En el último libro de cuentos de Selva Almada, Los Inocentes, escritos para jóvenes pero que no alejan a los lectores adultos, los niños desempeñan un papel similar al del resto de su narrativa y son protagonistas de relatos que se integran de manera destacada y a la vez desviada en la genealogía del cuento rioplatense, donde resalta la influencia notable de Horacio Quiroga, por sus ambientaciones y tratamiento del contacto humano con lo salvaje.
Selva Almada nació en 1973, en Villa Elisa, una pequeña ciudad de Entre Ríos próxima al río Uruguay. Esta fecha y este lugar no solo son puntos de partida de una biografía sino también un lugar de retorno de su escritura. En toda su narrativa, compuesta por novelas y libros de cuentos, se identifica un patrón: las infancias, desprovistas de la presencia de adultos, se desenvuelven en un entorno ominoso en estrecho contacto con la naturaleza. Toda esta circularidad temática, geográfica y de formas podría representarse con la imagen de ida y vuelta y de remolino que atraviesa El mono en el remolino (2017), el libro con las notas escritas por Almada durante el rodaje de Zama, la película dirigida por Lucrecia Martel que está basada en la novela homónima de Antonio Di Benedetto. Una imagen que vemos funcionando en la obra entera de Selva Almada.
En la novela El viento que arrasa (2012), los protagonistas son adolescentes sin madres que subsisten al margen de la vida de sus progenitores. Asimismo, los adultos, el Reverendo Pearson y el Gringo Brauer, han atravesado infancias marcadas por adversidades. La novela construye la trama en torno de una imagen inaugural: la de un taller mecánico en Chaco, hacia donde, como un viaje narrativo constante, se regresa una y otra vez.
En Ladrilleros (2013), Pájaro Tamai y Marciano Miranda, sufren doblemente: por un lado, a consecuencia de la dureza del trabajo infantil que heredan de sus padres, y, al mismo tiempo, por los mandatos estipulados para los varones en el marco de una sociedad conservadora y patriarcal. La novela se estructura alrededor de la imagen potente de dos jóvenes agonizando en un parque de diversiones, que se convierte en un rulo narrativo que regresa repetidamente al punto de partida.
Estos patrones persisten en su tercera y última novela, No es un río (2020), donde los personajes —las chicas fantasmales y esos tres hombres que pescan en la isla— también han tenido infancias dolorosas. Se sostiene la misma estructura circular al anclar la historia en un mismo acontecimiento: la pesca de una raya en el río.
Los seis cuentos de Los Inocentes tienen como protagonistas a niños o niñas que experimentan eventos significativos que afectan su comprensión del mundo. A través de las historias de los pequeños protagonistas, se cuenta también el mundo de los adultos pero siempre desde la perspectiva de los niños. Estos relatos regresan a la infancia y, en su mayoría, a la geografía litoraleña que Almada ya había (re) construido en la primera parte autobiográfica de El desapego es una manera de querernos (2015). Por otra parte, la mayoría de los cuentos presentan elementos misteriosos o sobrenaturales. Por ejemplo, en el relato "Las mejores amigas", encontramos a Sonia, una niña que está en su cama, en espera ansiosa durante una noche invernal de la llegada de Ronda. En esta amiga invisible ella confía sus pensamientos más íntimos y además es quien ha descubierto secretos ocultos que involucran a los adultos de la familia.
En todos estos relatos, a excepción de "El hijo de la guerra", donde la historia tiene un punto de partida y otro de destino, siempre se regresa a una escena fija: las camas donde están acostados los niños, las luces en el cielo, los gatos en el techo, y los animales en la granja.
En "La monja blanca”, Román, un niño hospitalizado y sumido en la blancura del entorno médico y de recuerdos en la nieve, vive con la expectativa de regresar pronto a su hogar. Durante su internación, también desde la quietud de su cama como la protagonista del primer cuento, observa cómo la Monja Blanca se manifiesta de manera misteriosa entre los demás niños.
En el tercer cuento, "El hijo de la guerra", una niña visita la librería de La Gallega. La presencia del hijo “tarambana” de la dueña, Carlitos Cuelli, causa incomodidad por sus comportamientos inapropiados. En una tarde, la protagonista y su primo (que recuerda al Niño Valor de otros relatos de Almada) los siguen hasta la ermita de la Virgen de Las Cuatro Bocas y en ese recorrido ella se entera de detalles perturbadores sobre las acciones de Carlitos con las gallinas. Estos hechos relacionan al personaje del relato directamente con los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz de "La gallina degollada" de Horacio Quiroga.
En "Benita y los gatos", el cuarto relato, una niña observa cómo los gatos se reproducen en su barrio, a pesar de las actitudes encontradas de los vecinos hacia ellos. Benita, influida por historias de supersticiones, presencia un ritual entre los gatos que le recuerda a su abuela Chicha.
En el quinto cuento que le da título al libro, “Los Inocentes”, Vito, un niño, presencia la matanza cotidiana de animales en la granja. Una madrugada, motivado por los relatos de la catequesis, en especial la masacre de Herodes, decide rescatar a las víctimas del sacrificio que realiza su padre. Y, por último, en el relato "Las luces", una niña "machona", llamada la Romi, a pesar de no ser pariente, es parte integral del grupo, conformado por dos hermanos y su primo, quienes pasan un fin de semana en el campo de un tío. Durante esa estadía, realizan diversas actividades típicas de la vida campestre, que recuerda además de los relatos de El desapego es una manera de querernos y a la novela No es un río. El relato da un giro cuando, durante la noche, observan unas luces en el cielo que la Romi sugiere que son ovnis, y pocos días después, la protagonista se entera de la desaparición de la niña.
Los entornos rurales o naturales son comunes en varios cuentos de esta serie, destacando la relación de los personajes con la naturaleza y sus paisajes como en el resto de su obra narrativa. Este también es un punto de retorno en Los inocentes, que cuenta con ilustraciones de Lilian Almada, la hermana de la escritora. La armonía entre la imagen y la palabra es destacada en esta obra. Lilian, reconocida por explorar el universo infantil mediante esculturas de muñecas y acuarelas, logra capturar el universo fantasmal y gótico del primer libro que su hermana publica en su provincia natal, siendo esta particularidad otra forma más de retorno.