Para que esta historia naciera y su autora aceptara escribirla(se) existieron dos momentos. Uno fue durante la pandemia cuando decidió junto con una amiga generar un grupo de escritura que recuperara en clave literaria sus experiencias menstruales. Lo llamaron "Escrituras sangrantes". Armaron encuentros virtuales pero las escrituras tardaban en llegaban o no llegaban. Entonces Natalia pensó: “Voy a escribir esto que tengo metido adentro hace mucho para ver qué pasa”. Así nació La fórmula de la mariposa. O ensayo frustrado sobre la menstruación. Luego vino otro momento, mucho más singular y propio. “Un momento más raro quizá”, describe. Fue cuando por una serie de conexiones azarosas y no tanto, se encontró con Flor Monfort, que acompañó la escritura.
Se enfrentó entonces con la reescritura de aquel texto, aunque en una clave mucho más distante. “Distancia fue en ese preciso punto una palabra preciosa para mí. Porque esa escritura era otra y como una amiga amorosa, está ahí, cerquita, pero no sos vos”, define la autora. Y sigue: “Ese momento, aunque tardío y posterior fue también el germen y la aceptación de esta historia. Al final se escribe siempre con el prefijo adelante”, analiza. Más tarde aparecieron el deseo, las ganas y la intención de darla a conocer. “Hay una historia de abusos ahí”, dice. “Esta fue mi forma de contarla y mi herramienta para dejarla salir. Sentí que, en gran medida, publicarla era parte de una responsabilidad.”
La fórmula de la mariposa cuenta una experiencia singular, una experiencia que parte del cuerpo, ¿cómo fue madurar esta historia, elaborarla? ¿Y qué es madurar hoy, a la distancia?
--Vuelvo a lo de la re-escritura (siempre el prefijo) con lo de madurar, porque siento que ahí está la clave. El texto brotó rápido y creció despacio. Pero ese ritmo de crecimiento no fue despacio por lento sino porque se permitió el espacio. El espacio entre escribir y leer, leer y compartir, compartir y reescribir, reescribir y leer, y así. Fui madurando una historia que pasó de estar en carne viva al extrañamiento. Y lo genial para mí es que gracias a ese proceso entendí algunas cosas sobre madurar. Madurar suele ser una palabra sobrestimada y un concepto sobrevaluado, quizá porque en este mundo híper-productivo en el que vivimos, madurar es sinónimo de seriedad y de éxito. Yo pienso que madurar es otra cosa, algo así como aprender a resolver nuestros pequeños dramas y los grandes dramas ajenos, con la sabiduría limpia de la infancia.
En una parte de la novela, la narradora dice que no es que cada familia tenga una historia, sino que la historia es una familia.
-.¿Y no es un poco así? Qué somos sino la parte de un engranaje de afectos, malos o buenos. Hay historias que pesan, mucho, pero una no puede dejar la carga a mitad de camino y continuar como si nada, porque, fundamentalmente, es parte de la carga. Así que lo mejor, creo, es buscarle la vuelta…y escribir.
La sangre habla (y se escribe)
Tu escritura se hace presente mientras el hilo de la sangre menstrual corre también entre las páginas: baja, aparece, se retira, vuelve.
--El hilo de la sangre loca. Llevamos una sangre única adentro. Soy esencialista con esto pero es así. Esta sangre loca que nos forma es pura potencia, por eso la controlan tanto, ¿no? Una escritura venida de ahí debería poder dar cuenta de todo esto. No sé si yo lo logro, pero lo pienso. Una escritura feminista y loca es un montón. ¿Cómo hacemos para corrernos del canon y escribir bajo otras lógicas? No creo que se trate de acudir siempre a los mismos tópicos, no es suficiente con eso. Una escritura feminista y loca pide otra cosa.
Casi morir para nacer de nuevo y el problema del cuerpo -siempre- que se corre de un sitio a otro, de una geografía corporal a otra. ¿Cuánto del cuerpo es territorio para la escritura?
--La escritura es cuerpo, no hay otra. Cuando escribimos es el cuerpo. Siempre se trata del cuerpo.
Hay una primera parte donde aparecen las vivencias de no comer, aguantar, sentirse morir. Y otra parte de hacerse de una estrategia, de una nueva posibilidad: bombardeos de placer, comer, coger. Con tu escritura atravesás tabúes, vergüenzas, abusos, mitos, y ofrecés otra mirada, la tuya, la que más importa.
--Mi experiencia singular, por cierto, pero intuyo, también compartida. Cuando estaba en la secundaria, hace mucho, y todo el mundo sabía que no comía, pero de la anorexia se hablaba en susurros, una compañera, hermosa ella, bailarina, se me acercó un día -no hablábamos mucho- y me contó que vomitaba. Me dio detalles minúsculos, fue casi una confesión. Creo que buscaba algún entendimiento. O no, buscaba reconocimiento, algo así como “estamos en la misma”. No supe qué decirle y ella se alejó. Lo singular para nosotras siempre ha sido colectivo.
Transformás ese denominador común, el de la menstruación y le das consistencia, le das vida, le das alas, no para que quede la mancha en la toallita, alas que se vean, alas que se van, que discurren, sin reducir el resultado sino multiplicando los sentidos.
--¡Qué linda esta reflexión! Las alas de la mariposa, y su fórmula. Mirá, qué bueno el juego que proponés. Las toallitas con alas no han servido más que para sujetarnos, quizá debiéramos mandarlas a volar.
¿A qué se parece escribir hoy?
--Escribir es para mí parte de vivir, o vivir. No hoy, siempre. En más o en menos necesito escribir. Es lo que tuve a mano, al final, para armarme una salida. Aunque nadie me lea, aun si me leen y no gusta, incluso sabiendo que no es rentable, no puedo dejar de escribir.