“La canción es como un encuentro posible con algún amigo de la infancia, pero también podría ser una charla frente al espejo con uno mismo”. Con esas palabras, Martín Elizalde definía el terreno por el que se movió durante más de dos décadas: la canción de autor. Sin embargo, Elizalde no se consideraba un cantautor, sino que se sentía un continuador de la tradición de solistas de rock. Admirador de Bob Dylan, Tom Waits, Charly García y Spinetta, el cantante, compositor y pianista era uno de esos artistas que creía en el equilibrio entre la letra y la música. Y en esa necesidad generacional de hacer cada vez mejores canciones, respetando los tiempos de la obra y la libertad creativa por sobre los designios del mercado y la moda. Desde el domingo, la canción argentina y urbana estás más huérfana: Elizalde murió en un accidente automovilístico en la Panamericana.

Una muerte inesperada y dolorosa para la escena independiente de Buenos Aires en particular y para la música argentina en general. De hecho, el músico se encontraba en plena actividad. El viernes había lanzado un single con la colaboración de Jorge Serrano, “Por qué rías”, que iba a formar parte de su próximo disco. Respetado y admirado por colegas y amantes de la música, Elizalde se hizo conocido en la escena musical al frente de la banda Falsos Profetas, un proyecto creado en 1996 y que a partir de 2001 publicó seis discos. En ese grupo, el músico expresó una identidad musical porteña que logró conjugar el rock, la canción rioplatense y el tango. Una línea musical y estética que luego profundizaría en su proyecto solista.

A los 13 años, empezó a tomar clases de piano “todavía aturdido” por discos como Nadie Sale Vivo de Aquí, de Andrés Calamaro; Instituciones, de Sui Generis; el primer disco de Los Abuelos de la Nada y un cóctel de canciones de Aquelarre, Pastoral, Pescado Rabioso, Invisible, Almendra, Serú Girán y toda esa primera generación de rock argentino. Cada tanto escuchaba los discos de tango de su padre: Goyeneche, Edmundo Rivero y Julio Sosa. En 2010, con la producción artística de Acho Estol, editó su primer disco solista, Amores de trinchera. En 2013, empezó a incursionar en el mundo de la producción y lanzó Chaparrón. En 2015, llegó el turno de La distancia perfecta. Luego le seguirían Llueve. Es de noche. Es verano (2017), La parte que olvidamos (2019) y A la hora del calor (2022).

"La idea sonora tiene que ver con buscar un espacio entre lo clásico y lo moderno”, decía Elizalde sobre sus últimos discos de estudio. “Estos últimos nueve años fueron muy intensos. Saqué ocho discos contando los de Falsos Profetas y mi proyecto solista”, le decía a Página/12 en 2019 sobre su fascinación por hacer obra. “La idea de sacar discos con esta frecuencia es para no ir guardando canciones para futuros discos; me gusta editar lo que tengo y elegir lo mejor en cada momento. A la vez pienso que es una época en la que tenemos que estar todo el tiempo haciendo malabares para encontrar el espacio para hacer cosas. Y esa sensación de asfixia me fue guiando a través de las canciones. Son cuestiones cotidianas pero trasladables a muchos a ámbitos diferentes. El miedo que siempre tengo es que la vida se vaya haciendo cada vez más angosta de visión, de inquietudes”.

En el interín, tuvo varios reencuentros con Falsos Profetas: volvieron a tocar en 2018 e incluso a comienzos de noviembre, en Niceto. “La misión de una canción o un disco en esta época es romper con ese blindaje emocional; lograr la conexión con otra persona es milagroso. Nos trajo un montón de beneficios Internet pero trato de conservar un espacio analógico. Antes no buscabas una reacción, antes vivías. Y después de que vivías, escribías. Hay demasiada ansiedad de exponer todo lo que hacemos, y la espera está buena”, decía Elizalde, un militante de la palabra y el encuentro presencial. Además de su trayectoria como músico, en 2014 publicó la novela No hay nada de romántico en Buenos Aires.