Mauricio Macri ya ha perdido las elecciones en Boca. Lo sabe. Más allá del resultado futuro. Le va resultar difícil convencer al hincha “xeneize” que lo acompañe por el atajo en la privatización de la entidad. La derrota es amarga. Se digiere mal. Como hombre de sangre gallega ha querido “mover os marcos”, esa práctica severamente condenada en Galicia que consiste en alterar con nocturnidad y alevosía las lindes y marcas físicas que rodean una parcela de terreno agrícola. Aunque “mover los marcos” siempre formó parte de la vida política y empresarial del expresidente. ¿Por qué iba a ser diferente está vez?
Pero lo fue. Decidió moverlos, y las calles adyacentes a la Bombonera se llenaron de “orcos” descerebrados que dejaron en claro que Boca no se privatiza y que el bastón de mando institucional es de Riquelme. Vivir no significa solo respirar, mirar, paladear, olfatear, también comprender, resistir, combatir. Fue una noche histórica. “Y la María está feliz”, dijo Riquelme.
Cómo “aprietan” los poderosos. Se nota que es gente que sabe. Que “aprieta” bien. Embisten y embisten hasta el final, aunque ya no tenga cuernos, ni fuerza, ni nada por embestir. No lo hacen solos. Los acompaña la justicia, la banca, los medios afines, los mercados, las empresas. Todos juntos, “apretando”. Estos aprendices de profetas que hablan en nombre de los pobres para evitar que los pobres hablen por sí mismo, en este hondo presente que ya no consuela, ni cobija, solo raspa y duele.
Uno se pregunta si Mauricio Macri puede dar lecciones de decencia sobre irregularidades. Parece que sí. Le pidió a la jueza que suspendiera las elecciones en Boca por un padrón aparentemente “trucho”. Así lo definió el expresidente. Se escandalizó por lo “trucho” de la lista de adherentes. Está en su derecho. Pero sorprende. Uno recuerda aquellos picaditos del mandatario, haciendo correr el balón entre jueces y fiscales, soltando piernas y aceitando imputaciones. Esos días que entre caños y rabonas nacía una cautelar, una preventiva, una confesión, un asadito, y así iban haciendo país. Ese fútbol de “amiguetes”, el de toda la vida, de dinastías dominantes que se aparean sin descanso institucionalizando sus privilegios. Para los tertulianos deportivos y los politólogos de pandereta de la nueva Modernidad esto no es “trucho”, “trucho” es el padrón.
La batalla por el control de Boca es el gran anticipo de lo que está por venir. Llevamos cincuenta años en “guerra”. Una “guerra” silenciosa condicionada por el Consenso de Washington que se resume en desregulaciones, bajadas de impuestos, reducción del gasto, globalización, privatizaciones y el poder magnético del mercado por encima de todas las cosas. Necesitamos un Estado fuerte de cuchara y tenedor, y clubes que sigan perteneciendo a los socios. Lo que se recete a partir de ahora será dolor. Un dolor conocido. La décima fortuna del mundo, Warren Buffett, lo dejó dicho: “Durante los últimos 50 años ha habido una guerra de clases, y mi clase ha vencido”. Macri y Milei lo saben. Cuanto tardamos en reconocer a aquellos que nos van a joder la vida.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979