios y personas lgtbiq en estos días. En la madrugada del domingo 19, dos hombres pasaron por el centro cultural La Zorrería, de Monte Grande,y les arrojaron objetos al grito de “putos y travestis de mierda, se les va a acabar todo”. Y el martes 21 a la noche les destrozaron la vidriera del local. Dice La Zorrería en su cuenta de instagram, “en teoría todavía no asumieron el poder, pero ya están destilando odio, no queremos imaginarnos lo que va a ser dentro de unos meses”. Y hace un llamado a la unidad, “entendemos que es momento de dejar las diferencias de lado y organizarnos ya que estamos todes en la misma, comenzaron por nosotres y van a ir por el resto si no nos unimos”.
Hace poco más de un mes, el 11 de octubre en la Comuna 15 de CABA, un hombre amenazó con una motosierra a tres lesbianes no binaries. El Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación realiza el acompañamiento. Al menos hasta el cierre que prometió el Presidente electo el 19 de noviembre.
Espectros del odio
Quien escribe esta nota, lesbiana feminista militante desde 1985, también recibió una agresión verbal en la vía pública en estos días, por su identidad sexogenérica. No pensaba mencionarlo antes de conversar con Daniela, porque fue un ataque verbal y no pasó a mayores, pero resulta evidente que la violencia en los espacios públicos viene escalando, y quién sabe cuántos otros ataques están ocurriendo en estos momentos y no son denunciados por temor a represalias. Violentos y violentas que detestan a las personas lgtbiq empiezan a sentirse habilitados por los discursos de odio y el simbolismo de la motosierra para pasar a la acción.
Ocurrió en San Telmo a las seis de la tarde del martes 21. Estábamos conversando y comiendo pizza con una amiga sindicalista lesbiana no binarie, en una mesa de la vereda. No había nadie en la calle ni en las otras mesas. Pasaron dos jóvenes marginales y se pararon a burlarse de nosotras a los gritos, creyéndonos turistas y que podían cercarnos. Decían algo así como “mirá el inglés y la flaquita” (“el inglés” venía a ser yo, más mestiza americana que la chipa aunque teñida de rubia en homenaje a la rama femenina). No pude con mi temperamento y les respondí. Mis gritos alertaron al mozo, que estaba adentro, ocupado en la cocina. El mozo salió a la vereda y los tipejos se alejaron sin parar de insultarnos por tortas.
Mi amiga, que es más joven y no tiene el carrete que tenemos las lesbianas de otras épocas, quedó bastante afectada. Al día de hoy seguimos hablando de esto que nos ocurrió y viendo cómo vamos a tejer estrategias entre compañeres de confianza, porque a cualquiera de nosotres nos puede pasar. Qué habría ocurrido si en lugar de estar en esa pizzería nos hubieran interceptado los mismos sujetos, de noche y en alguna calle desierta de Buenos Aires en las que tantas veces anduvimos juntas y sin temor, en los 20 años que llevamos como amigas.
Una no puede dejar de pensar que en ciertas épocas hay suelta de individuos extraños, como esos tipos marginales que aparecían en El secreto de sus ojos. En la historia se ha visto mucho, y no precisan vestir camisas negras o pardas. No se me ocurre otra manera de ahuyentar a estos espectros que apelar a la unidad de todas las fuerzas democráticas que no queremos que escalen ni el odio ni la violencia en la Argentina. Y recordar siempre aquel poema tan esclarecedor que solía recitar Cipe Lincopvsky, “primero se llevaron a los judíos pero a mí no me importó porque yo no lo era…”.