Se acaban de cumplir los primeros tres años sin Diego Armando Maradona en la tierra y su vigencia, a pesar de un par de discursos inexpertos en la materia, sigue más que vigente. El pibe de Fiorito, al sur del Riachuelo, criado en las entrañas bonaerenses de un potrero entre los años sesenta y setentas, fue definido negativamente como “disruptivo y transgresor” y parte de “un modelo que se acaba”. Seguramente por desconocimiento, pero más aún por desprecio, las palabras del ex presidente Mauricio Macri ocultan el verdadero valor en la vida de Maradona: la perdurabilidad de jugársela por el otro.

La Real Academia Española define a la disrupción como una interrupción brusca. “Un proceso o un modo de hacer las cosas que se impone y desbanca a los que venían empleándose”, agrega sobre la figura del disruptivo. Sí, la definición perfecta de Maradona. La concepción sobre los disruptivo es, a fin de cuentas, un principio rector de aquello que genera una revolución. Una revolución entendida como el cambio que tiene tanta profundidad que logra modificar de manera perdurable la cotidianidad de una sociedad.

Maradona partió el 25 de noviembre de 2020, en medio de la pandemia. La inmortalidad en vida a base de acciones, decisiones, palabras, definiciones, murales, tatuajes, remeras, dió paso a una segunda inmortalidad que sólo quitó la faceta terrenal. 

Maradona fue revolucionario. Fue el que no podía, no debía o no le correspondía llegar. Pero llegó. Era quien estaba destinado a perder, a estar al margen, a no participar, a no ser escuchado, o simplemente estar perdido en un montón de sueños sin cumplir. Pero ganó todo. No por él, sino que lo hizo por su viejo y su vieja, lo hizo por su familia, lo hizo por los pibes de Malvinas, por los terroni del Napoli y por cada argentino que necesitaba ser feliz.

Maradona supo pararse en los cimientos de la debilidad estructural que le deparaba su futuro en aquel Fiorito de su infancia y edificar el ejemplo que derriba imposibilidades. Se hizo fuerte, sin perder la ternura.

Mientras que el recuerdo de Macri sobre la modificación a la ley que calibraba el monto de las jubilaciones se traduce en “orcos” y “catorce toneladas de piedras”, hubo un Maradona que marchó en defensa de los jubilados en los noventa.

Cuando Macri habla de transgresor, entendido como quien va por afuera de las normas o la ley, la imagen inclaudicable de Maradona elevándose por encima del entonces arquero de la selección inglesa, Peter Shilton, en el estadio Azteca aquella tarde de junio de 1986 aparece instantáneamente. “La mano de Dios”, como definió irónicamente aquel momento el propio Diego.

Maradona construyó un arrebato simbólico contra un arrebato concreto. Dos ejemplos del vínculo entre Argentina e Inglaterra pueden graficar la potencia de lo que significan las normas para unos y otros.

En 1932 Julio Argentino Roca (h) firmó un acuerdo de comercio para la carne vacuna con el representante de los negocios británicos Walter Runciman. El recordado pacto Roca-Runciman trajo consigo la frase de Roca sobre “ser parte integrante del Imperio Británico”. A muy bajo costo de exportación, sin poder construir frigoríficos nacionales, con el monopolio del transporte en manos inglesas, y cuantiosas facilidades para circunscribir las importaciones a favor de Inglaterra, Argentina quedó presa de una ecuación que desvalorizó su posición nacional en el mercado para beneficio de unos pocos.

En un proceso que fortalecía el tan mentado entretenimiento de “tirar manteca al techo”, años más tarde, el diputado Lisandro De la Torre manifestaría en el Congreso frente a Luis Duhau y Federico Pinedo su profundo desacuerdo con la medida. La consecuencia fue certera: disparos dentro del propio Congreso contra De la Torre quien se salvó, aunque su ladero, el también senador Enzo Bordabehere, recibió los balazos y falleció en el momento. 

Hoy en la provincia de Buenos Aires, como ejemplo de filosofía de Estado, el Ministerio de Desarrollo Agrario lleva adelante la construcción de dieciocho frigoríficos públicos con el objetivo de fortalecer la competitividad de pequeños y medianos productores y facilitarles el acceso a la exportación.

De todas maneras, el pacto era legal. Un acuerdo que cedía soberanía pero que estaba dentro de la ley. También era legal el límite territorial sobre el que debía desarrollarse la Guerra por las Islas Malvinas en 1982 y que Margaret Thatcher decidió no respetar. El hundimiento del Crucero General Belgrano y la muerte de cientos de pibes que lo tripulaban torció el desenlace del conflicto bélico.

Así las cosas, la cuestión pendular sobre la connotación de la disrupción y la trasgresión lleva a un par de preguntas. ¿Fue transgresora la ex primera ministra Thatcher al matar cientos de argentinos en una maniobra ajena a los acuerdos establecidos o lo fue Maradona a jugar con una regla de un partido de fútbol? ¿Fue disruptivo lo de Roca que se llevó puesta nuestra soberanía o lo fue Diego marchando por los jubilados cuando nadie lo esperaba?

A quien supo decirle fango al barro, como ex presidente y actual ladero de un presidente electo que manifiesta su idolatría por Thatcher y una obsesiva conceptualización negativa sobre Argentina y su soberanía económica y política, quizás sea otra cosa la que le moleste.

Lo dicho por Gianinna Maradona en estos días sintetiza esta cuestión de modelos que perduran. ¿Cuántos argentinos se tatuaron a Macri y cuántos a Maradona, a Juan Manuel de Rosas o a Juan Domingo Perón?

Debe ser fácil saber que las normas están entrelazadas para una realidad que favorece el equilibrio de, únicamente, tu crecimiento. Debe ser confortable irte a dormir teniendo en claro tu futuro y la solidez de tus ingresos, porque los derechos y leyes establecidas así lo permiten. En una provincia que está atravesada por una pobreza estructural producto de décadas de desigualdades, muchas veces la disrupción y la transgresión son las que te permiten comer.

No se trata de que no haya leyes, se trata de que haya justicia social. No se trata de hacer cualquier cosa ni de que el fin justifica los medios, si no de poner sobre la mesa las falencias del falso equilibrio.

Se trata de perseguir la sonrisa de las mayorías. Se trata de encontrar el hueco, tener la viveza de ver la luz al final del túnel, y apostar a lo que tenés al alcance de las manos. Se trata de ganarle un partido a la vida cuando levantás la mirada y ves la espalda.

Fue mano, sólo eso. Seguramente con el VAR actual se anularía, pero en ese mismo partido desparramó a seis ingleses en una maniobra de mucha más viveza, disrupción y transgresión que una mano. Que no se tape el sol con al mano. 

Hay esencia maradonianada en patear el tablero para que la decantación controlada por quienes concentran los recursos altere su curso y su caudal con el fin de que las posibilidades de crecer se vuelvan algo más equitativas. Maradona fue esa disrupción y esa transgresión. No fue el error en la Matrix, fue la incomodidad sobre un ecosistema prestablecido por quienes gustan de manejar la botonera de la alegría.

Cuán vigente estará ese valor solidario de Diego que Lionel Messi, aquel pibe humilde y de bajo perfil, como bien dice Macri, frenó el inicio de un partido en el Maracaná hasta que la policía brasilera deje de fajar a los argentinos. Pero no hay que comparar, porque los que saben de fútbol no comparan, sólo disfrutan. Pero para eso te tiene que gustar el fútbol, no los negocios.

Tenés que ser algo más maradoniano quizás, como los pibes de la selección Sub-17 que ya mostraron cuál es el modelo que quieren para su futuro. Parece que sigue vigente, tanto con Dios, con un Mesías y también con un Diablito.