La serie de animación Gravity Falls, de culto para el público infantil y adolescente, termina con dos episodios desopilantes y aterradores titulados Raromagedón, un juego de palabras entre raro y armagedón. Es decir, un apocalipsis delirante. El villano, un triángulo amarillo de nombre Bill, en alusión crítica a la mercantilización de la existencia, logra finalmente en esos capítulos abrir un portal y descender desde el cielo con su ejército de monstruos y seres estrafalarios. Llegan para desorganizarlo todo, quedarse con las riquezas e infundir terror a los habitantes del pueblo remoto de Estados Unidos donde se desarrolla la tira y donde suceden todo el tiempo cosas extrañas. El arribo de Javier Milei a la presidencia, rodeado de monstruos y seres estrafalarios, no podría ser más parecido a lo que recrea la ficción. El problema es que lo suyo no es ficción.
En ese marco de locura y espanto, la pregunta que surge de inmediato es a quién le sirve el plan de Milei. Quién gana con tanto desquicio. Porque si no habrá más obra pública, se abrirán las importaciones, caerán las pymes, el ajuste fiscal y monetario será con motosierra, la devaluación licuará el salario y los ingresos populares, aumentarán las tarifas de los servicios públicos, se liberarán los precios, el mercado interno sufrirá una contracción horrorosa, será más difícil jubilarse, se achicará el Estado en sus múltiples prestaciones, cerrarán ramales ferroviarios, se privatizará la seguridad social y tantas otras monstruosidades que anticipan libertarios y macristas reciclados, la incógnita es quién se quedará con todo lo que pierdan los demás. Para quién está hecho el plan de Milei.
"Los que aparecen como grandes ganadores son los sectores concentrados de la economía", analiza Hernán Letcher, titular del Centro de Economía Política Argentina (Cepa). "Lo primero que hay que apuntar es que empieza una disputa fenomenal entre distintos sectores del capital por quedarse con los negocios", advierte. "Las peleas que estamos viendo estos días se repetirán cuando haya que resolver quién paga el arreglo de las Leliqs, quién se queda con las acciones del Fondo de Garantía de la Anses, qué trato se les dará a los acreedores internacionales, cómo se armarán las privatizaciones y quiénes se quedarán con áreas de explotación de hidrocarburos y minerales", ejemplifica.
Neo menemismo
En ese sentido, se abre una etapa que rememora lo sucedido a fines de los años '80 y comienzos de los '90 en el gobierno de Carlos Menem. Una crisis demoledora -en aquel caso la hiperinflación- generó el espacio político para el ascenso de los monstruos de laboratorio del Consenso de Washington. Fueron años de extranjerización de la economía, favorecida por una renegociación ruinosa de la deuda externa, la privatización de empresas públicas y la transferencia de compañías líderes de capital nacional a fondos extranjeros. Solo un puñado de holdings locales aprovecharon el desguace del Estado para hacerse gigantes. Del otro lado, un enorme entramado de industrias y sectores productivos, con sus trabajadores, pagaron las consecuencias. Lo mismo que asoma en esta coyuntura.
El personaje emblemático de aquella época era el osito Winnie de Pooh -el entonces canciller Guido Di Tella lo instaló como figura simpática para la entrega de la soberanía-, ahora reemplazado por los esperpentos salvajes de Gravity Falls.
Con Macri también
Una secuencia similar se dio en el gobierno de Mauricio Macri. El entonces presidente ubicó en los principales lugares a representantes del poder financiero internacional, como Alfonso Prat Gay y Luis "Toto" Caputo, ex agentes del JP Morgan y el Deutsche Bank; a referentes de las petroleras y empresas energéticas, como Juan José Aranguren (Shell), José Luis Sureda (PAE) y Andrés Chambouleyron (consultor), y a los máximos directivos de conglomerados locales y extranjeros como Mario Quintana (Farmacity), Gustavo Lopetegui (Lan Argentina) y Guillermo Dietrich (Dietrich). Fue lo que denominó "el gobierno de los CEO", orientado a generar negocios para los rubros que los catapultaron al poder.
"Ahora lo que se ve es un cocoliche", advierte Letcher sobre el proceso que está comenzando, en referencia a las marchas y contramarchas en el armado del gobierno que expresan las disputas del poder económico. Por ejemplo, la entrega de la presidencia de YPF a un directivo del grupo Techint, Horacio Marín, se impuso al interés de Macri de retener ese lugar para uno de los suyos.
En contraposición, el casi seguro nombramiento de Caputo como ministro de Economía y de Demian Reidel en el Banco Central es un triunfo del macrismo y del sector financiero por sobre el plan original de Milei de ubicar en esos puestos clave a los promotores de la dolarización, en especial el desplazado Emilio Ocampo.
"El sector financiero está en el mejor de los mundos: en lo monetario y fiscal Milei va con la motosierra, con políticas de shock, como ellos prefieren, pero en lo cambiario parece que se optó por el gradualismo. Sin duda habrá una fuerte devaluación de entre 60 y el ciento por ciento en el inicio de la gestión, pero con la locura de la dolarización tenían pánico de que pudiera ocurrir un estallido como en 2001. Además, por poca plata el capital extranjero se podía quedar con las mejores empresas", explica Letcher.
¿Inversión y derrame?
Para compensar la caída de actividad económica que provocará el plan de ajuste, con la industria, la construcción y el comercio en picada, la gran apuesta de Milei es que haya un boom de inversiones de los ganadores del modelo. Otra vez la teoría del derrame. "Los libertarios consideran que toda oferta genera su propia demanda y que la economía se mueve por la inversión del sector privado. Con esa justificación teórica, lo que buscan es aumentar la tasa de rentabilidad de las empresas que motorizan el proceso para generar incentivos a la apuesta de capital", explica el economista del CEPA.
Sin embargo, continúa, esa teoría falló en la Argentina una y otra vez porque el principal motor de la economía no es la inversión sino el consumo, que representa más del 60 por ciento del PIB, y cuando éste cae estrepitosamente por las políticas contractivas, la inversión se retrae aún más. Otra razón fundamental es el comportamiento preponderante de los grandes empresarios en el país, que en lugar de apostar al crecimiento aprovechan cualquier circunstancia para embolsar ganancias y fugarlas al exterior, con lo cual no hay derrame alguno, sino concentración obscena de la riqueza.
Disciplinamiento
Como se vio en otras etapas históricas -la dictadura de los '70, el menemismo o el macrismo-, el plan de Milei viene con represión y disciplinamiento social. En las últimas semanas y en especial después de los comicios del domingo arreciaron las amenazas y acciones de amedrentamiento a distintos colectivos que son críticos de sus políticas. El objetivo es generar terror para inhibir la protesta social. Macri se sumó a la campaña con el llamado a jóvenes de ultraderecha a combatir a los "orcos". Ese fue el calificativo de Bill, el monstruo amarillo, para quienes levantan la voz contra sus atropellos.