“Volver a Argentina es siempre un encuentro con emociones básicas, de una fuerza superior”, dice Leonardo García Alarcón al comenzar la charla con Página/12. El director platense, artista de un pensamiento propio en torno a la revalorización de la música antigua y referente europeo en eso de establecer nuevas formas de diálogo entre distintos repertorios, regresa a Buenos Aires para ofrecer un concierto al frente de Capella Mediterránea, la orquesta que creó en 2005 en Suiza y desde entonces dirige. Hablando de “emociones básicas”, este lunes a las 20 en el Teatro Colón, García Alarcón y Capella Mediterránea pondrán en escena Pecados capitales, un concierto que compendia músicas de Claudio Monteverdi, con la participación de la soprano Mariana Flores, la mezzosoprano Coline Dutilleul, el contratenor Christopher Lowrey, los tenores Valerio Contaldo y Matthew Newlin y el bajo Andreas Wolf.
“La idea de ‘pecado capital’ es una invención medieval, que se desarrolló en particular en Italia a partir del siglo XII, en épocas del papa Gregorio VIII”, comenta García Alarcón. “Me interesaba rastrear esa idea, que se prolongó hasta el Renacimiento y que dejó una iconografía riquísima al respecto, en particular en Venecia, y traerla a esta época de puritanismo que vivimos. Me interesaba también el modo en que el teatro y la ópera fueron el lugar de representación de las bajezas humanas y me sorprendo por la manera que todavía hoy provocan una catarsis ante esos personajes que hacen lo que uno no puede o no debe hacer”, continua el director.
Avaricia, lujuria, pereza, ira, gula y otras esencias de lo humano se presentan a partir de fragmentos de L’incoronazione di Poppea, Il ritorno d’Ulisse in patria, L’Orfeo, además de motetes y madrigales de Selva morale e espirituale y otras fuentes, que en un juego de espejos inevitablemente revelan también las virtudes opuestas. “Monteverdi es una especie de Michelangelo de la música, por la síntesis que representa. Es un manierista que exacerba las formas del Renacimiento, llevándolas al centro de las emociones humanas sin medir las consecuencias. Tal vez por eso tuvo tan pocos amigos”, asegura García Alarcón. “Fue un tipo muy criticado por su música, que de distintas manera violentó las formas del contrapunto tradicional para poder expresar la emoción. Monteverdi no tuvo escrúpulos en hacer lo prohibido para llegar a sus objetivos expresivos”, agrega García Alarcón.
Esa nueva dimensión sonora para lo humano que impulsa Monteverdi es producto de un compositor que fluctuaba entre las cuestiones religiosas que debía atender como director de la basílica de San Marco y las tentaciones que ofrecía una ciudad licenciosa como la Venecia de inicios del siglo XVII. “En Venecia Monteverdi compuso música sacra, pero también obras como L’Incoronazione di Poppea, que es la primera ópera con sujeto histórico, pero sobre todo la más amoral, con dos personajes que representan el triunfo del deseo y el poder sobre todas las emociones humanas”, repasa García Alarcón. “Su música exasperaba hasta llegar a producir dolor físico. Hiperrealista y sofisticado, Monteverdi racionalizó las emociones humanas en música y nos dejó un compendio extraordinario, que representa los pecados capitales, pero también las virtudes”.
Ejercicios de memoria
Radicado en Suiza desde hace décadas –allí se formó en el Conservatorio de Ginebra y entró en el universo de la música antigua de la mano de Gabriel Garrido– García Alarcón dirige con frecuencia algunas de las orquestas más importantes de Europa. Su trabajo en torno a la música antigua es, entre otras cosas, un ejercicio de memoria. De eso da cuenta en una discografía con numerosos hallazgos, a los que llegó revolviendo en archivos, reconstruyendo horizontes e imaginando afinidades posibles. Una alquimia entre pasado y presente que prefiere explicar con ejemplos.
“No me interesa el polvo que una partitura acumuló a través del tiempo, sino cómo era cuando era nueva”, advierte el director. “Cuando en 2019 hicimos Las indias galantes de Rameau en la Ópera de París, los bailarines en un momento me dijeron que sentían que el compositor estaba presente en la sala. Del mismo modo, nuestra grabación de L’Orfeo de Monteverdi fue destacada por la crítica por cómo habíamos reavivado los colores. En este sentido me siento un músico americano, puedo entender el espíritu de la música antigua que se recompone y sigue vivo, por ejemplo en nuestro folklore. Es posible pensar los tonos humanos antiguos en relación a la tonada cuyana, acercar la zamba a las jácaras y a los lamentos tradicionales de las comedias de Calderón de la Barca. Cuando uno analiza los antiguos códex americanos descubre correspondencias entre lo europeo y lo nativo, que están en los ritmos, las melodías y los instrumentos. Eso en Europa murió. Allá no hay folklore vivo, como tenemos acá. Nuestro folklore tiene una profundidad y un vigor extraordinarios”, agrega.
Una paleontología musical
Al frente de Capella Mediterránea, García Alarcón es además el artífice del redescubrimiento de varias de las óperas de Francesco Cavalli. Como Eliogabalo, que puso en escena en la Ópera de París en 2016, Il Giasone, que ofreció en Ginebra en 2017, y Erismena, que fue parte de la programación del Festival de Aixen-Provence ese mismo año. Desde ese lugar de paleontólogo musical, el director es crítico de las corrientes de interpretación “históricamente informadas” que en las últimas décadas marcaron la práctica de la música antigua.
“¡Estoy absolutamente en contra de los museos!”, dice de golpe, casi sin dejar terminar la pregunta. “Lo que se escribió en los tratados antiguos ya lo estudiamos. Ahora se trata de observar lo que no se escribió en esos tratados y para mí es importante establecer parámetros constantes a través de la historia, indagar en el uso de los intervalos en función expresiva, por ejemplo, que desde el medioevo hasta las músicas populares actuales transmiten emociones muy similares. Indagar en lo que viene de la música misma. En general me guía el respeto por el compositor y por sus elecciones. Hacer reaparecer esas elecciones, revivir esa emoción, es uno de los milagros que nos permite la música”, explica.
“Acercarse a los instrumentos originales es maravilloso, pero no es todo. Me resulta cautivante también poder pensar en la muerte de Eurídice con bandoneón o Troilo tocado con la viola da gamba. Solamente la llave del conocimiento te permite perderte en esos laberintos y no confundir respeto con adulación”, continúa García Alarcón. “Desde Guillaume de Machaut hasta Schoenberg, nos guían las mismas emociones: el amor, el miedo a la muerte, al abandono, el dolor de la guerra y la tranquilidad de la paz. De eso se trata cantar, desde siempre. Esas emociones básicas encierran el secreto de cómo una música puede resucitar, en cualquier estilo. Por eso, como director, a los músicos les pido que traduzcan su virtuosismo en maleabilidad, que no se note que lo que están haciendo es técnicamente extraordinario. Que todo aparezca simple y natural, como respirar, que se note el margen para lo imprevisto de la emoción humana. Porque si nos sorprendemos a nosotros, podremos sorprender al público”.