Un año bastó para que el Primavera Sound Buenos Aires alterara su esencia. Es apenas la segunda vez que se hace acá el festival barcelonés, pero el volantazo temático -o mejor: generacional- fue el factor que distinguió esta edición recortada en un día y un poco más ajustada, hay que decirlo, en la programación.

La curaduría del año pasado le habló pura y exclusivamente a chicos y chicas indies contemporáneos de las bandas y artistas que se presentaron. El lineup de esta edición dialoga bastante con el pasado: The Cure, Slowdive, Pet Shop Boys, Beck, Róisín Murphy con sus temas de Moloko. Eso propicia un mix más heterogéneo, donde ayer los twinks alternativos y las pibas de pelos de colores no faltaron, pero se colaron también señores sin remera y pelados de barbas largas que, bajo el sol de las cinco de la tarde, se preguntaban quiénes eran esos cuatro pibes medio parcos sobre el escenario Heineken.

Black Midi | Foto: Alejandra Morasano

Los pibes eran Black Midi, el grupo math rock de ingleses que tocó por primera vez en Argentina este sábado. Con potencia desmedida y soportando un calor de trópico, la banda demostró su aguante para el vivo y puso a prueba al público a través de pasajes instrumentales exigentes.

"Tengo la oportunidad de verlos, pero tengo una indecisión con su música: me gusta, pero me satura y a veces no la disfruto, ¿alguien que ya los haya visto y me diga su experiencia?", consulta un comentario en un post de la banda en Instagram. Y ésa es la sensación que provocan la batería de Morgan Simpson y las guitarras de Geordie Greep y Cameron Picton: la de presenciar un experimento lúdico, una perfo estruendosa diseñada para mostrar el músculo de estos pibes de menos de 25 años.

Unas horas después, Slowdive daba otra cátedra de talento británico. El escenario Barcelona, bañado en atardecer naranja y alejado para los verdaderos indies, alojó el ritual imperturbable de la banda que por momentos lograba el trance. "Volver a los 20", le gritaba un hombre que no podía tener más de 30 años a su acompañante.

Eso provocó la formación liderada por Neil Halstead y Rachel Goswell, con su nostalgia embebida en sintetizadores y sus visuales de salvapantallas retro: tengas la edad que tengas y aunque no la hayas escuchado a los 20, su vivo fue un viaje casi hipnótico a ese preciso momento del pasado.

Slowdive | Foto: Alejandra Morasano

En paralelo al viaje en el tiempo, el escenario Heineken se teñía de rojo y azul para hacer carne, quizá por primera vez en el día, al presente. Pero no cualquier presente: el set de Él mató a un policía motorizado fue una autopsia del presente político, un procedimiento que puso en el centro de la escena las ilusiones que dejamos atrás y la nueva realidad que nos toca enfrentar tras el triunfo de la ultraderecha fascista en Argentina.

"Entiendo que no vas a aceptar que todo lo que viene es peor", cantaba Santiago Motorizado, con esa voz dulce que sólo recrudece sus advertencias apocalípticas. A pesar de la repetición en las letras, que lleva al extremo paródico la condición de banda platense melancólica, Él mató volvió a demostrar no sólo que puede hacer canciones reconocibles a partir de un mínimo riff de guitarra, sino que se encuentra en uno de los mejores momentos de su carrera.

El mató a un policía motorizado | Foto: Alejandra Morasano

Y si de presente político se trata, Dillom logró canalizar el primer grito colectivo de la noche: "Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta votó a Milei". No es casual que el canto haya surgido después del cover de Nos siguen pegando abajo, el himno que escribió Charly García en 1983 como antesala al desmoronamiento de la dictadura.

El rubio con baby face se despegó de sus rasgos más característicos y estrenó nueva pinta para el Primavera: bigote incipiente y un pelo más rojizo, el principio de una nueva era. El resto del outfit lo completó con campera de cuero, bermuda ancha de jean con una mano sobreimpresa en el bulto -palabra que le gusta repetir- y su "pancita de Heineken", que asomó cuando el calor -o la calentura- se tornó insoportable. El rapero vertebró su set alrededor de POST MORTEM y le imprimió un pulso aún más rockero, en ajustada sintonía con su condición de telonero de The Cure.

Con Muerejoven, K4 y III Quentin de invitados, Dillom también se paseó por los temas de su nuevo EP, AD HONOREM Vol. 1, y recordó por qué forma parte del rótulo de las jóvenes promesas. Detrás de las letras monotemáticas sobre el sexo, las drogas y la plata, de las referencias culturales que escupe con fluidez y en segundos, hay un performer comprometido que pone todo su cuerpo y toda su voz en función del espectáculo.

Dillom | Foto: Alejandra Morasano

En simultáneo, otra transgresora dejaba todo en el escenario. Róisín Murphy resultó tan magnética en su primera presentación en Argentina que fue imposible no entregarse ante el despliegue camp que ofreció la irlandesa en el escenario Barcelona. Incluso después de media hora de retraso, que le atribuyó a problemas técnicos. Así lo comunicó, en su clásico tono juguetón, mediante la pantalla: "Un momento por favor (we’re working on it)" y "The time is very nearly now…", rezaba la Helvetica apoteósica.

De naturaleza maximalista, Murphy se vistió de todos los tamaños y colores: arrancó con un vestido de bucles violeta sobre un conjunto sastrero turquesa y terminó con la ropa interior blanca sobre un mono negro pegado al cuerpo. Cambió de outfit en casi todas las canciones, manipulando su apariencia, bailando y cantando a la vez. El setlist de 11 temas aunó sus épocas de Moloko, el hit Overpowered, canciones de Hit Parade y la robótica Incapable, de Róisín Machine, en la única fiesta que hubo en toda la noche.

La rave que armó la cantante irlandesa sirvió como un fugaz recordatorio de que el festival, en esta discusión entre lo que es y no es, sigue siendo la comunión de los putos, los alternativos -había, incluso, una pantalla con una referencia directa al espíritu periférico del Primavera-, los que se ubican al margen de las preferencias socioculturales del mainstream.

The Cure | Foto: Alejandra Morasano

El cierre a cargo de The Cure formalizó el cambio que se veía venir desde el anuncio del lineup, allá por junio, respecto de la primera edición porteña del festival. Fue un show de dos horas y media (duración también atípica para una presentación festivalera, pero aún así menor a la de su show anterior en River) que reunió a unas 55 mil personas, pero la condición de headliner de The Cure marcó como público objetivo al contemporáneo de la formación británica, esa que escucharon por primera vez en los '80 y vieron por última vez en Argentina hace diez años.

Es cierto, también, que la predilección por la nostalgia permeó todos los aspectos de la cultura y favoreció la reaparición de artistas -legendarios como Robert Smith o no- en festivales diseñados, en primera instancia, para otro target: después de todo, la edición del año pasado la encabezaron Björk, Arctic Monkeys, Lorde y Travis Scott. Ese traslado fronterizo, igual, tiene sus beneficios: todos, fans ochentosos e indies contemporáneos, disfrutaron anoche de la formación bestial de los de Crawley y clásicos como Lovesong, Just Like Heaven o Boys Don't Cry.


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