Nefarious 5 puntos
Estados Unidos, 2022
Dirección: Chuck Konzelman y Cary Salomon
Guion: Steve Deace, Cary Salomon y Chuck Konzelman
Duración: 97 minutos
Intérpretes: Sean Patrick Flanery, Jordan Belfi, Tom Ohmer, Daniel Martin Berkery, Glenn Beck.
Estreno: Disponible en salas.
Otra película de terror llega a las salas locales, una más donde el demonio mete la cola en primera persona. Otra en la que la batalla de la fe se libra en la pantalla del cine, aunque esta vez de forma mucho más literal de la que los espectadores del género imaginan. Se trata de Nefarious, dirigida por la dupla que integran Chuck Konzelman y Cary Salomon, que se autocelebra como “la película que mejor retrata una posesión real”. Una afirmación solo válida para quienes crean que las posesiones son reales y no parte de una mitología religiosa como la cristiana, la mayor fuente de inspiración para el cine de terror.
Ese mentado “realismo” se apoya sobre todo en la ausencia casi completa de efectos especiales de alto impacto. Nefarious prescinde de llevar a la pantalla toda esa serie de imágenes repetidas hasta el hartazgo por películas afines. Acá no hay ni cabezas giratorias ni cuerpos retorcidos, tampoco aberraciones cromáticas como vómitos fluorescentes u ojos amarillos. Mucho menos apariciones de figuras de aspecto demoníaco, ni nada vinculado al ganado caprino u ovino. Por el contrario, se trata de una película que encuentra su principal herramienta en la dialéctica.
En ese sentido tiene mucho en común con otras, como The Man from Earth (Richard Schenkman, 2007), que tuvo su culto durante la primera época de oro de la piratería digital, o la joya de la ciencia ficción minimalista Coherence (James Ward Byrkit, 2013). En ellas, el 90% de la acción tiene lugar en un único cuarto, en el que sus personajes mantienen una conversación larga y fascinante. A pesar de ello, y en contra de toda sospecha de teatralidad, consiguen ser absolutamente cinematográficas. Todo eso se cumple en Nefarious, en la que un condenado a muerte dice estar poseído y debe ser evaluado por un psiquiatra para determinar si es apto mentalmente para recibir su castigo.
La película registra esa charla, abundante en conceptos teológicos bastante básicos, en la cual un demonio llamado Nefarious buscará encomendarle una misión al psiquiatra, haciéndolo dudar de sus propias creencias. Pero si la película resulta más o menos efectiva en términos dramáticos, se va volviendo burda a medida que el discurso comienza a revelar sus fines proselitistas. Es cierto que el cine de posesiones admite la posibilidad de ser analizado como herramienta de propaganda religiosa, aunque sus mejores exponentes excedan ese límite. Hasta ahí llega Nefarious, cuyo fin último parece ser el de atar el concepto de pecado a cuestiones como la eutanasia o el aborto, antes que proponerle al espectador un legítimo juego de sustos. Es esa deshonestidad intelectual la que arruina cualquier posibilidad de goce cinematográfico.