Querida lector, queride lectora:

PERDIMOS.

A decir verdad, no sé aún qué es lo que perdimos, ni cuánto, ni cuándo. Porque seguramente el resultado del domingo pasado por la noche no fue sino la “puesta en valor” de una derrota anunciada pero difícil de percibir, sobre todo cuando ni siquiera está claro contra quién perdimos.

Porque fui yo quien decía que esa derrota era imposible, salvo que estuviéramos, como sociedad, locos, trasvestidos en Jokers con motosierra. Que era imposible que una troupe cuasi circense mal barajada por un titiritero maligno derrotara a los sueños compartidos por un pueblo, un crisol de razas, tricampeón mundial de fútbol, con un dios cuya mano aún veneramos. Que, sin ser los mejores (ni los peores) del mundo, hayamos comenzado nuestra historia echando a los invasores ingleses a puro aceite, y la terminemos avalando, de alguna manera, a quien confiesa admirar a aquella que, en nombre de esos mismos invasores, tanto mal nos hiciera, hace tan poco tiempo.

Quizá nos ganaron, quizá perdimos solos cuando dejamos a tantos y a tantas afuera. Recuerdo haber dicho e insistido hasta el cansancio que parte del voto “mileinial” era el voto de los excluidos, los cancelados, los despechados por esa especie de bullying que a veces toma la forma de aparentes reivindicaciones. Cuando los privilegios se disfrazan de derechos, los que quedan fuera de la fiesta se enojan. Y a veces el enojo enceguece, y lleva a elegir a aquellos que reparan la exclusión destruyendo todo, y de esta manera quedan “incluidos”… entre las ruinas.

“Lo del domingo fue un baldazo de agua fría, y ahora viene otro de agua caliente”, decía un amigo. “Si la tragedia se repite como farsa, esto que nos pasa ¿cuál de las dos venía a ser?”, se preguntaba otro, cabizbajo. “Era insoportable una inflación tan alta”, dictamina un tercero, sin explicar por qué, en tal caso, se votó a alguien que prometía una inflación más alta aún bajo el simpático nombre de “ajuste”. “Fue el voto del ‘que se vayan todos’", recitaba, cual mantra, una vecina, mientras el sumo Maurífice y su Patricia, lejos de irse como parte de ese "todos", parecían ser los dueños de la fiesta.

“No supimos escuchar”. “Escuchamos, pero no dimos bola”. "La culpa la tiene Alberto, Cristina, Massa, Dylan, la foto del cumpleaños en medio de la pandemia, la pandemia, Insaurralde, que no se aplicó la Ley de Medios, la Corte, la sequía, la guerra entre Ucrania y Rusia, el dólar, los barbijos…”. No me da el cuerpo para las seguramente muy sesudas explicaciones sociopsicoantropológicas que se darán en interesantísimos simposios, coloquios, jornadas, mesas romboidales, congresos y cursos que se organizarán al respecto. Perdimos.

“No hay que bajonearse”, se oye por ahí. Y no: ¡sí hay que bajonearse!, porque cuando se pierde, hay un duelo, y los duelos, si no se elaboran, siguen así forever golpeteando nuestra propia neurona desde el inconsciente. No digo “deprimirse”, pero ¿mirar para otro lado?

“Hay que estar todos juntos, este es el momento para los afectos”: otro imperativo oportunista. ¡Siempre es el momento para los afectos, siempre hay que estar juntos! ¿O de verdad necesitamos algún desastre que nos una, porque, si no, cada uno por su lado? Si así fuera, nos van a seguir ganando siempre, aunque más no sea para que nos juntemos.

La ultraderecha reconocida y autopercibida como tal ganó las elecciones en la República Argentina. ¿Se derechizó la sociedad? No lo sé. ¿Lograron los medios enfermónicos deslegitimar a todo lo que pueda percibirse progre? Quizá, quizá, quizá. ¿Vienen tiempos oscuros? Es muy probable, porque, además, la luz va a estar muy cara; nos lo avisaron antes, y los votaron igual. ¿Es cuestión de volver a caminar? Seguramente; es probable que el pasaje en bondi “sin subsidio” provoque un nuevo boom aeróbico. ¿Habrá violencia? Ruego que no la haya, aunque el sumo Maurífice ya llamó a “luchar contra los orcos” –quizá se vea como “el Señor de los Anillos"–, y tampoco sabemos cómo reaccionarán todes aquelles a quienes los váuchers prometidos les resulten más ásperos que el papel higiénico.

¿Es posible que “el cambio, lo nuevo” sea representado por la negación de la dictadura, la reivindicación de Thatcher, la destrucción de la propia moneda, la inclusión en el gobierno de quienes ya experimentaron con nosotros entre 2015 y 2019? No. Y, sin embargo, pasó. Perdimos.

¿Confundimos “derechos” con “distribución”? Es posible. Si alguien me dice que no es una disyuntiva, que se pueden hacer ambas cosas, mi respuesta será “por supuesto que sí…, cuando se hacen”. Cuando los derechos “tapan” la falta de distribución, es como si te comieras “un sticker de hamburguesa”…

Y les voy a decir, queridas, queridos y querides, lo que más me duele. No creo que podamos, que puedan, alegar “ignorancia”: el ahora electo dijo lo que iba a hacer. Vimos con quiénes se asoció. Desde que tengo uso de razón, este sería el cuarto período neoliberal de la Argentina: al primero nos llevaron por la fuerza (Videla-Massera-Martínez de Hoz); al segundo, por la traición (Menem-Cavallo); al tercero, por la mentira (Macri y Cía. diciendo: “Nadie va a perder lo que ya tiene"). A este que viene ahora fuimos solitos, llevados por el odio, el rencor, la exclusión.

Perdonen si en esta nota escasea el humor. Es, quizás, una invitación a que nos riamos (como podamos) de nosotros mismos. Quizás sea esa la manera real de empezar a cambiar algo.

Sugiero acompañar esta columna con el Video “No están locos” de Rudy Sanz, publicado hace dos años, como si fuera hace dos horas: