Una mano gigante y fantasmagórica de dedos finos y uñas puntiagudas pintadas de fucsia emerge del pantano; es tal vez el último gesto del ahogado por salvarse y al mismo tiempo la garra amenazante de la muerte que nos persigue, pero también la mano del artista que renace en todo su esplendor y monstruosidad desde el comienzo, manoteando el aire con la desesperación de no poder respirar bajo esas aguas, con el impulso vital de explotar en colores brillo y arcoíris, blanco, negro, ultravioleta y rosa chicle: “Me gustaría renacer / viajando en el 126 por Avenida San Juan / remera blanca desgastada a punto babé / cuello estirado / cadenita de plata con dije de fantasía / una piedra facetada de azul, engarzada en oro / oro de fantasía”, escribe Alzetta en el único poema que asoma entre los dibujos en lápiz y tinta y ocho páginas a todo color reproducidos en Paseo, uno de los libros más hermosos del mundo, publicado en la colección Serie Maravillosa Energía Universal, de la editorial rosarina Iván Rosado.
Hace dos años que Alzetta vive conectado a un tanque de oxígeno y un mes que está en una lista de espera de la Fundación Favaloro para recibir un trasplante pulmonar: “ando con una manguerita larga por toda la casa como un perro con correa. Ahí me dije ‘bueno, me pongo a hacer algo lindo de la vida’”. Desde entonces su obra entró en el que es quizás su período más fructífero, como los árboles rebosantes de frutas de la cueva donde Aladino encuentra su lámpara, unas frutas que al principio, piensa, son bolas de vidrio coloreado, pero que resultan estar hechas de piedras preciosas: perlas, nácar, rubíes, corales, esmeraldas, aguas marinas, zafiros, topacios, ópalos, turmalinas, azabaches…
“La pintura de Marcelo Alzetta -escribe Francisco Garamona en la solapa de Paseo- es prodigiosa y logra encender cualquier espacio con su paleta hipnótica y desenfrenada. Desde Tandil nos sostiene con sus maravillas: el mundo entero cabe en su obra, ese mundo que renace y que comienza desde que su pincel así lo dictamina”. El pincel de Alzetta tiembla como tiembla, por la sensación de ahogo, la mano de quien pinta; el color escapa a todo mandato del trazo, fluye, irradia vitalidad, y a la vez obedece y se organiza en figuras geométricas que devienen paisajes, personajes de fantasía. Su obra sostiene un diálogo amoroso con la de Marcelo Pombo, Gumier Maier y Fernanda Laguna, artistas que menciona entre sus influencias y son a su vez alcanzados por la belleza en la obra de Alzetta como en un paseo por un puente infinito: el perro que llora en blanco y negro dibujado con trazos trémulos y el perro de cuerpo prismático y tules brillantes, el hombre chicle rosa donde se hunden los objetos de la vida cotidiana, las palmeras enamoradas, gatos de cuerpos de círculos, pájaros romboidales, ojos, bocas, gotas vivas y ramas secas, botas y zapatos y “el mundo entero” emergen de pantanos y navegan sobre arcoíris caprichosos.
Quienes lean a tiempo esta nota, ojalá puedan pasar a mirar su muestra individual en la galería Walden y experimentar el aura irreproducible que surge de los estados más negros de la tristeza para estallar en éxtasis y amor.
La muestra se puede ver hasta el sábado 14 de octubre en Walden, Avenida Almirante Brown 808.