Un show sin concesiones. Eso fue lo que hilvanó Red Hot Chili Peppers en su vuelta a Buenos Aires. Al menos en la primera de sus dos fechas. Si bien venía haciendo más o menos la misma lista de temas en su gira latinoamericana, en la noche del viernes en cancha de River (repite el domingo en el mismo lugar) el grupo, de pronto, dio un giro radical. Lo que impactó en la propuesta de la performance. Y es que tuvo más sabor a ensayo a puertas abiertas que al típico recital. Los fans que acudieron a esa feligresía con ganas de encontrarse con algo distinto a lo ya visto en los anteriores desembarcos, volvieron a casa con la cabeza revolucionada. Mientras que los que esperaban el pogo compulsivo y el hit servido en bandeja, se quedaron con las ganas. Casi lindando la frustración. De lo que no hay duda es que a estas alturas de su carrera, justo en medio de la celebración de los 40 años de su fundación, los californianos siguen sorprendiendo.
Como el que avisa no traiciona, el cuarteto puso a circular el año pasado no uno sino dos álbumes de estudio con canciones inéditas en los que demostró que aún es fiel a su intuición y a ese funk rockeado (por momentos lisérgico y en otras ocasiones tajante) que bien supo patentar. Pero ajustados a su contemporaneidad. Ahora que sus integrantes trascendieron la barrera de las seis décadas, dosificaron la explosión. Esa tarea se la dejaron al integrante más joven, el guitarrista John Frusciante, quien, tras varias renuncias, se reincorporó a la banda en 2019. Esta fue la formación que grabó uno de los mejores discos de la historia del rock, amén de piedra fundacional del rock alternativo: Blood Sugar Sex Magik. Y 30 años después entendió que en la síntesis de sus diferencias está latente esa misma magia. Atractivo contraste en comparación a su última actuación local, cinco años atrás en el festival Lollapalooza Argentina.
Poco luego de las 21 fueron recibidos con una ovación Frusciante, el bajista Flea y el baterista Chad Smith. Este último ofició el inicio del recital una vez que golpeó el gong a sus espaldas. Se trató de la única vez que lo usó (algo idéntico a lo que sucedió con Morrissey en su intervención en el Personal Fest de 2004). Sin embargo, era la señal para que sus dos compañeros de acercaran hasta ese lugar del escenario. Entonces hicieron lo que fue una constante a lo largo de las dos horas de show: zaparon. Si el delirante Flea, a manera de calistenia, “slapeaba”, el violero invocó a su Divino Hendrix para sacarle un orgasmo a su instrumento. Todo esto ante la mirada atenta y cómplice de quien estaba detrás de los tambores. Esos cuatro minutos de improvisación ya parecían una canción en sí misma. Pero formalmente la primera fue “Can’t Stop”, clásico con la que el cantante Anthony Kiedis entró dando vueltas en círculo.
Apenas terminó, Flea se quedó rasgando sus cuerdas hasta que Frusciante desenfundó los acordes seminales de la popera “The Zephyr Song”, con la que le pusieron paños fríos a ese arranque. El bajista se tomó la potestad de recoger el guante entre tema y tema, generando una especie de loop continuo y también los climas. Ese fue otro de los rasgos al que los Peppers apelaron a lo largo del recital, amén del jam. El músico fue el primero en manifestarse ante la audiencia, al saludar, en español, a su madre en el cielo. Tras hacer “Dani California” (su videoclip es una parodia a la evolución de la cultura rock), esta vez con un énfasis soulero al estilo de The Ronettes, pusieron a prueba por primera vez en estos lares una de sus flamantes canciones: “Aquatic Mouth Dance”. Incluida en el primero de los dos álbumes que lanzaron el año pasado, Unlimited Love. A la que le secundó “Eddie”, de su otro disco de 2022, Return of the Dream Canteen.
Ambos temas dieron cuenta de la musicalidad del grupo de Los Angeles en esta época. Una, por cierto, todavía más sofisticada. Si el primero apuntaba hacia una relectura de su manera de comprender el funk, el otro revisitaba su entelequia pop (rozando en este caso el galope indie). Con Frusciante en calidad de link. Y es que paulatinamente se tornó un lujo ver al guitarrista en acción. No sólo tocando lo nuevo, sino también repasando su obra al lado de sus compañeros, como sucedió en “Throw Away Your Television”. A continuación, se animaron a rescatar uno de los lados B de Blood Sugar Sex Magik, “Soul To Squeeze”. Secundada por el groove psicodélico (de tradición californiana) “Parallel Universe”, a la que mecharon con esa suerte de R&B dramático “Strip My Mind”. Por más que Flea se puso al hombro la dirección musical, Chad Smith también tuvo varios pasajes protagónicos. Lo mismo que Frusciante.
De hecho, Kiedis se corrió a un costado de la batería para disfrutar del violero cantando y ejecutando la guitarra en el sinuoso “Terrapin”, cover de uno de los temas del primer disco solista de Syd Barrett, The Madcap Laughs (1970). A pocos días de que su ex compañero en Pink Floyd, Roger Waters, se presentara en el mismo predio. Pero hubo más guiños a las influencias del cuarteto. Como cuando comenzaron “Right on Time” con la introducción de “London Calling”, sempiterna canción de guerra de The Clash. En esa instancia del show, el fervor de la muchedumbre se estacionó. Por no decir que se pinchó. Se notaba a la legua que la banda había establecido su propia dinámica de show, al punto de que las escasas alocuciones públicas que tuvo el frontman sobre el escenario fueron con Flea. “¿En cuál planeta estás?”, le llegó a preguntar. A lo que el bajista contestó: “No lo sé. Estoy perdido”. Desopilante.
También hubo tributo para sus fundamentales Funkadelic, a través de “What Is Soul?”. Antes de esa instancia, Red Hot Chili Peppers había empezado a tocar otra vez para sus fans. Lo hicieron a partir de “Suck My Kiss”, que tuvo como previa la novel “The Heavy Wing”. Ahí aparecieron las mediáticas “Californication”, “Black Summer” y “By The Way”. Después de dejar el escenario junto al tecladista, escondido en el fondo de todo, esas 80 mil personas sedientas de más intentaban entender el concepto de este octavo show en la Argentina. Lo único cierto es que se esperaba que ese resto fuera demoledor. Al toque volvieron e hicieron la baladita de Blood Sugar Sex Magik, “I Could Have Lied”. En vez de “Under the Bridge”, que era la que todos esperaban. Pero cerraron con “Give It Away”. O más bien con una versión elástica y distorsionada de su himno. Y es que como versaba el sticker del bajo de Flea: hay que apoyar al freak que cada uno lleva consigo.