Cuando el director y actor Jorge Diez ganó la 14° edición del ciclo Teatro por la justicia que organiza la sala Tadrón, el dramaturgo Jorge Palant pensó en él para su próximo estreno. De aquella puesta de Maciel, obra de Pablo Iglesias, al autor le interesó la mirada expresionista de Diez, el cruce que estableció entre teatro y cine. Es por esto que, al ofrecerle su obra La galera del mago en el recuerdo le dió al director la libertad de tomar las decisiones artísticas que creyera convenientes. El resultado de este acuerdo puede verse los domingos en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636) con la actuación de Florencia Galiñanes y Néstor Navarría.
Palant define a esta obra como “un áspero juego de verdades”. La pieza pone el foco en el encuentro de un hombre y una mujer que tienen en común el haber sobrevivido a la dictadura militar, desde ámbitos opuestos. Mara es actriz y Ramiro, dice ser el bajista de una banda en gira. Los dos tienen una historia largamente silenciada. “Son historias entrañables para mí porque pertenecen a dos obras mías”, señala Palant, refieriéndose a Judith y Par’ Elisa, las piezas que le inspiraron la idea de imaginar el destino de algunos de sus personajes.
En La galera...se encuentran Mara, una mujer que necesita hablar con su hija acerca de su origen, y Ramiro, el hijo de un marino que, avergonzado durante el juicio que le entablan a su padre por haber cometido crímenes de lesa humanidad, no tolera el silencio cómplice y actúa en consecuencia. Pero a pesar de haber hecho justicia a su modo, la culpa no lo abandona: “es que la culpa la soportan siempre las víctimas y nunca los victimarios”, sostiene Palant en el diálogo que, junto director mantuvo con Página/12.
Diez cuenta que la pintura del norteamericano Edward Hopper lo ayudó a perfilar el devenir de ese encuentro. Y que entre lo que se muestra y lo que se oculta, la música de Virus le brindó a la situación un marco temporal.“Siempre respeto el texto del autor”, asegura Diez, quien al buscar una ruptura con el realismo, fragmentó los monólogos escritos por Palant para armar un diálogo entre los personajes. Romper con el realismo y tomar el rumbo de una composición escénica en la que música e imagen colaboran con un clima diverso al que plantea el texto, es algo que, según dice el director y actor, aprendió junto a Alberto Félix Alberto, en la época en que integraba los elencos de las premiadas Tango Varsoviano y En los zahuanes, ángeles muertos.
-¿Qué fue lo que te hizo decidir la puesta de esta obra?
Jorge Diez: -Igual que el personaje de Ramiro, yo soy de Bahía Blanca y conocí de cerca el mundo de violencia que se vivía en la época de la dictadura, aunque yo lo viví desde la ingenuidad de la infancia. Mi padre era ingeniero y trabajó para la Armada y, cuando me vine para Buenos Aires pensaba que algo estaba mal en una sociedad como la de Bahía Blanca.
-En tu dramaturgia, ¿desde siempre te interesó reflejar cuestiones ligadas a los derechos humanos?
J.P..: -En mí surge la necesidad de escribir sobre esos temas como si la realidad, después de ver, escuchar y soportar tantas cosas, prendiera una chispa. Y aunque también escribí otras obras que no tocan esos temas, la complicidad civil está presente en La noche del apagón y en Judith, escrita sobre el modelo bíblico, una militante teme encontrarse con el represor que la convirtió en su favorita durante su cautiverio. En el caso de Madre sin pañuelo, la protagonista ejerce la venganza sobre el hombre que mató a su hija, pero desde la literatura.
J.D.: -La temática de los Derechos Humanos tiene que ver conmigo, como artista y como persona. Para mí esta obra es como una alfombra mágica que me llevó a fines de los ’80. Por eso elegí la música de Virus. Los personajes se cambian de ropa, se disfrazan y ese juego de transformarse en otros les permite hablar de historias que nunca contaron a nadie.
-¿Cuál es el balance que hacen del resultado?
J.D.: Como me dijo un espectador, la obra quedó como un arcoiris en la oscuridad.
J.P.: Recuerdo que cuando Jorge estaba ensayando me dijo que el gran obstáculo que encontraba era el sufrimiento de los personajes, que tanto los actores como el público podían quedar capturados por el dolor. Pero la articulación de la música y el juego con los disfraces pudieron transformar eso, por su carácter dionisíaco. En el baile se resuelve ese resabio de tragedia.
*La galera del mago (en el recuerdo), Teatro del Pueblo (Lavalle 3636), domingos a las 20 hs.