Damon Albarn lleva dados más shows en Buenos Aires que Milo J. A primera lectura resulta un dato curioso, aunque tenga sentido por sus edades y trayectorias, pero eso no minimiza el hecho de que el inglés haya tocado tanto en Argentina. El de Morón, que tuvo explosión online en esta era de plataformas de streaming, dio algunos shows en su municipio, dos en Niceto Club, tocó ayer en el Primavera Sound y en 2024 hará al menos dos Movistar Arena. El de Londres, que tuvo explosión mediática en la era de los canales de música, vino a tocar una vez solo, dos con Gorillaz y cuatro con Blur, la última anoche en el Parque Sarmiento.

Entre la parsimonia del pibito y la manija del maduro se desplegó el verdadero espectro del Primavera, esas diferentes maneras de organizar el delivery, de plantar el espectáculo y de servir las canciones (y con ellas los conceptos, las revelaciones y las disputas que agitan). Si un festival permite hacer un raid de pruebas de músicas de orígenes y géneros distintos, por supuesto que deja además catar la variedad de formatos que delinean esas músicas.

Djs, bandas, orquestas, tríos, dúos, con o sin invitadxs, con o sin visuales, con una guitarra, con tres o sin ninguna, tomando mate en el escenario o tomando alguna cosa de una tacita de té, con gafas, con máscaras, con la luna en lo alto, los mosquitos en la jeta o el viento en las velas. En 20 años de permanentes festivales masivos en Argentina hemos visto pasar todo tipo de configuraciones instrumentales, todo tipo de tendencias. La edición debut del Primavera Sound Buenos Aires así lo mostró en 2022, con Hernán Cattaneo, El Doctor, una banda elemental como Pixies y Björk con una sección de cuerdas de más de 30 músicxs.

Pero este año llegamos al pico histórico de la música sin músicos, con instrumentos que suenan en escenarios y estudios sin instrumentistas presentes, con las colaboraciones que se pregraban y se lanzan sin vergüenza por altoparlantes. No fue el caso: las dos jornadas del Primavera Sound permitieron regodearse en las cuerdas, los parches y las gargantas en directo, desde bien temprano. Ayer, por ejemplo, desde las 14.30 se pudo ver a Virus, Turf, Viva Elástico, Ryan, Rayos Láser, Limón, Winona Riders y los visitantes OFF!. Sí, la banda pop-rock quedó como canon del festival. ¿La banda pop-rock como canon de lo alternativo?

La lista de los más escuchados de Spotify durante octubre se arma con The Weeknd, Taylor Swift, Drake, Bad Bunny, Rihanna, Ed Sheeran, Justin Bieber, Doja Cat, Dua Lipa y Billie Eilish. Acá, salvo la excepcionalidad Tan Biónica, los shows más grandes del año o de 2024 (a escala de estadios) son todo Duki, Nicki Nicole, Becerra, Lali. Entonces, si el Primavera Sound se jacta de mirada alternativa, en un punto tiene sentido.

Lara91k | Foto: Alejandra Morasano

Ni siquiera es algo que tenga que ver con la nomenclatura, con cómo se llama el proyecto. Lara91k, por ejemplo, es la investidura que se calza Lara Artesi para hacer música urbana trasnochada, deudora de su paso por Coral Casino, la dupla de hip hop, pop bailable y trap que tuvo con el productor Roque Ferrari (Roquefeller, Oro Dembow). En vivo, Lara pela banda, se cuelga la viola. Las máquinas de ritmos son máquinas maravillosas pero el pulso sostenido de la tocada humana es casi una experiencia religiosa. Si alguien miraba de lejos el recital sin escuchar mucho, hasta le podría haber parecido un toque de rock alternativo.

La propuesta visual y la sonora no tienen por qué condecir en literalidad ni sincronía. El par franco-texano de DOMi & JD Beck se veía como sonaba, tal vez porque ese lazo que tejían frente a frente, en espejo de teclado y batería, no podía generar algo que no sonara ágil y juguetón. Pero también se dirime mucho en la expectativa: habrá quien esperaba de Carly Rae Jepsen algo despojado, folkie; guitarra de caja y micrófono fijo en un pie. Y no, mi ciela, fue full jodita teen.

Milo J | Foto: Alejandra Morasano

Ese arco de dinámicas entre lo que se ve y lo que se escucha tiene un glitch en Milo J, una de esas personas que emite sonidos que no se corresponden con su cara, porte y look, una de esas personas que parecen fallas de la matrix vocal global. Si existen mundos paralelos, hay uno donde Milo conecta con Shaman Herrera y Anohni en vez de meter feats con Khea.

Milo J tiene un piso altísimo, marcado por esa voz singular pero también por un trasfondo de data mamada y por un sostén familiar. Pero tiene que entrenar la parada, la versatilidad y la dinámica. Es muy bueno tener un jeite sonoro, es preferible a no tener ninguno, aunque lo mejor es tener varios: la suma de algún instrumento en vivo, un cambio de intensidad. Algo. El show fue exageradamente despojado, y no alcanzó.

Evlay | Foto: Alejandra Morasano

Del otro lado del predio, pasando a Beck que ya catalizaba uno de los mejores shows del festival, Evlay montaba casi en paralelo a lo de Milo J uno de los recitales más llamativos, con un formato variable, tal vez extraño para quienes lo conocen por su trabajo con Wos y como productor de algunos artistas de rap y de música urbana.

Facundo Yalve se paró en el medio, atacando alternativamente guitarra, computadora y sintetizador, con una fusión de batería acústica y electrónica a la izquierda del escenario y un soporte de teclas, bajo y efectos desde el tercero en discordia, a la derecha del tablado. El trío electrónico mostró un pulso hardcore que puede conectar con Nine Inch Nails desde la intensidad instrumental, la utilización de las voces y los recursos tecnovisuales al servicio.

Beck | Foto: Alejandra Morasano

A diferencia del sábado, cuando El mató a un policía motorizado y Dillom ocuparon en horario central los escenarios principales, el domingo no hubo artistas locales entre los headliners. La noche en los escenarios Primavera y Heineken tuvo una clara vocación más revivalera que festivalera, en el sentido de haberse posado y recostado sobre la música del cierre del siglo pasado, más que sobre la de éste. Beck, Pet Shop Boys y Blur son, a sus propias maneras, flexiones memoriales de una cultura previa a la Internet de masas.

Beck sacudió hits de cristal, por los destellos y por la fragilidad emocional que expresan, con Loser como el himno generacional que subraya ese trazo. ¿Qué generación? También ésa que sabe lo que fue (o mejor dicho no fue) el Y2K. El promedio de edad de quienes fueron al festival, en algún lugar entre los 30s y 40s, derivó no sólo al tipo de reacciones a cada setlist sino fundamentalmente a una expresión visual, muy presente: se vieron outfits más funcionales, equiparando el criterio estético a los estándares de confortabilidad.

Neil Tennant, de Pet Shop Boys | Foto: Alejandra Morasano

Ahora, si se trata del punto de equilibrio entre moverse con clase y moverse con comodidad, qué pedazo de artistas que son los Pet Shop Boys, los verdaderos animales de la ecuación. La voz de Neil Tennant es impresionante (la de Beck también, la de Damon Albarn también, y la de Milo lo será también) pero más lo es la habilidad de Chris Lowe de ponerte a bailar cuando se comporta en escena como una persona que no conectó dos pasos en su vida.

Hit tras hit tras hit, tengas 20 u 80, tengas o no ganas de moverte. Estáticos, los Pet Shop Boys sueltan temas extáticos. Es una de esas bandas que, si hacen bien su trabajo, no importa qué morisqueta o vacilón hagan, qué película te cuenten o muestren; porque si hacen bien su trabajo vas a estar con los ojos cerrados o clavados en los de tu pareja o mirando al cielo en la inequívoca señal de agite, que es con la pera y los dedos para arriba.

Damon Albarn, de Blur | Foto: Alejandra Morasano

La cuarta visita de Blur también tuvo bardo, emoción, bronca (¡esa entrada trunca en The Universal!), sorpresa y angustia, por la insistencia de Damon Albarn acerca de que era "el último, el último". Al final, por posteos de la banda en redes se supo que era "el último del año". En su octava pasada por el país, el cantante no dejaba de exclamar: "Ay, Argentina, Argentina". Listones de un amor bilateral.

No hay máquina capaz de reemplazar lo que hace Graham Coxon con la guitarra cuando hace lo que hace con la guitarra. No hay, en la vida real, un algoritmo de predicción sobre el flujo libre de la mente y el cuerpo, la circulación de la savia del talento que no es otra cosa que la capacidad sobrenatural de adaptación al carácter caótico de la vida o de expresarlo. En criollo, talento es tanto sobrevivir a la locura como alimentarla y hacer de ella una forja.

Graham Coxon, de Blur | Foto: Alejandra Morasano

Si mediante Jarvis Cocker fue capaz Pulp de detectar y croniquear el desquicie presente en las dinámicas sociales, a través de Damon Albarn es capaz Blur de manifestar el autoboicot, las trampas de la mente. Hay una forma de leer el britpop muy livianamente donde Oasis vendría a encarnar lo asociado a la previa, Pulp lo ligado a la fiesta, y Blur a la mañana después, con todo y resaca, y con todas esas ganas de reconectar con lo elemental, con lo universal.

Blur pasó por Chile y Albarn habló sobre lo incorrecto de darle la confianza con el voto a la derecha negacionista. Albarn quiso decir varias veces algo sobre el escenario. Se contuvo. Empezó y frenó. Volvió a contenerse. Dijo algo sobre esto de que ya sabíamos que había dicho algunas cosas de política pero que anoche no, que era una noche para la unidad y el amor. "Ay, Argentina, Argentina", dijo una, dos, tres, cuatro veces. "Ay Argentina, Argentina."


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