mpulsado con toda la fuerza de su cuerpo hacia adelante, soltó la anillas para elevarse con varios de esos giros que desafían a la gravedad. En la última fase del vuelo volvió a colocar el cuerpo de manera vertical y orientó los pies para amortiguar el impacto. Pero el aterrizaje no fue sobre una colchoneta azul, sino primero en las tablas del teatro y luego en un set de televisión. Federico Molinari trascendió desde la gimnasia, con un logro inédito en la historia del olimpismo argentino, hacia el ámbito artístico en una adaptación que no estuvo exenta de miradas inquisidoras.
Los años de preparación y sacrifico que lo llevaron desde el Club San Jorge Mutual y Social, de Santa Fe, hasta las instalaciones del CeNARD desembocaron en una actuación sobresaliente en Londres 2012, cuando alcanzó la final en anillas. Anotarse entre los ocho mejores de un Juego Olímpico representó un hito para el deporte nacional. Ese recuerdo quedó grabado en su cuerpo: los anillos de los cinco colores, el año y el nombre de la ciudad británica están tatuados en su espalda, debajo del cuello. Aquel desempeño le abrió un camino inesperado que lo llevó a la televisión, en el programa Combate y con incursiones en el show de Marcelo Tinelli, y el teatro, al convertirse en una de las atracciones del espectáculo Stravaganza, de Flavio Mendoza.
“En el deporte, cuando hacés cosas diferentes te miran de reojo y hablan de vos. Pero la verdad que no me importó nunca. Siempre tuve en claro cuáles eran mis objetivos personales y deportivos, sin detenerme en cómo podían verlo los demás. Mientras la familia y los amigos estén de acuerdo, me alcanza para ir para adelante”, le aseguró Federico Molinari a Enganche desde Montreal, donde compitió en un nuevo Campeonato Mundial de Gimnasia Artística.
Sin soslayar la importancia de firmar contratos teatrales y televisivos, Molinari resalta que no fue el dinero el motivo de haber aceptado esas propuestas, sino una inquietud personal de abrirse a otros espacios: “Me sirvió para tener mayor conocimiento entre la gente y llevar a la gimnasia a otro plano, mucho más popular. Estuvo bueno haber hecho cosas distintas, como fue estar en la televisión y el teatro”. Incluso considera que a partir de ahí surgieron “otras posibilidades y otros caminos que seguramente no hubiesen aparecido aun con lo que había conseguido en Londres”. Ese diploma olímpico marcó el punto máximo de su trayectoria gimnástica y el despegue hacia el gran público: “Deportivamente fue lo más importante de mi vida. Fue el evento que soñé, de la manera esperada y en el momento justo; conseguí un rendimiento muy alto que me permitió llegar a algo tan importante como una final olímpica. Además significó también mi explosión mediática. Esa parte me ayudó a trascender y conseguir sponsors, como también a poder difundir mucho más la gimnasia”.
Lo que siguió después fuera de un gimnasio se trató de performances que, según reconoce, le sirvieron para mejorar a la hora de presentarse en los distintos campeonatos a partir de aprender a “manejar la presión de otra manera”, porque “hacer funciones de teatro todos los días ante mil personas fue bueno para controlar los nervios a la hora de la competencia”. “Me gustó la exposición que me dio y estuvo bueno mostrar algo nuevo artísticamente a través de la gimnasia. Fue una gran apuesta y me sentí cómodo. Si hoy no lo hago es por el costo familiar que implica una dedicación de tantas horas entre una cosa y la otra”. Y es que su vida se reparte entre su familia, con su mujer, Paula, y sus hijos, Valentino y Ciro; el trabajo solidario que lleva adelante; la administración de sus gimnasios; los entrenamientos diarios y la preparación como coach de una de las grandes apuestas de la gimnasia argentina, Julián Jato.
La carrera de Molinari es también la de un deportista con una mentalidad de hierro, capaz de sobreponerse a las más duras frustraciones. Así logró recuperarse de un golpe tan duro como fue haber quedado al margen de Río de Janeiro 2016 al competir con un tobillo maltrecho en el clasificatorio Mundial de Glasgow. Pero no lo iba a detener en el intento una lesión si no lo había hecho antes en los Juegos Panamericanos de 2007, cuando se rompió los ligamentos cruzados de una de sus rodillas y de todas maneras no se retiró del certamen. Sabe también de paciencia un atleta que desde la niñez hasta la adolescencia trabajó durante 10 años en hacer una figura, la del Cristo. Entonces consiguió ser campeón sudamericano menos de seis meses después de la cita olímpica carioca. Y tampoco le faltó arrojo: sin conformarse con una actuación que ya era extraordinaria, en su última tanda en Londres sabía que necesitaba una salida tan compleja como inmaculada en la caída para aspirar a una medalla; el intento fallido lo dejó en paz con sus aspiraciones.
Este año, otra vez demostró su vigencia al colgarse la medalla dorada el Panamericano de Lima. En Perú había finalizado segundo en la ronda clasificatoria, pero en la final se subió al escalón más alto del podio. El panorama parecía ideal para el siguiente desafío, pero el desempeño en Canadá lejos estuvo de conformarlo. La preparación para esa competencia tuvo un quiebre con la muerte de su entrenador, Vladimir Markarian. El último mes antes de viajar, los días de entrenamiento terminaban en la clínica donde estaba internado el ruso que marcó su carrera. El fallecimiento poco antes del Mundial lo afectó emocionalmente y los contratiempos en la preparación lo hicieron llegar sin la fuerza física ideal. Sin embargo, a los 33 años, este rosarino hincha de Central, todavía carga ese combustible competitivo que lo impulsa. “Chau Montreal, nos vemos en Doha”, publicó en su cuenta de Twitter antes de irse de Canadá, como un anuncio de que estará en el Mundial del año próximo en Oriente.
El mejor gimnasta argentino de la historia, que se especializó en anillas pero también se destacó en barras paralelas, suelo, arzones, salto y barra fija, no tuvo complejos para ser parte un espectáculo nocturno en la avenida Corrientes ni tampoco a la hora de que sus destrezas fuesen parte del entretenimiento televisivo. Federico Molinari unió la gimnasia, los escenarios teatrales y las cámaras de alta definición en una alquimia a la que supo combinar con el mejor resultado.