Hubo un tiempo, no tan lejano, en el cual el cine coreano era un universo absolutamente desconocido, incluso para los cinéfilos más avezados y cosmopolitas. Excepción a la regla, el de Im Kwon-taek, veterano realizador con una filmografía de más de cien películas realizadas entre 1962 y 2014, era el único nombre relativamente familiar entre los visitantes a los festivales más relevantes del mundo. Allí se acababa, casi, la frontera del conocimiento cabal de esa cinematografía. Todo eso comenzó a cambiar de manera veloz y radical hacia finales del siglo pasado y comienzos del XXI, cuando el boom del cine producido en la República de Corea (Corea del Sur, siguiendo el uso de la práctica habitual) tomó por asalto los encuentros cinematográficos y, un poco más lentamente pero de forma inexorable, los mercados comerciales globales. Eran los años del gran descubrimiento de Kim Ki-duk, Hong Sang-soo, Lee Chang-dong, Bong Joon-ho, Jee-woon Kim y Park Chan-wook, por nombrar apenas a un puñado de los cineastas más reconocidos, cuyas películas comenzaban a circular y a apasionar, al punto del fanatismo, a la cinefilia. Apenas veinte años más tarde, aquella etapa se antoja hoy tan extraña como lo era para el espectador de comienzos de milenio la anterior: el desembarco de la producción audiovisual surcoreana al mainstream ha tenido como resultado premios antes inimaginados, incluido el Tío Oscar, y generado una inagotable proliferación de películas y series en plataformas masivas como Netflix, que incluso le dedica un apartado especial en su diagrama algorítmico. Ni hablar de la explosión del K-Pop como fenómeno global, que ha merecido varios papers académicos dedicados a su impacto cultural.

En ese contexto, el reestreno en salas de cine a veinte años del lanzamiento original de Oldboy, el largometraje que hizo famoso en todo el mundo a Park Chan-wook, en copias restauradas a partir de los negativos originales, se transforma en una excelente oportunidad no sólo de volver a disfrutar de sus muchas virtudes sino de reflexionar sobre aquello que solía parecer exótico, al menos a los ojos de la mayoría, y que hoy es moneda corriente. La película que deslumbró a Quentin Tarantino en el Festival de Cannes, donde ganó el Gran Premio del Jurado no sin alguna que otra polémica, es un retrato estilizado del ”ojo por ojo, diente por diente”, un thriller amnésico en el cual el enrevesado ovillo narrativo comienza a desenrollarse a partir de pistas sutiles y puntos de contacto entre el presente y el pasado. La historia de un hombre encerrado durante quince años en una habitación sellada que, al salir en libertad, debe reencontrarse a sí mismo al tiempo que dilucida la responsabilidad del castigo para, a su vez, castigar a su autor. Oldboy es también el film que ofreció una de las imágenes más inolvidables del así llamado Nuevo Cine Coreano: la del actor Choi Min-sik devorándose un pulpo vivo en cámara, representación simbólica de todas las violencias físicas y psicológicas del relato.

Old Boy, de Park Chan-wook

EL MARTILLO Y EL BAILE

Park Chan-wook ya tenía en su haber cuatro películas previas cuando Oldboy lo catapultó al firmamento del cine de género con marcas autorales bien temperadas. De hecho, su tercer film, Joint Security Area (2000), un thriller militar y político ubicado en la zona de seguridad entre ambas Coreas, fue uno de los primeros grandes éxitos comerciales del incipiente boom coreano, en tanto que Sympathy for Mr. Vengeance (2002) inició una trilogía de títulos centrados en ese impulso tan humano e irrefrenable, el deseo de revancha, que siguió su derrotero en Oldboy y, un par de años más tarde, en Sympathy for Lady Vengeance. Pero Oldboy, con su precisa puesta en escena que recuerda, por momentos, al mejor Brian de Palma (en su vertiente hitchcockiana), y sus múltiples capas que van revelándose como si se tratara de una cebolla fresca, de esas que hacen llorar sin reservas, impactó de una manera mucho más frontal y poderosa en el imaginario del espectador cinematográfico. Dos décadas después, el film es un clásico moderno del cine surcoreano, y ha sido analizado al detalle en libros, blogs y cuentas de Youtube. En la publicación de autoría colectiva Cine coreano en argentina, publicado hace poco más de un año por el Centro Cultural Coreano de nuestro país y que puede descargarse de manera gratuita (https://argentina.korean-culture.org/es/464/board/191/read/117533 ), el periodista especializado Pablo Manzotti escribe que Oldboy es “un rompecabezas que altera la linealidad del relato: el sujeto que es liberado para vengarse y entender el motivo de su encarcelamiento es objeto de una venganza con germen precedente. Un relato concéntrico que opera sobre círculos narrativos que van del pasado al presente, un flashback oculto entre líneas que determina la lógica perversa de la acción. Como si los espectadores fueran Hansel y Gretel, el realizador deja pistas, migajas de cinefilia para que la obra cobre forma y la intriga sorprenda con la violencia extrema, tanto explícita como simbólica”. Así, la venganza que devora otra venganza y, en el camino, reinicia un círculo virtuoso/vicioso de revanchismo, se convierte en el leitmotiv del film de Park, que coquetea con la crítica social al tiempo que disfruta de los placeres catárticos desplegados en la pantalla. Una danza de violencia insolente.

Más allá de su inspiración en un manga (y de la olvidable en todo sentido remake estadounidense, pergeñada por Spike Lee en un piso de creatividad), la idea de Oldboy como película de acción es por demás falaz. Desde luego, allí está el celebérrimo plano-secuencia con travelling lateral de Oh Dae-su –el nombre del personaje principal, interpretado por Choi– enfrentándose martillo en mano a dos docenas de matones dispuestos a despacharlo, aunque el deliberado artificio de esa secuencia está más cerca del preciosismo teatral del cineasta japonés Seijun Suzuki que del cine de artes marciales puro o la super acción made in USA. El ojo de la tormenta que arrecia en la película tiene tanto o más que ver con las convulsiones internas, psicológicas, que con la manifestación explícita de la violencia. El camino de degradación que sigue el protagonista (sus protagonistas, en esa revelación radica parte de la gracia) incluye un descenso al interior de los recuerdos sepultados de la juventud (es entonces cuando se explican las razones del título) y la ruptura absoluta de uno de los tabúes centrales en la historia de la humanidad, elemento que ya había estado presente en su película anterior de manera indirecta, sugerida, pero que en Oldboy se hace carne penetrada. Entrevistado recientemente por el sitio RogerEbert.com a propósito del reestreno de la película, Park Chan-wook intentó dilucidar las razones por las cuales la violencia, la futilidad de la venganza y la posibilidad de la redención le interesaban particularmente en aquellos tiempos. “Posiblemente esté relacionado con mis amigos, los de mayor y los de menor edad que yo, que se levantaron y lucharon contra la dictadura militar durante mis años de estudios universitarios. Yo era débil y cobarde y no pude luchar de manera activa, y los corajudos fueron quienes terminaron sacrificándose ante esa violencia intensa. Fue entonces cuando comencé a interesarme en temas como la culpa, la venganza y la redención. La venganza es un tema clásico, mitológico. También lo es el incesto. Como ya había tocado el tema de la división de la península coreana en Joint Security Area y el conflicto de clases en Sympathy for Mr. Vengeance, no quería abordar otra cuestión social coyuntural. Me interesaba narra una historia más fundacional, primordial y universal. Y quería volcarme al romanticismo, no tanto al realismo. Quería contar una historia sobre el destino, la fatalidad”. 

Old Boy, de Park Chan-wook

LA GUERRA DE UN SOLO HOMBRE

Los caminos del cine de Park seguirían apostando a la aproximación personal a géneros por demás populares: la ciencia ficción en I'm a Cyborg, But That's OK (2006), el cine de vampiros en Thirst (2009), el melodrama histórico en La doncella (2016), el policial neo noir en la reciente La decisión de partir (2022), todas ellas marcadas, como la propia Oldboy, por el estilo barroco, rebosante de florituras, de la puesta en escena y, sobre todo, de los constantes giros narrativos, coescritos junto a su inseparable coguionista, Chung Seo-kyung. En la conversación periodística ya citada, el realizador recuerda el proceso de posproducción fotoquímica conocido como bleach bypass aplicado originalmente al negativo 35mm, cuyo resultado es una paleta de colores con saturación reducida y un contraste alto, parte inseparable de la estética del film. “Aunque suele pensarse que veinte años no son muchos en la vida de una obra, puede verse de esa manera en el caso de Oldboy, ya que se trata de una creación producida en una era en la cual las películas se filmaban y proyectaban en formato fílmico. En esta nueva versión restaurada no agregamos ni mejoramos absolutamente nada. Lo que sí intentamos hacer fue crear la versión más prístina posible sin alterar su estilo. El resultado puede parecer menos nítido que las películas actuales por esa misma razón: la imagen es granulosa, con alto contraste y poca saturación. Quizás esto no se alinea con mi sensibilidad estética actual, pero es en sí mismo un registro de esa época en particular”.

La de Oh Dae-su es la guerra de un solo hombre contra su victimario, que es al mismo tiempo la víctima de otros y de sí mismo. Una carrera contra el tiempo que sólo puede tener dos resultados: la extinción física absoluta o la vuelta a fojas cero de su memoria. En el tortuoso camino se topa con mafiosos de poca monta y altas ambiciones, al tiempo que la amputación (de dientes, de una mano, de los recuerdos) se reflejan en el tráfico de órganos ilegal de su film inmediatamente anterior, Sympathy for Mr. Vengeance. En ambas películas, además, la venganza se termina revelando inútil, destructiva al punto de la irreversibilidad. Y tan peligrosa como comer un pulpo tamaño XXL vivo, en plena capacidad de su fuerza tentacular. Pero Dae-su también cruza su camino con la chica del restaurante, quien lo cuida, cura y acompaña en las pesquisas; la joven amorosa cuya identidad no puede sino resultar mutante porque forma parte de la maldición que ha caído sobre el protagonista. En palabras de la crítica estadounidense Stephanie Zacharek, defensora de los méritos artísticos de Oldboy desde su estreno original, la película es “tan delicada como un copo de nieve y tan resistente como la huella de un dedo pulgar, y nunca podrá ser duplicada. Es una deslumbrante obra de arte pop, un producto de su época, tal vez, pero no solo un producto, estrictamente hablando. Oldboy nos devuelve a casa con mucho más de lo que traíamos encima antes de la proyección. Salimos del cine sabiendo que hemos experimentado algo, en lugar de simplemente sentir que nos han comprado o, peor aún, que hemos comprado algo”.