Una de las promesas de campaña de Javier Milei, de las más llamativas, y que podría concretarse después del 10 de diciembre, es mudar la embajada argentina en Israel. El futuro presidente quiere mover la legación de Tel Aviv a Jerusalén, en base a preceptos del judaísmo ortodoxo al que adhiere. Milei la considera la capital del Estado hebreo.
Sin embargo, más allá de eso, no parece una idea de fácil implementación, y que además parece desconocer algo más básico: las relaciones internacionales se rigen en términos geopolíticos, no religiosos.
Jerusalén no es reconocida por 190 países de las Naciones Unidas como capital de Israel, y por ende no tienen embajada allí. Los únicos países que lo hicieron, moviendo sus sedes diplomáticas a la ciudad sagrada, son Estados Unidos, Guatemala y Kosovo. En este último caso se trata de un Estado no reconocido por gran parte de la comunidad internacional, incluida la Argentina.
A fines de 2017 se produjo la mudanza de la embajada de los Estados Unidos, ordenada por Donald Trump. 14 de los 15 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU condenaron la medida, pero el rechazo no fue efectivo por el veto estadounidense. Mientras, la Asamblea General convocó a una reunión de emergencia y propuso que los miembro del foro no reubicaran sus embajadas en Jerusalén. 128 países votaron a favor e esa iniciativa, contra solamente 9.
De hecho, el gobierno de Mauricio Macri adhirió a la postura de la ONU y rechazó que hubiera medidas unilaterales. La cuestión de fondo es que Jerusalén es un territorio en disputa. Israel ocupa toda la ciudad, y los sectores ortodoxos la reclaman como la capital del país, por su connotación religiosa. A su vez, los palestinos pretenden la parte oriental como la capital de su aún no declarado Estado.
En rigor, la embajada argentina, como la mayoría de las representaciones diplomáticas en Israel, no se halla en Tel Avivi, sino en el distrito de Hertzlia Pituaj, a diez minutos de Tel Aviv por autopista. La mudanza a Jerusalén, además de la implicancia en el tablero internacional por el posicionamiento argentino ante el conflicto de Medio Oriente con semejante medida, implicaría un gran estipendio de dinero.
Hay algo más de 50 kilómetros de distancia entre ambas ciudades, hay que mover todo el mobiliario por ruta y, antes que eso, encontrar un inmueble. Pero además complicaría a los argentinos residentes en Israel por cuestiones de movilidad.