Cuando Mauricio Macri lanzó al aire su amenaza: “Los jóvenes no se van a quedar en casa y los orcos van a tener que medir muy bien cuando quieran hacer desmanes en la calle”, es probable que no supiera que estaba reviviendo al espíritu de Manuel Carlés, fundador y líder de la Liga Patriótica, que un siglo antes dijo: “Si hay extranjeros que, abusando de la condescendencia social, ultrajan el hogar de la patria, hay caballeros patriotas capaces de presentar su vida en holocausto contra la barbarie, para salvar la civilización”. Los sectores dominantes argentinos están dispuestos a probar viejos remedios para llevar adelante un modelo de país profundamente desigual y concentrado. El aire de familia entre estás dos declaraciones separadas por un siglo, no tiene nada de casual.
Estamos ante un fenómeno que no es nuevo en la historia argentina, grupos civiles de choque que se organizan para enfrentar a la resistencia popular, probadamente vinculados a grupos de poder. En el caso de los Copitos, increíblemente protegidos por abogados del PRO, por la jueza María Eugenia Capuchetti, con vasos comunicantes que llegan de manera evidente hasta Patricia Bullrich y su ex mano derecha Gerardo Milman. En esta línea, es inquietante que Bullrich ahora vuelva a estar al frente de la seguridad en Argentina.
Claramente referirse a los sectores populares cómo Orcos es un nuevo intento de deshumanizar a las víctimas de las políticas de ajuste que se vienen de forma inminente, procedimiento discursivo que opera cómo mirilla antes de disparar las balas.
Argentina es una tierra de abundancia en lo que a represión popular se refiere. Dictaduras a granel, abusos de las fuerzas de seguridad, desaparición de personas, cárceles indiscriminadas. Pero todos estos ejemplos citados tienen una característica en común: fueron llevados a cabo por fuerzas estatales dentro o fuera de la legalidad.
La novedad que anticipa Macri es que serán grupos irregulares los que saldrán a enfrentar las protestas. Lo dijo, con claridad temeraria, el militante de La Libertad Avanza, Marcos Chediek, cuando en un video que se hizo viral, a cara descubierta, amenazó a Juan Grabois: "Lleva chalecos, porque de este lado no hay balas de goma". La amenaza se refería a la posibilidad de que los movimientos sociales quieran ocupar la avenida 9 de julio en actos de protesta. En estos días han aparecido bibliotecas populares quemadas, locales partidarios con pintadas insultantes, una maestra golpeada en un colectivo por su elección de identidad sexual, infinidad de mensajes por las redes. Son muchas evidencias que nos están anticipando una nueva modalidad represiva y que, en el caos de interpretaciones posibles, Mauricio Macri le dio un sentido preciso.
Manuel Carlés fue un dirigente nacionalista porteño comisionado para desempeñar diferentes cargos oficiales entre 1898 y 1912. El 5 de abril de 1921 asumió el cargo de presidente de la Liga Patriótica Argentina, fundada el 19 de febrero de ese año. Desde esta organización protofascista se alentó la persecución de judíos, anarquistas, socialistas, comunistas y extranjeros. Se llevaron adelante multitud de atentados contra sindicatos y se dedicaron a romper huelgas. A imagen y semejanza de lo que ocurría en Italia con Mussolini, creó grupos civiles de choque formados por un heterogéneo grupo de jóvenes hijos de la oligarquía que querían “acción”, junto a sectores postergados y resentidos de toda calaña que le ponían en cuerpo a los choques en las calles.
Con el ascenso del fascismo en Italia y Alemania, se declaró admirador del régimen de Mussolini, junto con Roberto Noble, él fundador de Clarín, y Eduardo Señorans, fue uno de los organizadores del acto ocurrido el 10 de abril de 1938 para festejar la anexión de Austria a la Alemania nazi, “el Anschluss”, en el estadio Luna Park de Buenos Aires.
La Liga Patriótica Argentina, que ahora quieren revivir, recibía todo tipo de apoyo encubierto desde el estado, y los aportes de los más prestigiosos miembros de la oligarquía agroganadera. De su dilatada historia hay dos momentos que se destacan especialmente: la huelga de los Talleres Vassena, y la masacre en la llamada Patagonia rebelde.
El 7 de enero de 1919, el reclamo de los trabajadores de los talleres Vasena derivó en una represión sin precedentes, a cargo del Ejército, la policía y grupos de ultraderecha que durante una semana militarizaron la ciudad de Buenos Aires. Los metalúrgicos llamaron a la huelga de todo el gremio y estalló lo que pasaría a la historia como la Semana Trágica: un conflicto social de una magnitud sin antecedentes, que dejó cientos de muertos, el primer pogrom fuera de Europa y la politización de los militares, encargados de reprimir a los obreros.
Días más tarde, los principales bancos del país abrieron cuentas para depositar dinero a nombre de la flamante Liga Patriótica, una iniciativa que contó con el apoyo de la Bolsa de Comercio y la Sociedad Rural, entre otros grupos concentrados. Julio Godio, estudioso de la Semana Trágica, lo graficó así: “El gran capital extranjero y el nacional se coaligaban con el fin de contrarrestar la creciente combatividad y espíritu revolucionario de los trabajadores argentinos”. Cuando se formalizó la fundación de la Liga fue bajo el lema “Patria y Orden”. Entre apellidos como Martínez de Hoz y Nazar Anchorena figuraba el jefe de la represión: el general Dellepiane. Las acciones de la Liga Patriótica contaban con el visto bueno de la policía y generaron cientos de muertos, violaciones y saqueos.
Entre 1920 y 1922, en la provincia de Santa Cruz, una oleada de huelgas de trabajadores rurales puso en alerta a los miembros de la Liga. Manuel Carlés y varios centenares de seguidores se dirigieron al sur, se unieron a las fuerzas represivas del estado, y actuaron con una crueldad y desenfado poco común en un país en el que nunca faltó violencia. Se infiltraron en grupos políticos, denunciaron a los que colaboraban con los huelguistas, asesinaron trabajadores y fueron responsables directos de matanzas que se pudieron contar por miles.
Hay un consenso entre los historiadores que los han investigado, a diferencia de otros grupos fascistas, Carlés y la Liga Patriotica defendieron la democracia liberal como sistema político, buscando simplemente adoctrinar al inmigrante y a la clase obrera en general dentro del proyecto conservador, cuyo fin último era el del retorno al poder. No buscaron, como el fascismo, un estado totalitario y conductor, sino cuidar la supremacía del orden agroexportador, la vigencia de las jerarquías sociales, amenazadas en tiempos de revoluciones socialistas.
Durante el primer peronismo volvemos a encontrarnos con civiles antiperonistas actuando como fuerzas de choque. Además de una larga lista de atentados, fueron muy destacados estos comandos durante el intento de golpe de estado que ejecutó el bombardeo sobre la población en Plaza de mayo en 1955. Fueron civiles armados los que esperaban la orden para entrar ese día a la Casa Rosada, y fueron estos mismos grupos los que tomaron Radio Mitre y emitieron el comunicado que anunciaba falsamente la muerte de Perón.
El anuncio del cielo, se emparenta con las fuerzas del cielo, que es cómo les gusta autodefinirse a los militantes de LLA. Estos grupos, incentivados desde lo discursivo, financiados económicamente, cómo quedó expuesto con el grupo Caputo con Los Copitos, y protegidos judicialmente, son una amenaza muy seria no sólo a la democracia, sino a la vida misma de quienes si o si, no tendrán más remedio que salir a resistir.