Emilio García Wehbi es un artista interdisciplinario que trabaja siempre en el cruce de lenguajes, sobre esas fronteras lábiles que delimitan unas disciplinas de otras. Director teatral, régisseur, performer, artista visual y docente, en 2020 publicó su primera novela, Maratonista ciego (Documenta). Ahora lanza la segunda, Dafne sobre fondo de Monte Fuji, editada también por el sello independiente cordobés a cargo de Gabriela Halac, con quien García Wehbi conforma una sociedad creativa que dio varios frutos literarios como El Periférico de Objetos. Un testimonio, Trilogía de la Columna Durruti, Sangre o Kétchup, Artaud: lengua ∞ madre, Casa que arde o Luzazul.

En diálogo con Página/12, el autor explica que entre sus novelas “hay una diferencia notoria, quizás no tanto en contenido pero sí en estilo por la forma literaria y la voluntad narrativa”. Puntualiza que en Maratonista ciego aparece cierta “discusión interna porque dialogo conmigo mismo ficcional y biográficamente”, mientras que Dafne “parte de determinados elementos de la realidad que disparan una ficción”. La novela ya estaba en su cabeza y en apuntes que daban vueltas por su casa, pero el desencadenante fue la suspensión de actividades en pandemia: la imposibilidad de moverse habilitó esos viajes simbólicos a través de la escritura.

En los agradecimientos del libro cuenta que cuatro viajes de trabajo entre 2004 y 2018 funcionaron como disparadores. “Lo que más me impactó fue la imposibilidad de aproximarse realmente desde el pensamiento occidental a la cultura oriental. Hay un choque en relación a la conciencia de uno con el mundo. La dialéctica de Occidente a partir de la cual el otro es un contrincante en Oriente se transforma en una síntesis; es ‘y’ en lugar de ‘o’”. El Dr. Otomi –uno de los personajes– le dice al protagonista: “El ‘todo está en todo’ de Anaxágoras, un filósofo griego que ustedes occidentales han olvidado o quizás despreciado, es nuestro guía. Por lo tanto, las oposiciones vida-muerte, verdad-mentira, se transforman en conjunciones por el uso de la ‘y’ para rechazar la inmutabilidad de las cosas (…) La materia que nos compone también compone al resto del mundo real o imaginario”.

Hubo otro episodio importante. Cuando estaba en Japón un alumno le había prometido viajar a la Argentina para ver un espectáculo de él. García Wehbi no tomó la promesa muy en serio hasta que en plena temporada de Tiestes y Atreo en el Cervantes recibió un mail que mezclaba términos en japonés, inglés y español: el correo decía casi textualmente lo que aparece en la primera página de la novela. “Terminó la función y ese alumno me estaba esperando en el hall. Me saludó y despareció. Ahí me di cuenta de que ese era el inicio”.

-¿Qué recordás del primer viaje?

-El primer viaje fue una comedia de equivocaciones porque uno comete todos los errores posibles. Entrar en contacto físico con una persona para darle un abrazo o un beso allá no existe. Aprendés el arte de la reverencia, el peso de cada gesto, la cuestión alimentaria, las veinte formas de decir “no” porque la negativa se toma como una afrenta. Hice los primeros viajes con un traductor inglés y la cosa se complicaba mucho, después tuve una traductora al español que hablaba muy bien, pero las equivocaciones existen porque lo que se traduce es la lengua y no el sistema de pensamiento. La cuestión de la cortesía, la máscara y la representación son muy importantes.

-Muchos personajes están inspirados en gente que conociste en esos viajes. ¿Cómo trabajaste esa parte? Katsumi, por ejemplo, es un personaje muy complejo.

-La protagonista femenina es la deformación recontra deformada de una alumna que tuve en Tokio; ella era de la isla de Okinawa. Los tokiotas consideran a sus habitantes como del interior más profundo. Y por unas particularidades que no tienen nada que ver con las que yo le asigno al personaje, me llamaba mucho la atención. Diría que la mayoría de los personajes son la versión deformada de algunas personas que encontré en mis viajes. Por sus modos de comportamiento, sus representaciones o actitudes se construían a sí mismos como personajes y me servían como pilares. Por supuesto está todo ficcionalizado, nada es real.

En Dafne hay varias escenas deliradas, como cuando los personajes intentan cambiar el rumbo del universo robando la piedra de un jardín zen o una serie de performances que terminan en situaciones extremas. Sobre esa bizarría, el autor distingue dos líneas: “La más evidente es esa que busca generar complicidad con aquellos lectores que conocen mi trayectoria y mi vínculo con las artes escénicas porque es una crítica al universo del performer. Es casi una parodia de las artes escénicas. Por otro lado, uno puede leerlo también desde la extrañeza de los ojos occidentales”. 

Tokio es una ciudad peculiar y sintetiza elementos muy dispares; García Wehbi tomó la decisión de “radicalizar esa condición de extrañamiento y llevarla a un grado de ficción”.

-En Japón la relación con la sexualidad tiene su componente tradicional. ¿Qué tomaste de ahí y cómo construiste las escenas?

-Hay una escena que no es estrictamente sexual, la del shibari. La protagonista está atada y eso es una técnica erótica japonesa muy tradicional. Investigué cómo eran las ataduras para poder describirlas, pero no sé qué pasa después. Creo que la relación erótica se da por las ataduras, la cosa llega hasta ahí. En la novela trabajé con un imaginario propio, con las propias fantasías y cierta narrativa de lo que puede tener esa connotación considerando la extrañeza del personaje femenino. Traté de ser muy explícito en las descripciones sin caer en lo vulgar o chabacano. El personaje masculino también entra en una vorágine desconocida y fascinada porque se permite un montón de cosas que en su contexto más convencional no.

En la novela ingresa la dimensión mitológica y es interesante lo que encontró en la figura de Dafne porque de algún modo sintetiza lo occidental a partir del mito narrado por Ovidio y lo oriental cristalizado en la planta de laurel que crece en Okinawa. Hay escenas en las que subyace cierto terror, como aquella en la que visitan Hiroshima o el momento en el que empiezan a oír unos ruidos extraños en una de las casas que habitan. “La mitología japonesa es absolutamente fascinante, con sus monstruos y fantasmas. El juego era poner en tensión la posibilidad de interacción y alterar el mundo perceptivo de los personajes”, explica. Otro eje que atraviesa la novela es la relación entre arte y locura o, como prefiere decir el autor, el inconsciente. “Mis producciones se dividen entre algunas que tienen características políticas y otras que trabajan sobre el inconsciente. Estas son las que me interesaba desarrollar en este contexto”.

Lo político suele estar muy presente en su obra bajo diversas formas. Antes del balotaje García Wehbi escribió en sus redes: "Hasta el próximo domingo de elecciones esta cuenta suspenderá sus posteos artísticos para abocarse a evitar el triunfo de Milei". Más allá de los resultados, es interesante volver a esa decisión: "Sé que tengo cierta representación simbólica y decidí pronunciarme desde el disenso: les pedí a los votantes de Milei que dejaran de seguirme. Eso generó reacciones: algunas a favor, otras en contra que abrían un debate y descalificaciones o amenazas veladas que terminaron en bloqueo. Massa no es un candidato afín a mi pensamiento ideológico pero sabía que estaba dentro del campo de lo democrático para conservar los consensos construidos en 40 años. Me parece que con ciertas cuestiones no podemos negociar. Vos podés ser liberal pero no fascista, no se puede estar por fuera del pensamiento democrático. Yo voté en blanco en 2015 y toda la vida voté a la izquierda, preo en este caso decidí votar a Massa porque era una situación de emergencia en la que nos teníamos que comprometer hasta las últimas consecuencias".