La gran proliferación que en la actualidad tienen las llamadas “narrativas vivenciales” tanto en los ámbitos académicos, bajo la forma de “Testimonios” referidos fundamentalmente a la experiencia política de los años ’60 y ’70, como así también la presencia que en la cultura contemporánea tienen las “autobiografías”, “diarios íntimos”, “relatos de vida” nos lleva a considerar algunas preguntas tales como: ¿Cuáles son las coordenadas del sujeto supuesto y exhibido en estas narrativas que toman como argumento de autoridad de su relato la “vivencia personal”? y ¿Qué estatuto tiene ese “sí mismo” autorreferencial? Desde la enseñanza de Jacques Lacan consideramos dos términos para situar estas cuestiones planteadas, la estructura y el nudo.

La estructura como “máquina original” que pone en escena al sujeto y el nudo borromeo implicará un instante donde el lazo entre los registros (real, simbólico, imaginario) se establece como respuesta a su desanudamiento de partida. Cada quién hará su nudo, como una manera de exorcizar, responder a lo Unheimlich (inquietante familiaridad) que se presenta cada tanto sin previo aviso.

En cuanto a la estructura, en la denominada “primera enseñanza de Jacques Lacan”, existe un fuerte apoyo conceptual en la dialéctica hegeliana donde el término experiencia, entre otras cuestiones, servirá para trazar el curso de un análisis. Se advertirá entonces que en este primer avance no se trata de la “vivencia” (Erlebnis: término inscripto en la tradición hermenéutica fenomenológica). Una cuestión que haremos deslizar por lo tanto es la siguiente: ¿Qué estructura guarda una formalización que toma a la experiencia como referencia? y que se sirve de un género (el testimonio) más afín a la tradición literaria, religiosa, jurídica que al discurso de la ciencia.

A su vez, desde otra perspectiva, Beatriz Sarlo en su libro Tiempo pasado. Memoria y giro subjetivo plantea un problema afín al mencionado. Se tratará en ese texto de la puesta en escena de diversas posiciones teóricas respecto a los testimonios relacionados a la violencia política de la década del ’70 y más específicamente a los relatos que toman como referente el genocidio realizado por la última dictadura militar en nuestro país. La autora, en el segundo capítulo del libro, instala en su reflexión los términos “sujeto” y “experiencia” para precipitar una serie de preguntas. Consideraremos cuatro agrupadas en dos partes. Las dos primeras en nuestra clasificación plantean: ¿Qué relato de la experiencia está en condiciones de evadir la construcción ante la fijeza de la puesta en discurso y la movilidad de lo vivido?”, ¿La experiencia se disuelve o se conserva en el relato?

Nuestro propósito no es otro que establecer un contrapunto desde el psicoanálisis. El relato, la escritura en psicoanálisis de la experiencia tiene una doble entrada: por un lado, lo que atañe a una escritura que emplea ciertos principios del discurso científico y por otro, es una escritura que no solamente no escamotea la enunciación, la marca de un estilo, sino que fundamentalmente se hace con ella. El estilo articularía entonces lo más singular de quién lo está enunciando. Los matemas en sí mismos son mudos hace falta que alguien los enuncie y la manera que uno utiliza para decirlo llevará implícita el impasse de su composición. 

Por lo tanto, no se trata de la “fijeza” en el sentido de clausura de lo real sino de la posibilidad de que lo real, “fragmentos de lo real” se toquen a través de un escrito. En cuanto a la idea de que lo vivido en sí mismo cuenta con una movilidad se concibe desde una cierta ingenuidad en la suposición de que “los hechos” hablarían por sí solos. Una de las diferencias que se pueden anotar es entre “acontecimiento” y la verdad que se produce en tal sujeto. Donde la clave de esta distinción se sitúa en el sintagma de Lacan “lo real es sin ley”. 

Ahora bien, que un sujeto relate su fixión “testimonial” no implica que su verdad solo valga para uno solo (en el sentido individual) ni tampoco que se reabsorba totalmente en un “colectivo” (en un agrupamiento) sino que su fuerza radica en la enunciación en tanto interpretación de lo real de una época que puede tener el valor de paradigma. Es decir, que la dimensión en juego es lo singular y el paradigma, antes que lo individual/colectivo.

 

*Fragmento de su texto “Masotta el espectador intermitente”. Escritor. Psicoanalista en Córdoba. Miembro EOL.