Por alguna razón que desconozco, Antonio Macrì (con acento grave en la “i”) no tiene entrada en la Wikipedia en español. Hay que buscarlo en las versiones en italiano, inglés o catalán. Una rareza, considerando que siempre resultan atractivos los líderes mafiosos de cualquier parte del mundo, especialmente los italianos. Antonio fue el capo histórico de la 'Ndrangheta, la poderosa mafia calabresa, que convivía y competía con la Camorra y la Cosa Nostra, entre otras organizaciones delictivas originarias de Italia.

Proveniente de un pequeño pueblo, el tío Toni (como lo llamaban cariñosamente) no se privó de ningún crimen para sostenerse en los más alto del mundo mafioso. A diferencia de los carteles, las mafias suelen ser polirrubros a la hora de cometer ilícitos. A las clásicas actividades de vender protección a comerciantes y empresarios y manejar la prostitución, el tío Toni incorporó otros actos criminales: la extorsión de políticos y funcionarios públicos, los secuestros, la compra de jugadores de fútbol, el lavado de dinero y el manejo monopólico, tanto de la obra pública como de la recolección de basura. Con los años se dio cuenta de que la mejor manera de mantener el poder sin caer preso era crear una especie de superestructura mafiosa que no tuviera vínculos directos con los delitos. A esos parientes y amigos se los “infiltraba” en la burguesía, se los convertía en empresarios, se los casaba con personas de la alta sociedad. Usaban las mismas formas extorsivas que la familia mafiosa y se cubrían mutuamente cuando era necesario. Como era más difícil mantener la fachada en Italia, el tío Toni mandó a su gente de confianza bien lejos: a América (sobre todo a Canadá) y a Australia.

Ni Wikipedia ni ninguna investigación periodística puede afirmar, con pruebas firmes, el vínculo sanguíneo de Antonio con los Macri de Argentina. La familia llegó de la mano del calabrés Giorgio, se extendió con sus hijos Franco y Antonio, y continuó en los primos Mauricio y Jorge. Pero es muy probable que Mauricio se haya nutrido con las historias de los Macrì mafiosos.

Aunque ni Antonio Macrì, ni ningún líder de la 'Ndrangheta podría igualar a Mauricio en su capacidad para conseguir lo que quiere, destruir a su propio entorno y salir impune de cualquier investigación. No sabemos qué métodos usaba el tío Toni en Calabria, pero seguramente no eran tan efectivos como los de Mauricio, maestro de las escuchas, rey de los carpetazos, emperador del periodismo rastrero convertido en perros guardianes de sus deseos.

¿De qué no es capaz Mauricio? Ha vuelto a manejar el país sin siquiera postularse a candidato presidencial, con su alianza política saliendo tercera, dándole un golpe de estado incruento a Milei, a quien parece dispuesto a dejarlo solo como mascarón de proa. Si Milei quería (o quiere) destruir el Banco Central, indignado porque no le renovaron la pasantía en la institución, Macri quiere destruir un país que no lo votó, que no lo volvería a poner de presidente. De lo que puede hacer cuando se enoja, lo veremos en los próximos meses.

Como en esas películas clase B en las que el malvado es capaz de todas las iniquidades, Macri no se conforma con haber tomado el futuro gobierno de Milei por asalto. Hay algo que lo obsesiona, que seguramente no lo deja dormir y lo enfurece: que Boca Juniors esté conducido por Juan Román Riquelme. En un mundo donde integrantes del PRO son víctimas de su espionaje y lo aceptan sin quejarse, donde su candidata a presidenta se deja humillar, donde un presidente electo le entrega el gobierno en bandeja de plata, que un tipo le haga frente sin miedo es asombroso. Sobre todo si esa persona hace más de veinte años que viene amargándole su fantasía de patrón de todos los argentinos.

Hace ya mucho tiempo, en febrero de 2001, Macri anunció que iba a incursionar en la política nacional. Quería aprovechar el éxito de Boca que venía de ganar todo el año anterior: torneo local, Copa Libertadores y la Intercontinental contra el Real Madrid. La presidencia de Macri en Boca había comenzado con dos experiencias negativas: las dirigidas por Carlos Bilardo y Héctor Veira. Solo con la llegada de Carlos Bianchi, Boca pudo revertir su situación y triunfar como nunca lo hizo (ni lo volvería hacer) un equipo argentino.

¿Cómo podía irle mal a un político que había llevado a lo más alto a Boca? Pero esa apreciación era un error: no fue Macri quien llevó a lo más alto a nuestro equipo, sino el mejor técnico de la historia y jugadores extraordinarios: Riquelme, Palermo, Córdoba, Bermúdez, el mellizo Guillermo, entre otros. Cuando todavía los dirigentes partidarios no tomaban nota de la llegada de Macri a la política, apareció su primer opositor. Fue solo dos meses después de que Macri hiciera el anuncio. En abril de 2001, Juan Román Riquelme convirtió el segundo de los tres goles que Boca le hizo a River en la Bombonera e inventó el festejo alla Topo Gigio. Riquelme le mostró a Macri que los aplausos de la hinchada no estaban dirigidos al presidente, sino al jugador, a los jugadores que nos habían dado todos los títulos y triunfos.

Macri jamás soportó a los ídolos de Boca. El primero con el que tuvo problemas fue Maradona. Después no toleró el amor mutuo de los hinchas y Román. A pesar de que Riquelme no quiso ser vendido al Parma un tiempo antes, Macri lo obligó a aceptar la oferta del Barcelona. Hay propuestas que son difíciles de rechazar. Poco tiempo después, Macri tuvo problemas con Bianchi, a quien intentó humillar en una conferencia de prensa, pero el que salió humillado fue el presidente. Bermúdez, por su parte, contó que Macri le pidió quedarse con dos millones de dólares de su pase.

Macri utilizó a Boca para dar el salto a la política nacional, pero ya entonces había usado el club para sus propios negocios: compra y venta de jugadores con la participación necesaria de Gustavo Arribas; la creación de una Comisión de Seguridad integrada por funcionarios judiciales boquenses, con la destacada actuación del fiscal Stornelli, que le serviría años más tarde para perseguir y protegerse de cualquier denuncia.

 

Después del triunfo de Milei que permitió la llegada al poder de Macri, las elecciones que se van a llevar adelante en una semana en Boca Juniors se han convertido en el último bastión en juego que quiere conquistar el imperio macrista. La resistencia al proyecto privatizador es la candidatura de Juan Román Riquelme, el máximo ídolo de la historia del club. Ni Riquelme, ni Macri --ni a los títeres que él ponga de candidato-- pueden garantizar que el sueño deportivo de Boca se cumpla. Todos queremos la séptima Copa Libertadores. Pero sobre todo queremos que el club siga siendo de los hinchas, que no se use para la rosca política, ni para negocios sucios. Tenemos un sueño. No queremos una pesadilla.