"Puto y zurdito de mierda: decime que me queda más cómodo", le digo al novio de mi sobrina, en medio de un almuerzo familiar. Él es un chico de 24 años que no conozco tanto, para mí solo es el novio de mi sobrina y nada más, y también fue uno de los tantos votantes del presidente electo el pasado 19 de noviembre. El chico se queda mudo y no sabe qué responder. Me levanto de la mesa y tomo un vaso de agua. Pienso que no debería sentir tanto enojo pero no sé cómo se tramitan los sentimientos raros. Un halo de rabia me hierve en la nuca. 

Tengo dos tíos desaparecidos y una abuela Madre de Plaza de Mayo, que dedicó su vida entera a sostener la lucha y el legado que le dejaron sus hijos. Es extraño lidiar con una familia cuando las ideologías se vuelven divergentes. ¿Cómo se le pide a alguien que no conoce la historia de unx, que la entienda? ¿Sabe este chico de 24 años que la vicepresidenta que votó reivindica genocidas y niega los delitos de lesa humanidad? Si no lo sabe, me pregunto por qué no lo sabrá. En mi casa no quieren que haya discusiones por los aires que navegan sobre el techo de nuestro país. La no confrontación: una mueca un poco tibia pero que sin embargo trato de comprender. 

Yo confío en que existe un refugio en la ira. Una rabia chorreando trafica un elixir contra la tristeza. El inicio y el fin parecieran fundirse en este diciembre. La incertidumbre es un estado que ilumina el abismo al que nos acercamos, desconocemos el porvenir y eso, aunque no se quiera, un poco, amedrenta.

Las cosas que crecen dentro del cuerpo no tienen forma, son abstractas y lidiar con lo abstracto es muy cansador. Owen Hatherley dijo que “el resentimiento es la fuerza que se rehúsa a dejar que las heridas sanen” y en términos políticos es el primer motor para combatir los sentimientos de inferioridad.


¿A dónde están los reventados?

Estos meses que pasaron fueron demasiado contradictorios [para mí]. Vi al señor Milei apropiándose, en su campaña, de los cantos de las clases populares. Él se animó a vociferar frente a un micrófono, gritando: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo” y puso, en sus spots publicitarios, imágenes del estallido del 2001, cuando tuvimos 5 presidentes en 11 días. Usó videos de esa época, en la que yo tenía 11 años y todavía vivía con mi familia en Laferrere, donde nací y crecí. Me acuerdo de ese diciembre, en la mesa de la cocina de mi casa, con mis xadres discutiendo. Un verano de inquietud se comía los cimientos. Un estado de ánimo se filtraba por las venas de un hogar. Hoy, una afección similar aparece: Una discordancia absurda parece estar removiendo los cielos de la Argentina.

Vicente Luy escribió: ¿A dónde están los reventados / esos que iban a hacer un nuevo país; / no los muertos, nosotros? / Argentina, reino de la disociación. Pienso que los gestos de este hombre, el futuro presidente, fueron como un oxímoron con vida. Dos estructuras discursivas antagónicas convivieron en su boca, simulando el origen de un nuevo sentido. Por un lado, se exorcizaba, mediante él, un reclamo con bronca, basado en el dolor y la opresión popular, y por el otro, se estaba custodiando muy de cerca la prosperidad de una pequeña élite. Él funcionó de “héroe” exudante de violencia y gritos, algo que parece que a muchxs reconfortó. 

Los sentimientos colectivos, también, necesitan de un cuerpo [político] que acepte expresarlos. Y parece que las promesas de “cambio”, todavía, siguen sacudiendo a la mayoría de lxs argentinxs, hasta a las nuevas generaciones. Un halo de redundancia nos recorre de punta a punta. Un movimiento cíclico que marea y nubla la memoria. Una ilusión tácita viene a jugar con la esperanza nuestra.

Hace alrededor de una semana, el expresidente Macri comentó que se viene una experiencia que va a requerir de mucha “madurez” de nuestra parte. “Este señor viene con una motosierra y hay que apoyarlo”. ¿Me pregunto qué va a suceder con el consenso social ante el listado de ajustes, recortes y el espíritu (neo)nazi al que se viene aduciendo? Mark Fisher, en Los fantasmas de mi vida, habla de “voluntarismo mágico”: una creencia que se sostiene y se basa en convencer a las clases subordinadas de que la pobreza, el desempleo o la falta de oportunidades es culpa suya. Seríamos lxs “responsables de nuestra miseria y que, por lo tanto, la merecemos”.

Llegó un tiempo que muchxs imaginábamos imposible. Sin haber asumido, ya se desplegaron una serie de acciones violentas como la amenaza de bomba en el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. Vandalizaron un centro en Punta Indio y ya se escuchó el llamado mediático de Mauricio Macri pidiendo que las calles se incendien bajo un enfrentamiento civil entre libertarios y los orcos. No somos personajes de una saga, somos personas. Un pueblo que con sangre, muertes y trabajo conquistó derechos y no está dispuesto a renunciar a ellos.

Tengo una amiga que, hasta hace unos años, soñaba con Pinochet, a lo que yo siempre le decía: Esa también es nuestra batalla. El miedo aparece por algo que vemos y escuchamos, se discierne como objeto o como situación, se puede nombrar, se lo pone en palabras. El plan que invita, propicia y convoca a que la clase media y los sectores populares se maten entre sí, resulta macabro. Al terror se lo quiere infundir, haciéndolo surgir desde las propias vísceras de la sociedad.


Decidir luchar

Vivir atravesada por el miedo me está enseñando a trascenderlo, dijo Audre Lorde. La angustia, sin embargo, es un poco más difusa, creo que ella, hoy, más que nunca, necesita una militancia y una política de cuidado. La angustia es un sentimiento más feo que el miedo. Renata Salecl dice que la angustia es el verdadero obstáculo para el bienestar de las personas y que quienes se encuentran bajo el manto de ese sentimiento pueden quedar fácilmente paralizadxs como sujetos políticos. Y que, por desgracia, el aumento de la angustia contribuye al statu quo “porque quienes están constantemente preocupadxs por sí mismxs no suelen desafiar a los mecanismos del poder”.

Hace algunos días he decidido luchar / y la sola idea de lucha / me ha producido un cansancio tan infinito, escribió en su tiempo Juana Bignozzi.

En estos días que nos recorren, unx puede andar con el pecho nubloso. Es fácil caer en la tristeza y eso no está mal. Un nudo desde el corazón, que no se desenreda con sencillez, se respira y se traga como el aire de un recién nacido. Sé que la irreverencia es amable, y va a llegar. La tristeza puede mover montañas, dijo María Negroni. Y también dijo: Si sufro rítmicamente, si no me doy por vencida, tal vez logre desesperarme del todo y transformar el espanto en una máquina de resistir.

En la casa en la que vivía mi abuela, en su habitación, hay fotos de ella en Plaza de Mayo y hay fotos de mis tíos desaparecidos. Pienso que hay algo hermoso en lo que resiste. Es verdad, oponer un cuerpo o una fuerza a la acción violenta de otro carga una belleza de otro mundo, y eso no se quita.