El 24 de abril de este año, leímos las declaraciones de la jefa del Comando Sur de EE.UU., Laura Richardson, en un video grabado en enero para un evento del Atlantic Council, un thinktank vinculado a la OTAN. "¿Por qué es importante América Latina?", fue su pregunta retórica. Destacó ante todo "el triángulo del litio", una zona estratégica que comparten Argentina, Bolivia y Chile, donde se produce esa materia prima "necesaria hoy en día para la tecnología".
Otro aspecto que resaltó fue la concentración de "las reservas de petróleo mas grandes" y "los pulmones del mundo". Se refería al Amazonas, el cobre y oro de Venezuela, entre otros. "¿Por qué es importante esta región? Con todos sus ricos recursos y elementos de tierras poco comunes (...) Tenemos 31 por ciento del agua dulce del mundo. Con ese inventario, a Estados Unidos le queda mucho por hacer, esta región importa ya que tiene mucho que ver con la seguridad nacional y tenemos que intensificar nuestro juego", concluyó.
¿Qué sucedió desde entonces? El gobierno argentino, a través de sus representantes calló. Cristina Kirchner hizo una mención de estas declaraciones en alguna de sus intervenciones públicas. Sin embargo, esto no fue incluido en alguna narrativa que permitiera enhebrar pasado, presente y futuro. Por omisión, se ha hecho lo suficiente para que ahora obtengan, tal como LR ha dicho, esos recursos, luego de “intensificar” su “juego”. Veamos cómo ellos lo intensificaron, en tanto el gobierno ni siquiera pudo hacer un hilo narrativo en las campañas para que esto se tuviera claro. Ellos sí cumplieron. Ya no golpes militares, ahora movidas judiciales y toma de poder por parte, incluso, de perdedores en las urnas. Lo importante se ha logrado: la narrativa que han creado, que eso es “intensificar nuestro juego”, ha llegado al poder y con los votos que logró con ese “juego”. Es una operación limpia y contundente. Lo “nuevo” puede tener incluso la cara de los viejos vendedores del país. El Estado protector es el ladrón y los privados han pasado a ser los nuevos héroes que vendrán a salvar a la patria. La corrupción estatal ha logrado, vía esa narrativa, eclipsar a la delincuencia de guante blanco, la que se lleva puesto todo. Todo ha sido empaquetado con suficiente cuidado como para poder ser deseado y comprado como la mejor opción.
Conquistar es, ante todo, conquistar la subjetividad y la cultura que la enmarca. Eso es lo que viene sucediendo desde el pasaje de la era analógica a la digital. Ese trabajo se ha intensificado y ha sido aprovechado para esta construcción. La cultura de las pantallas ha venido a diseñar la era del zapping vertiginoso, la sucesión y el impacto de las imágenes, la omisión de la palabra explicativa, descriptiva, el surfeo incansable y con prescindencia del buceo, como diría Alessandro Baricco. Me he ocupado --desde hace muchos años, extensa e intensamente-- de la intervención peligrosa que, así, opera en la constitución misma de la subjetividad infantil. Ahora podemos ver su alcance destructivo en los adolescentes que sostienen que el cambio es bueno, sin siquiera poder advertir o explicar a qué se refieren ni sospechar que han comprado un caballo de Troya. El uso de las redes, el impacto de TikTok en ellos ha sido definitorio. Algunos han criticado al oficialismo por no haber usado los mismos medios. Es, a mi criterio, un error menor. No se ha valorado cómo se da la escucha y cómo se tramita el mensaje desde estas subjetividades formateadas por la comunicación digital.
Los obstáculos para la comprensión de un texto, la impaciencia ante lo que no llega inmediatamente, la insatisfacción constante que promueve el ritmo de las pantallas y que impulsa a la búsqueda de nuevos estímulos sin que medie la elaboración y mucho menos la crítica son rasgos que vienen muy bien al “juego” que necesitaban Laura Richardson y sus bandidos, incluso sus socios locales. Las respuestas privilegiadas, cuando está así obstaculizada la tramitación subjetiva, son las violentas. Lo vemos en peleas entre muchos adolescentes, algunas mortales. Es un peligro latente en relación con la administración que se viene. Ya lo advirtió/promovió Macri, con total prescindencia del derecho de libre expresión y protesta pacífica que garantiza la Constitución. La democracia --por el contrario-- crece en la conversación, necesita de la palabra que cuenta, que historiza.
Podemos --y sería la vertiente que convendría al peronismo-- comprender el eje, la base del voto bronca, en la miseria y la exclusión y diseñar estrategias que las abarquen, pero no es el punto que me ocupa. Lo que quiero rescatar es el valor de la narrativa, la que puede trazar un hilo entre el antes y el después y lanzar ese hilo hacia la probabilidad del futuro. Ver de qué modo insertar nuevamente la narrativa en la crianza, en la escolaridad y en la difusión de ideas es una tarea impostergable. Francia y Suecia han vuelto a los libros como medio privilegiado de aprendizaje escolar, en detrimento del tiempo de exposición a las pantallas. El libro permite eludir la prisa y la simultaneidad de la virtualidad. Es el medio en el que reina la narrativa y en el que el lector es sujeto --y no objeto de una sucesión veloz de estímulos-- incluso para criticar, gracias a la lentitud que necesita la lectura. El decir audaz de Barthes, quien ubica al lector como auténtico autor, cierne este punto entre el lugar de objeto del niño sometido al jueguito de la computadora y afianzando su destreza ojo/mano y el mundo que se abre a la imaginación y la creación cuando las palabras cuentan y hay que trabajar para armar el sentido que se desprende de ellas. La poesía --extremando los términos que quiero subrayar-- sería, entonces, la mejor aliada de la democracia porque es la que exige la creación de un lector autor. ¿Cómo, si no, entender que la dictadura haya prohibido obra de María Elena Walsh?
María Cristina Oleaga es psicoanalista.