¿Cuántas veces murió el escritor mendocino Antonio Di Benedetto? ¿Qué significó para él el encierro y la tortura en la Unidad Penal 9 de La Plata a manos de la dictadura genocida? ¿Vivió y murió como uno de sus personajes? ¿O son sus personajes hijos de sus dramas, políticos y personales, que a la vez expresan una época?

“Diario de una agonía”, el libro de Juan Jacobo Bajarlía escrito en los ochenta y reeditado ahora por la editorial Mil Botellas, relata esos sucesos, los del martirio de Di Benedetto y las huella que esa experiencia dejó en su espíritu y en su cuerpo, hasta terminar con su vida nueve años más tarde. Di Benedetto murió de un derrame cerebral, producto de un golpe en la cabeza que le habían propinado sus captores.

Bajarlía, íntimo amigo del escritor y periodista, fue una de las últimas personas en verlo con vida. Fue también quien recibió el mensaje, a través de un compañero de cautiverio del escritor, de que “necesito abogado para optar salir del país”. El libro, que reúne cartas, recuerdos y poemas, ofrece una reconstrucción exhaustiva de quién fue y cómo vivió Benedetto los años posteriores a su detención clandestina: la soledad, el exilio, las penurias económicas, las secuelas física y psíquicas de esa tormentosa experiencia.

Di Benedetto, autor de grandes novelas -”Zama”, “El silenciero”, “Los suicidados”- es uno de esos escritores que todavía esperan un reconocimiento de público y de crítica a la altura de su obra. Como Marechal, por ejemplo. Son casos en los que la política se entromete fatalmente para silenciar o borrar a cierto autores. Pero nada es para siempre, no se puede tapar el sol con la mano.

Algo de eso empezó a ocurrir finalmente cuando Lucrecia Martel decidió filmar “Zama”, estrenada en 2018: nuevas generaciones de lectores lo descubrieron o, sería más exacto, se asomaron a él y a su obra. Otro tanto se dio hace alrededor de un año, en noviembre de 2022, cuando con motivo de su centenario, la Feria del Libro de Mendoza lo convirtió en figura y principal homenajeado.

Los personajes de Di Benedetto son seres atormentados. Diego de Zama es un funcionario colonial, que aguarda en vano que llegue desde la metrópoli la orden de su traslado, desde Asunción hacia Buenos Aires. Mientras espera, desespera, no está en ningún lado, “su mundo se desvaneció”, escribe Bajarlía y, arriesga, “como el de Di Benedetto cuando es finalmente liberado”.

Al momento de su detención, era subdirector del diario Los Andes, tenía una vida, un conjunto de relaciones sociales. Cuando finalmente lo liberan, es un hombre de 55 años sin nada más que un puñado de amigos. Su empleo y su prestigio se han evaporado, el clima dominante es el miedo y acercarse a un tipo como él puede resultar peligroso. De manera que parte, sólo, en silencio, casi sin un mango, al exilio europeo. Allí pertenece a un mundo que ya no existe y tiene serias dificultades -de salud, económicas- para adaptarse al que relamente le toca.

También, como le ocurre al autor de "El silenciero", el mundo exterior funciona para él como un obstáculo entre el escritor y su tarea, un impedimento entre el hombre y la obra. El personaje de la novela tiene un oído extremadamente sensible, que capta más, mucho más, de lo que desearía y de lo que puede procesar. 

Esto lo distrae, tanto que traba su proceso de escritura y le genera no pocos conflictos con su entorno. Estos conflictos sólo se "resuelven" cuando es finalmente encarcelado. Allí tendrá silencio, soledad y, sobre todo, tiempo disponible: los insumos básicos de la literatura.

El destino de Di Benedetto se asemeja, de alguna manera, a un gran malentendido kafkiano, en el que los astros se alínean para que un sujetose convierta, con una cuota de azar en su contra, en víctima de la peligrosa bestia estatal, de sus brutales e impersonales engranajes. 

Di Benedetto no era militante de ninguna organización. Ni siquiera tenía, sostienen sus allegados, una cabal comprensión de lo que ocurría en términos políticos. Simplemente su compromiso con el oficio periodístico le impedía ocultar o tergiversar información y eso lo volvía molesto, incómodo para la dictadura, toda vez que publicaba acerca de secuestros, desapariciones, balaceras o los hechos de violencia que fuera.

Hubiera bastado, tal vez, con dejarlo cesante. Lo que terminó de decidir su suerte fue la sutil, sugerente dedicatoria de Zama: “A las víctimas de la espera”. Casi, una descripción de sí mismo. Y una profecía autocumplida. Di Benedetto fue, como en un juego borgeano, un personaje de sí mismo. El libro de Bajarlía lo confirma.