“Un libro maldito”. Así consideraba Juan-Jacobo Bajarlía a su Diario, que comenzó a escribir a los pocos días de la muerte de su amigo Antonio Di Benedetto, ocurrida el 10 de octubre de 1986. Desde entonces: “Nunca conseguí un editor para esta historia, porque todo lo referente a Antonio terminó en un silencioso baúl”.
El baúl al que se refería Bajarlía era en verdad una valija de cuero, estilo inglés, con dos grandes herrajes oxidados. La guardaba en una de las habitaciones de su departamento de Caballito. La valija contenía la correspondencia que mantuvieron durante años Bajarlía y Di Benedetto; la versión mecanografiada sobre las alternativas de la detención del autor de Zama sucedida la misma noche del golpe de Estado de 1976; los documentos legales para su liberación; una serie de ensayos sobre el estilo y las polémicas que suscitó la obra del narrador (aquel asunto del objetivismo); unos cuantos originales que Di Benedetto le regaló a Bajarlía (cartas con Bioy Casares, Mujica Láinez y Julio Cortázar), y algunos otros manuscritos.
Tras la muerte del mendocino, la editorial Fraterna le encargó a Bajarlía la escritura del Diario. Le dieron de plazo veinte días. “Improvisé un libro más bien documental”, contó en 2001. Luego, a mediados de los ’90, el sello Corregidor se interesó por ese material –que Bajarlía había reescrito y completado–, pero por motivos desconocidos aquel interés terminó abruptamente el día que llegaron a esa casa editora las pruebas de imprenta. El Diario volvió al baúl. En 2004, Bajarlía cedió a la revista Lezama varios fragmentos del libro que se publicaron bajo el título de “Y la muerte no tendrá dominio”. Nuevas editoriales lo contactaron, pero todo quedó en conversaciones. A 37 años de su escritura original y a 18 de la muerte de Bajarlía, el escritor y editor Ramón Tarruella, del sello Mil Botellas, consiguió, no sin dificultades, romper el maleficio y publicar el texto completo.
Los motivos de la detención de Di Benedetto por las fuerzas armadas la misma noche del golpe cívico militar, siempre fueron un enigma. En 1976 el mendocino trabajaba en el diario Los Andes y era corresponsal del diario La Prensa. Lo detuvieron sin explicaciones en su despacho del diario provincial. “Creo nunca estaré seguro que fui encarcelado por algo que publiqué. Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué exactamente. Esta incertidumbre es la más horrorosa de las torturas”, contó alguna vez con perplejidad.
Circularon muchas versiones sobre el hecho. Hasta hoy la más convincente fue la que difundió el novelista José María Borghello en su artículo “Evocación de Antonio Di Benedetto”, publicado en la revista El mirador, de 1997. Borghello sostuvo que el autor de Zama fue detenido ante su negativa de entregar a la policía una fotografía tomada en la casa del imprentero Gildo D'Accurzio el 23 de marzo de 1976. La policía buscaba identificar a alguien. Di Benedetto, que ya había escrito sobre el accionar de la Triple A, esa noche pensaba festejar el derrocamiento de María Estela Martínez de Perón, pero los militares no lo dejaron.
Lo llevaron primero al Liceo Militar de Mendoza y días más tarde lo confinaron en la cárcel de la ciudad de La Plata. En la Unidad 9 lo incomunicaron, lo golpearon y lo sometieron a simulacros de fusilamientos. Escritores de todo el mundo iniciaron una campaña para pedir por su paradero y liberación.
Uno de esos días de incertidumbre, Bajarlía recibe en su departamento de Caballito una carta sin remitente. Dentro del sobre sin estampillas había un único papelito. El papelito estaba dirigido a “Juan Carlos Zavalía” y decía: “Necesito abogado para optar salir del país. Unidad 9”. Bajarlía supo que las letras, “diminutas” y “escritas con birome”, eran las de su amigo. Luego advirtió que el papel con el mensaje estaba manchado con materia fecal. Explica Bajarlía: “Di Benedetto le había entregado el secreto mensaje a un recluso que en esos días recobraba su libertad. Y éste, para evitar la requisa a cuerpo desnudo, como se estilaba entonces, se había introducido el papel en las partes pudendas. No había otra alternativa en esos días aciagos de la dictadura”.
Todo era extraño sobre la detención de Di Benedetto. Los escritos legales que Bajarlía redactaba no llegaban a su celda, su correspondencia era revisada, y lo que escribía era secuestrado y roto. Pese a la situación, el mendocino se las ingenió para burlar al censor. Escribió cartas a amigos que comenzaban así: “Anoche tuve un sueño muy lindo: voy a contártelo”. Y lo que contaba era un cuento que había pergeñado durante las noches de insomnio y encierro. Aquellos sueños encubiertos se publicaron luego bajo el título de Absurdos.
El 3 de septiembre de 1977 Di Benedetto salió de la cárcel, comenzó su dolorosa etapa de exilio. En el Diario, Bajarlía con sincera honestidad pone en duda si sus intervenciones judiciales fueron las verdaderas razones por la que su amigo logró la ansiada libertad. Se pregunta: “¿Fueron mis escritos que jamás firmó Di Benedetto?” y se responde: “Nadie lo sabe. El milagro quedó sellado en esa historia del terror que aún se está por escribir. Lo único cierto es que la soledad y la muerte estaban en Di Benedetto como una piel que envolvía su cuerpo y sus obras”.
¿Qué revela el Diario? A partir de la conocida dedicatoria con que se inicia Zama (“A las víctimas de la espera”), Barjarlía sostiene que, desde la detención militar, Antonio Di Benedetto pasó a ser también una mártir más de la espera, ese sueño que suele camuflarse con la máscara de la esperanza. La esperanza del mendocino era encontrar respuestas a su detención. Según Bajarlía aquella dedicatoria fue un presagio que cayó “sobre su propia persona como un extraño meteoro que lo lacera o le arranca parte del cuerpo”. Para Bajarlía, los hechos de la vida de Di Benedetto (las torturas sufridas, las vicisitudes del exilio y la indiferencia burocrática que padeció al volver al país el 24 de mayo de 1984 con la promesa de un trabajo que nunca fue tal) dan forma a una suerte de maldición.
El Diario es un libro incómodo. Y lo es por varias razones. Una es su hechura, su construcción, como de retazos, como una suerte de collage que va y viene en el tiempo: desde apuntes biográficos a recuerdos personales; desde interpretaciones sobre ciertos aspectos de la obra de Di Benedetto a conjeturas (un hilo de presagios) sobre ciertas coincidencias entre la vida del autor y sus personajes; desde la correspondencia mantenida por Di Benedetto con otros escritores acerca de asuntos estrictamente literarios a poemas de homenaje. Por otro lado, la crueldad. Son tan crueles los hechos vividos por Di Benedetto que Bajarlía opta por no ocultar nada, ni sensaciones ni supersticiones. Lo que narra el Diario, y por eso el título, es tan verdaderamente cruel que incluso Bajarlía se expone al publicar cartas donde discute con su amigo y no teme exponer los nombres de aquellos intelectuales que, ocupando lugares de poder durante el retorno democrático, prefirieron mirar el lustre de sus zapatos antes que ofrecer una mano a un colega. El deambular de Di Benedetto por las oficinas de la Secretaría de Cultura buscando una silla y un escritorio donde sentarse, negándose a cobrar un sueldo sin trabajar, cansado y sintiendo en el cuerpo ya entonces las consecuencias de la tortura, es demoledor.
El título de este libro hace referencia al capítulo Diario de una agonía, que se sospecha fue lo primero que escribió Bajarlía, donde narra jornada a jornada las últimas horas de su amigo. Empieza así: “18 de agosto de 1986. Me telefonea Graciela Lucero para decirme que Antonio Di Benedetto se halla en terapia intensiva en el Hospital Italiano. (Había ingresado el día anterior)”. Y termina: “10 de octubre, hora 23. Llamado del hospital. Graciela, llorando, me comunica que Antonio ha muerto a las 11 de la noche, una hora después de mi visita. Maldita muerte, ¿cuándo dejarás de parir?”.
Un domingo de junio de 1984, Di Benedetto llegó a Buenos Aires con la esperanza que Zama sea película a través de la dirección de Nicolás Sarquís. Ese día se encontró con Miguel Briante y ambos charlaron para Tiempo Argentino. En la mesa del bar de un hotel de Avenida de Mayo, Briante también quería saber por qué, y el narrador sintetizó: “Me persiguieron por periodista, pero me condenaron también como escritor”.
> Un extracto de Diario de una agonía
Los atentados contra Di Benedetto
Por Juan-Jacobo Bajarlía
En la madrugada del 24 de marzo de 1976, horas después del derrocamiento de María Estela Martínez de Perón, Antonio Di Benedetto fue secuestrado por las fuerzas de seguridad en su despacho de subdirector del diario Los Andes, en Mendoza.
Faltaba decir que en los quince días anteriores el escritor fue blanco de dos atentados que fracasaron milagrosamente. Me lo contó el mismo Di Benedetto una noche en el “Guerrín” de la calle Corrientes, en esos días en que andaba a la deriva, sin casa y sin empleo que mitigara el olvido en que se lo tenía. El primer atentado fue al salir una madrugada del diario Los Andes. Iba a pie, como de costumbre (la distancia era corta) hacia su casa cuando al pasar por la librería de Simoncini, la más importante de Mendoza, alguien, apuntando a su cabeza, le arrojó una enorme piedra que le pasó rozando e hizo un boquete en la vidriera del establecimiento. Di Benedetto dio media vuelta para ver al agresor. Pero en ese momento un auto arrancó violentamente y no pudo verificar quiénes eran sus enemigos. Los dueños de la librería, a su vez, denunciaron el hecho, y nunca se supo quiénes fueron los agresores.
El segundo atentado, como a una semana del piedrazo, tuvo lugar en la corresponsalía del diario La Prensa, cuyo corresponsal en aquel entonces, era Di Benedetto. Éste, como solía hacerlo al dejar sus tareas en Los Andes, se dirigió a la corresponsalía, se sentó a la máquina para redactar su crónica, y como de costumbre se dirigió a su domicilio. A los cinco minutos de llegado le telefonean desde la Jefatura de Policía para expresarle que una bomba había estallado en su oficina. Esta bomba estaba colocada bajo la silla en que Di Benedetto había redactado la crónica.
Secuestrado el 24 de marzo de 1976, fue conducido al Liceo Militar de Mendoza. De ahí, tiempo después, fue trasladado violentamente en avión hacia la Unidad 9 de la ciudad de La Plata. Y es aquí cuando se presenta Luz, su mujer, y logra que la lleven para conversar con el prisionero. Venía transfigurada, llena de furor, con el rostro de la tragedia que se desintegraba y se rehacía en cada momento. Las autoridades de la prisión fueron benévolas con ella. Es posible que leyeran en su rostro un designio que los alentaría. Luz estuvo frente a frente con Di Benedetto, a quien ya le habían triturado sus lentes, y lo primero que le dijo es que entre él y ella “todo estaba perdido”. Hubo gran cantidad de palabras apocalípticas. Y Luz, para justificar su violencia, le mostró una carta hallada entre los escombros de la explosión, en la que una joven le escribía a Di Benedetto sobre “nuestra hijita”.
Todo esto me fue expresado por Di Benedetto, a quien a su vez, ya en Buenos Aires después del exilio en Madrid, le relaté que estando él en España, vino a mi estudio de la calle Cerrito una joven que fue correctora de la editorial Emecé a pedirme que le facilitara, mediante un “escribano conocido”, un permiso para salir del país con la hija de ambos. En aquel entonces sólo el padre tenía la patria potestad sobre sus hijos. Me negué rotundamente a este procedimiento. Después no supe lo que había sucedido. Di Benedetto oyó mi relato sin interrumpirme. Sufría de amnesias parciales, consecuencia de los reiterados golpes en la prisión. Sólo se limitó a decirme: “¿Leíste La piel de zapa?”. Y concluyó con estas palabras: “Todo deseo concreto, achica la piel y acorta la vida”.