Llegar a la casa del Padre Paco no es fácil, pero entrar una vez que se llegó, sí. Si vas a la mañana lo mas posible es que lo veas afuera, lavando los platos de la noche anterior agachado sobre una palangana que tiene al lado de la puerta, mientras atiende también el teléfono con las llamadas mas variadas imaginables: desde un consejo o una necesidad sin resolver, hasta el pedido de una extremaunción.

La casa como tal, es un cuarto donde conviven fotos, recuerdos, libros, una cama en la que se apoya una carretilla, dos mesas pequeñas de las cuales una es para el mate, y tres sillas huérfanas. El techo de chapa sin forrar le promete un trabajo forzado al ventilador.

En medio de eso, Paco habla, se enoja, acelera, y a veces sonríe francamente porque “se terminó la semana de luto, ahora hay que seguir la lucha. Hay gente preguntando si fue un exabrupto, y no, no lo fue, yo dije lo que dije y lo reafirmo: ellos, los que propalan el odio, son fariseos”.

Después del tuit señalando a quienes votaron por Milei y amonestando a quienes inculcaron el odio en tanta gente, parecía que tras los apoyos y rechazos, se calmarían las cosas, pero no: un grupo, a quien el Padre Paco sabe vinculado al empresario Galperín, propuso hacer un asado “donde todos están invitados, incluso el Padre Paco”. Y él recogió el guante de la provocación, porque “claro que hay que responder, pero no como ellos, no con odio. La transformación es siempre desde el amor. Yo hubiera ido, pero tenia cosas importantes que hacer hoy, dos misas, ver a una gente que está con necesidades y terminar de construir esa casita. Va a ser un día largo y pesado”.

La casita es una casa de madera que está construyendo dentro de su lote para una pareja que quedó en la calle y cuya mujer está a punto de parir: “ya viene diciembre…quizá y sin saberlo, estamos construyendo un pesebre. ¡Mirá que linda idea!”

Desde las paredes de su casa, nos miran los retratos de Monseñor Romero, el Padre Mugica, el Obispo Angelelli, Evita, Los mártires del evangelio, Hebe y el Gauchito Gil, en cuya pintura se lee: “a mí también me mató la policía.”

Nacido en Málaga, llegó a la Argentina en 1987 a completar su seminario en Villa Devoto. Hijo de padre malagueño y madre mallorquina, nieto de anarquista, recuerda que su padre era conservador, y entre risas completa el reducido árbol familiar: ”mi padre sí, era conservador, y mi madre… ¡pues pensaba lo que pensaba mi padre! Pero eran gente muy buena, cariñosa y, sin hacernos faltar nada, austera”. De Málaga recuerda y echa de menos el mar al que “se iba caminando, nadie necesitaba nada para ir al mar, solo se iba. Los pobres tenían las mejores vacaciones garantizadas”.

Mientras acaricia uno de los dos perros rescatados que conviven con él, se monta de nuevo en la discusión, pero riéndose. ”Yo le respondí a Galperín diciéndole que está muy bien lo del asado, de hecho el símbolo de la biblia sobre el reino de Dios es un banquete donde todos y todas están invitados, pero vos hiciste tu empresa gracias a los subsidios que te dio el estado nacional, y te fuiste para no pagar impuestos. Eso no hace alguien responsable. Y si, lo del asado fue una provocación. Pero entiendo, los ricos intentan limpiar su conciencia, aunque sea un poco”.

Nada hace suponer que este cura de cincuenta y nueve años vaya a bajarse de la pelea. No después de haber visto todo lo que vio y vivió, porque “tengo en mi memoria recuerdos y luchas.”

De Paraguay recuerda “la tierra en manos de cuatro tipos, mientras los campesinos no tenían ni un pedacito de tierra”. De México, “los chicos en las calles, hechos mierda por las drogas y el trabajo de intentar recuperarlos ayudando a otros curas a armar una ONG para asistirlos. Es muy doloroso”.  Y así andaba dando batallas también por otros países: Uruguay, Haití, Colombia, “donde llegué como enfermero con el grupo francés de Médicos del Mundo y vi el odio de los paramilitares contra los indios y los negros y tuvimos que hacer la tarea de ayudar a los que eran echados de sus tierras. Nunca voy a olvidar el odio en esas miradas”. Y con eso adentro, atravesó la selva colombiana navegando con los desplazados el río Atrato, algo más chico que el histórico Magdalena o el potente Cauca, pero igual de caudaloso, llevando palos para reconstruir sus viviendas.

-¿Enfermero?

-Sí. Soy de profesión enfermero y abogado, pero esas son herramientas, yo soy y quiero ser cura.

Lo dice mientras se queda con los ojos recorriendo la biblioteca hacia la otra mesita donde reposan una remera con la frase del Obispo Angelelli “Yo no puedo predicar la resignación”, al lado de la exhortación apostólica Laudate Deum, el documento del Papa Francisco sobre la crisis climática, y de la nada recuerda a su hermana que “es igual que yo, y también anduvo por África con su marido que es cirujano...somos iguales, iguales.” Lo dice sin sacar los ojos celestes de la mesita mientras casi piensa en voz alta que ”soy poco paciente, es un defecto, lo sé. No les tengo paciencia. Quisiera ser más tranquilo, pero no me sale la resignación, como ese cura” y señala la remera con la frase de Angelelli mientras aprieta los labios asintiendo apenas con la cabeza. Y sonríe otro poco.

El teléfono dejó de sonar y eso ayuda a pensar al ritmo del ruido del mate, pero dura poco. ”Yo tengo que salir a la calle, así como salí en época de Macri. Mientras te calles y atiendas a las víctimas, no solo está todo bien sino que te van a llover billetes, porque los ricos necesitan calmar su conciencia, son las nuevas damas de la caridad, anteriores a Evita, y a mí me guía Evita. Yo quiero un cambio de estructuras desde la teología de la liberación y la opción por los pobres. Ese es el aporte. No basta atender las víctimas, hay que cambiar las cosas”. Y vuelve a montarse en la discusión que le ocupa la cabeza y ahí sí, el pecho levanta la voz: ”me quieren poner de kirchnerista fanático y quien me conoce sabe que vengo haciendo lo contrario a eso, toda mi vida, porque mi doctrina es esa. Me quieren poner ahí, y a veces me siento un boludo pero no me importa, voy a seguir haciendo lo que hice siempre y hago ahora: ocuparme de los pobres”.