Es digno de mención un libro que compila los escritos de Sigmund Freud sobre el arte y la literatura en primer lugar, porque resulta novedosa la propuesta de leer de manera correlativa estos escritos sobre el tema, desperdigados en su frondosa obra. Con el valor agregado editorial, de lograr una traducción cercana y a la vez rigurosa para el lector común. En ese sentido al leer estos ensayos, se aprecia cómo el célebre fundador del psicoanálisis siempre se dirigió al público amplio y le importaba ser entendido. Que a diferencia a lo que nos tiene acostumbrados la -en ocasiones- elitista comunidad psicoanalítica, a Freud lo movía el deseo de que todos pudieran acceder a cómo lo inconsciente, la sexualidad infantil, el desamparo y el trauma, por mencionar solo algunos de sus conceptos estructurales, impactan directamente en la vida de todos los días.
Cordelia es la muerte, reúne ocho textos publicados entre los años 1908 y 1928 donde Freud hace reflexiones en torno al arte y al proceso creativo. Incluye análisis de pinturas, esculturas, novelas, cuentos, tragedias y algunas poesías. Nos encontramos con autores como William Shakespeare, Henrik Ibsen, Stefan Zweig, Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel. Freud nos lleva de la mano por grandes obras de arte, obras clásicas, pinturas y esculturas que han trascendido los tiempos y las convierte en el terreno común para ejemplificar por medio de ellos, conceptos psicoanalíticos y volverlos comprensibles.
En el primero de los ensayos, “El escritor y el fantasear”, Freud plantea las fantasías diurnas de los adultos como un sustituto del juego en la niñez, donde el jugar no sería lo opuesto a ser serio, sino lo opuesto a la realidad. Afirma: “no podemos renunciar a nada, solo cambiamos una cosa por otra, lo que parece una renuncia, es en el fondo una formación o un sustituto”, y liga al proceso creativo del escritor con ese fantasear, y a la fantasía, con la insatisfacción. Por lo tanto, escribir posibilitaría al hombre remediar algo de esa insatisfacción, por otra parte, inherente a lo humano.
Los recuerdos y la memoria son también objeto de análisis a la hora de pensarlos como fuente de inspiración del artista. Con el análisis pormenorizado de Poesía y verdad, la autobiografía de la infancia y juventud de Goethe, Freud da cuenta de cómo todo recuerdo infantil es un recuerdo encubridor. En apariencia irrelevantes, son a los que en un análisis hay que atender con dedicación, dado que son encubridores de experiencias determinantes en la vida emocional de una persona; “la llave a los compartimentos secretos de su vida anímica”. En este sentido, Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci analiza la pintura La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana en la que Freud concluye que la forma del manto azul que envuelve a la Virgen oculta la silueta de un buitre cuya cola entra en la boca del niño, y que esto sería fruto de un recuerdo infantil perturbador que Freud extrae de los escritos científicos de Leonardo. Más adelante, analiza la sonrisa de la Mona Lisa y de otras de sus mujeres retratadas, y concluye en la posibilidad de que representen a Catarina, su madre.
Otro análisis anímico pormenorizado es el que hace sobre los ataques de epilepsia que sufría Dostoievski desde su infancia. Freud admiraba abiertamente al escritor. “Los hermanos Karamazov es la novela más grandiosa que se haya escrito jamás”, dice y afirma que su talento artístico es tal, que resulta inanalizable. Si bien varios biógrafos han relacionado los ataques de epilepsia de Fiodor adolescente con el asesinato del padre ocurrido a sus 18 años, Freud va más allá y afirma que ese hecho es sin dudas, “el trauma más grave, y en la reacción de Dostoievski, el eje de su neurosis”.
Un punto aparte para el análisis del Moisés de Miguel Ángel donde a partir de la observación de rasgos mínimos como es la disposición de los dedos específicamente de la mano derecha y de las tablas, Freud deduce el instante que debió intentar captar Miguel Ángel: el instante previo al sobresalto de Moisés ante el ruido de su pueblo y el becerro de oro. Mira la escena, dice Freud, “y la furia lo invade”.
Estos escritos compilados son además una demostración de que Freud le hablaba al mundo partiendo de él. Su honestidad intelectual y su generosidad para con el lector es abrumadora, se percibe preocupación porque sigamos su pensamiento, compartiendo incluso con nosotros, sus dudas. (¿La epilepsia de Dostoievski estaba ligada al carácter violento de su padre, es decir, el trauma era previo al asesinato?)
Al finalizar Freud hace una interesante reflexión sobre cómo la obra del artista tiene esa impronta subjetiva única. En el caso de Leonardo: “solo él podía componer la fantasía del buitre”. Es decir, en la obra de un artista se plasma la síntesis de la historia de su infancia y los detalles dan cuenta de sus impresiones más tempranas y personales. Y lo paradójico, es que eso mismo es lo que lo hace universal y trascendente. Único y a la vez para todos.
Ahora bien, ¿la intención del artista puede ser captada en palabras como cualquier otro hecho de la vida anímica? ¿Es posible interpretar una obra y a la vez gozar de ella? Claramente el camino que propone Freud está más ligado al del trabajo científico, a la búsqueda de conceptos a descubrir el sentido y el contenido de la obra de arte, es decir, a interpretarla. Eso implica ir más allá del goce, el disfrute que producen. Y en ese sentido hay que ir en busca de este libro, dispuestos a una segunda mirada. Pero también, a tener el privilegio de seguir de cerca el razonamiento de un genio.
No deja de sorprender la voracidad intelectual de Freud, su ojo clínico que aplica como un bisturí sobre lo nimio, lo que no tiene importancia aparente, en aquello que pareciera ser casual, aquello por lo que el psicoanálisis dio un revés en la manera en que hasta el día de hoy, se contempla el mundo.