El 22 de octubre de 2023, en las elecciones generales a presidente, Juntos por el Cambio (JxC) obtuvo el 23% de los votos. Con esa cifra, quedó a más de seis puntos porcentuales de entrar al balotaje que se disputó entre Javier Milei y Sergio Massa. El 24 de octubre, parte de JxC llamó a votar en blanco. En los días posteriores, otros cambiemitas directamente apoyaron al candidato de Unión por la Patria (UxP), Sergio Massa. El 19 de noviembre, La Libertad Avanza (LLA) se quedó con la presidencia con más del 55% de los votos. Sin embargo, esta semana hemos presenciado cómo Javier Milei le entregó los ministerios y dependencias más importantes del Estado al PRO, parte de JxC. El apoyo del PRO a LLA en el balotaje había sido, según el presidente electo, “incondicionado” (lo que, básicamente, implica que no fue a cambio de cargos). Esto genera la inédita situación en la que un espacio político que es sólo una fracción de una coalición que salió tercera en unas elecciones decidirá el rumbo de un país como si hubiera salido primera. Además, lo hará desde el primer día del nuevo periodo presidencial: no se convocó al PRO luego de un fracaso de LLA, se le cedió el poder desde el vamos. Esto genera un problema democrático muy distinto al que aquejaba a muchos cuando se imaginaban una presidencia de LLA.
Definir a la democracia es una tarea compleja. Definirla de una forma que satisfaga a todos es una tarea imposible. Aun así, a grandes rasgos, pueden identificarse dos componentes centrales. Uno es que un sistema democrático involucra un sistema de decisión colectiva en el que los y las participantes tienen una igualdad, al menos, formal. Esto último quiere decir que, aun cuando sus condiciones particulares sean distintas y uno pueda participar más porque es rico y otro menos porque es pobre, todos pueden, aunque sea, votar. El segundo componente democrático es que para que ese proceso de decisión colectiva exprese la voluntad genuina de las personas, debe contar con ciertos límites básicos. Estos límites suelen dividirse entre internos y externos. Los límites internos tienen que ver con instituciones básicas para la expresión democrática: la libertad de prensa y de asociación son los ejemplos paradigmáticos. Los límites externos apuntan al respecto a derechos y principios de importancia tal que muchos consideran que deben estar protegidos de impulsos mayoritarios: libertad de expresión, de culto, de decisión sobre aspectos fundamentales sobre la propia vida, etc. Es importante notar que el primer y el segundo componente democrático pueden, y suelen, entrar en tensión: quien le dé una importancia mayor a que se respete la decisión colectiva aceptará menos límites para esta decisión; viceversa, cuantos más derechos fundamentales se consideren inviolables, los temas que podrán someterse a decisiones mayoritarias serán menos.
Durante el auge de LLA, el temor de muchos fue que la decisión mayoritaria supondría poner en discusión lo que una gran parte de la población considera pilares democráticos. En las prácticas de Javier Milei se percibía una presión evidente sobre los límites internos de la democracia. En cuanto a la libertad de prensa, la tendencia del candidato libertario a aceptar sólo entrevistas grabadas o a pautar preguntas de antemano es un síntoma diáfano de la pulsión de LLA de restringir la información accesible a los votantes. Es conocida, también, la política de Milei de demandar o denunciar a periodistas críticos. Respecto de la libertad de asociación, son más que conocidas las ideas de Milei y de Villarruel sobre cómo debe obrarse frente a la protesta social. En cuanto a los límites externos a la democracia, el discurso libertario también despertó preocupaciones sobre lo que muchos consideran derechos fundamentales. Los comentarios sobre el colectivo LGBT, sobre el aborto, sobre la venta de niños o sobre el tráfico de órganos prueban el punto sin que haga falta más teorización.
Tras las elecciones, la sorpresa es que la victoria de Milei ha tenido como primera víctima no a derechos básicos, sino a la regla democrática según la cual gobierna la mayoría. Lo que muchos pensaban era que la enorme mayoría con la que ganó a Milei le posibilitaría erosionar principios fundantes de nuestra sociedad en nombre de la voluntad general; pocos esperaban que la principal víctima del triunfo fuese (al menos, por ahora) esa misma voluntad general. En este sentido, que LLA ganase las elecciones fue, en tanto decisión mayoritaria, una expresión democrática sumamente contundente. La gran mayoría de los votantes de LLA no fueron las élites porteña, cordobesa o mendocina macristas. Fueron personas sumidas en el ostracismo social, respecto de las cuales es fácil decir que están equivocadas mientras escribimos desde nuestros sillones, pero a las que nunca se les dio una solución. Votar a LLA, para esta gente, era lo que la consigna del partido expresaba claramente: si ya falló todo, probemos sin la casta.
El triunfo libertario también fue fuertemente democrático en un segundo sentido: nunca antes en la historia un partido con tan pocos recursos podría haber ganado una elección. Tradicionalmente, aun en democracias formales, sólo era posible acceder a la presidencia con un enorme despliegue de recursos económicos. Las redes sociales rompieron esta dinámica y hoy las voces no necesitan aparatos políticos ni publicidad para ser escuchadas. La tragedia de la entrega del gobierno que Milei le ha hecho a Macri post elecciones es que la potencia de la expresión popular que optó por elegir a la marginalidad para salir de la marginalidad fue objeto de la maniobra más castense posible. La parte del establishment más repudiada por los argentinos (si se toman los datos del 22 de octubre) se subió al tren de la furia anti-establishment para obtener un poder que no podría haber logrado electoralmente. Podría objetarse que el Presidente puede nombrar al equipo que quiera, y es verdad. Pero si el mandato de sus votantes era sacar a la casta, los nombramientos hechos hasta ahora lo incumplen: no solo por los nombres, también porque las ideas de los recién llegados son muy distintas de las que Milei propuso para llegar al poder.
Esto nos deja en el peor de los mundos. Aun cuando no nos gustara y hubiera límites que consideráramos imprescindible defender, el triunfo de LLA dio un fuerte mensaje democrático: “si no nos escuchan y nos interpelan, probaremos con algo nuevo; puede ser que nos arrastre a todos al abismo, pero muchos ya estamos ahí”. Este mensaje fue utilizado para ganar una elección, pero no fue oído. Gobernarán los que ya gobernaron y los que, bajo toda métrica, son la casta: casta política, casta económica, casta racial, casta cultural. Así, se ha faltado el respeto al primer componente democrático: la formación de una voluntad colectiva. Y, para mal de males, esto no baja en lo más mínimo el temor por lo que pueda pasar con el segundo componente democrático: el respeto a derechos fundamentales para que la voluntad colectiva pueda seguir expresándose libremente. Porque, quizás, lo único que compartan el PRO y LLA es su voluntad de destruir a los orcos.
* Abogado, UBA; LLM, London School of Economics and Political Sciences