Donald Trump reveló ayer que no descartará el acuerdo nuclear con Irán. En lugar de eso, le pedirá al Congreso que examine si Irán está cumpliendo con él. Tampoco exigió que el Congreso vuelva a imponer sanciones. En cambio, pidió que introduzca una legislación que las activará si se descubre que Teherán infringe los términos. El Congreso tiene 60 días para decidir sobre las medidas.
Trump amenazó con suspender todo el trato si el Congreso no introducía medidas punitivas. Esto habría sonado siniestro por parte de cualquier otro presidente, pero hay que tener en cuenta que él amenazó repetidas veces con retirar unilateralmente a Estados Unidos del acuerdo, junto con amenazas emitidas sobre una variedad de otros asuntos. El anuncio largamente esperado de que no certificaría el acuerdo nuclear con Irán debería, de acuerdo con su postura agresiva sobre el tema, convertirse en el catalizador de lo que él denominó el “peor trato jamás negociado”.
La consecuencia de la suspensión del tratado habría sido que la confianza en los acuerdos internacionales se habría evaporado. Irán hubiera sido forzado a aislarse con su gobierno reformista y hubiera corrido el riesgo de ser reemplazado por los intransigentes, inclinados a desarrollar un arsenal nuclear. Corea del Norte habría acelerado su propio programa nuclear y de misiles, alegando que no tenía sentido negociar porque Estados Unidos siempre podría renegar de lo acordado en el futuro. La proliferación continuaría extendiéndose entre los vecinos de Teherán en Medio Oriente, Turquía y posiblemente Egipto, que seguirían el mismo camino, y con Arabia Saudita, que supuestamente ya compró la bomba desde Pakistán, yendo a comprar más.
Sin embargo, tal como están las cosas ahora, un escenario tan terrible probablemente pueda evitarse. Es cierto que la negativa de Trump a certificar el cumplimiento iraní, basado en falsas excusas, puso gran presión sobre el acuerdo y las acusaciones que hizo contra Irán aumentarán aún más la tensión. Pero existe la posibilidad de que el acuerdo sobreviva y las acciones actuales del presidente de Estados Unidos pueden, irónicamente, ser un factor estabilizador en el futuro.
Otro aspecto recurrente de su administración, confusión y contradicción, apareció sobre el tema del Cuerpo de Guardias Revolucionarios Islámicos (IRGC) de Irán. El secretario de Estado, Rex Tillerson, había dicho a los periodistas en una sesión informativa el jueves por la noche que se utilizarían sanciones selectivas contra miembros individuales. Trump declaró que había ordenado al Tesoro de los Estados Unidos que sancionara a todo el cuerpo. No está claro qué significa realmente esta orden, ya que el Departamento de Estado enfatizó que no estaba designando a la organización como un grupo terrorista.
Trump dio su acostumbrado golpe directo a Barack Obama, culpándolo de los supuestos delitos de Irán. Acusó a Teherán de apoyar el terrorismo y destacó su apoyo al presidente sirio Bashar al Assad, a Hezbolá en el Líbano y a los houthis en Yemen. El lenguaje utilizado era inflamado, pero ya antes había hecho estos cargos.
La razón principal por la que Trump no pudo descartar el acuerdo es que está solo en esa postura, dejando aparte a unos pocos aliados desagradables. Los otros cinco signatarios del Plan de Acción Integral Conjunto (Jcpoa) –Alemania, Francia, Gran Bretaña, Rusia y China (el Grupo P5 + 1)– subrayaron en repetidas ocasiones que Irán está manteniendo su parte del acuerdo. Ayer, a los pocos minutos del discurso de Trump, Federica Mogherini, la jefa de política exterior de la Unión Europea, dijo que el acuerdo era “sólido” y que no había habido “violaciones de ninguno de los compromisos del acuerdo”.
Los personajes importantes en la administración de Trump (Tillerson; el secretario general de Defensa, James Mattis, y el asesor de Seguridad Nacional, el teniente general Henry McMaster) apoyaron el acuerdo. Curiosamente, estos tres eran halcones en Irán antes de que llegaran a sus puestos de responsabilidad y comenzaran a sopesar las evidencias.
Los republicanos en el Congreso que votaron en contra del acuerdo cuando llegó, hace dos años, así como los demócratas que lo rechazaron, ahora creen que debería mantenerse. Han sido intensamente presionados por Tillerson, el general Mattis y el teniente general McMaster, así como por diplomáticos occidentales como Sir Kim Darroch y Gérard Araud, (embajadores del Reino Unido y Francia, respectivamente). John Kerry, secretario de Estado de Obama, que jugó un papel clave en asegurar el acuerdo, se centró en ganar a los demócratas de la Cámara.
Entre los que instan a Trump a eliminar el acuerdo se destaca Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí. Cabe señalar, sin embargo, que está en desacuerdo sobre el tema con la mayoría de los expertos israelíes en inteligencia militar, la Dirección de Planificación de las Fuerzas de Defensa Israelíes, el Mossad, el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Comité de Energía Atómica. Como señaló el periódico israelí Haaretz: “Todos los cuerpos de inteligencia que se ocupan del problema iraní están unidos en la opinión de que desde que se firmó el acuerdo en Viena, no se sabe que Irán violara una sola cláusula. Además, la comunidad de inteligencia israelí no tiene pruebas de que los iraníes hayan reanudado su proyecto nuclear y hayan roto sus compromisos”. El respaldo para el acuerdo también proviene de Ehud Barak, el ex primer ministro conocido por sus puntos de vista halconianos sobre Irán.
Luego están, por supuesto, los sauditas. Están liderando una alianza sunnita comprometida en amarga lucha sectaria contra el Irán chiíta y se han opuesto enérgicamente al acercamiento de Teherán a la comunidad internacional. La primera visita oficial de Trump después de llegar a la Casa Blanca fue a Riyadh, básicamente un viaje para vender armas a los estados del Golfo, donde castigó a Irán por una serie de supuestas transgresiones. Pero los sauditas ahora están ocupados en un prolongado enfrentamiento con los sunnitas de Qatar, enfrentamiento que no muestra señales de tener un claro ganador por ahora, y que Irán ha explotado al poner a Qatar de su lado. Significativamente, mientras Trump tuiteó los ataques contra Qatar en el enfrentamiento con los sauditas, Tillerson y Mattis hicieron una demostración pública de apoyo a Qatar y mostrando de esta manera una posición estadounidense más matizada.
Los sauditas han expresado su descontento; un ejemplo destacado de esto fue la repentina visita del rey Salman a Vladimir Putin en Moscú, y la compra de un gran número de misiles S-400 tierra-aire. Pero el hecho indiscutible es que la influencia saudita en Washington no es suficiente en este momento para hacer colapsar totalmente el acuerdo nuclear.
La alianza doméstica que alentó a Trump a desbaratar el acuerdo está formada por Steve Bannon y las personas a su alrededor; los grupos de presión israelíes de derecha; John Bolton, súper halcón y uno de los arquitectos de la invasión de Irak, y algunas figuras destacadas en Fox News. Bolton no es miembro de la administración; Bannon fue despedido de la Casa Blanca. Con sus altos funcionarios en desacuerdo con él, el presidente de Estados Unidos recurrió a Sean Hannity para pedirle consejo. Pero el anfitrión del programa de entrevistas de Fox no parece tener el poder suficiente para dar forma a la política general de Irán.
Los iraníes se quejan de que Trump está socavando el acuerdo. Pero, en privado, los funcionarios reconocen que podría haber sido mucho peor. También se han sentido alentados por el nivel de apoyo que recibieron de otros miembros de P5 + 1, incluidos los debates sobre los pasos que se pueden tomar si las sanciones de Estados Unidos llegan eventualmente, y Washington se retira del Jcpoa.
Pero hay posibles trampas por delante con lo que sucede con el IRGC. Las sanciones contra el programa de misiles de Irán también serían fuertemente resistidas por Teherán, aunque algunos funcionarios indicaron que las conversaciones pueden celebrarse sobre la base de un tratado internacional sobre misiles. También podría haber problemas con cualquier intento de redibujar la disposición de “objetivo y plazo cumplidos”, en virtud de la cual las restricciones al programa nuclear de Irán se eliminan por etapas.
Existe un consenso creciente en que estos problemas espinosos pueden resolverse con mayor facilidad si Trump no insiste en la posición de tener que certificar el cumplimiento iraní cada 90 días. La regla fue presentada para garantizar que el presidente Obama pudiera anular cualquier disposición de un Congreso hostil sobre el tema. La situación ahora, por supuesto, es muy diferente. El teniente general McMaster, según un informe, habló de esto con algunos senadores y congresistas, y les planteó que, efectivamente, dejar el asunto al Congreso significaría que si Trump “no tiene que verlo, no podrá matarlo”
Después de emitir insultos floridos y las amenazas de romper el acuerdo con Irán durante mucho tiempo, el primer acto de Donald Trump sobre esto como presidente puede terminar, a la larga, ayudando realmente a salvar el acuerdo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.