María Callas representa el mayor mito de la ópera en el siglo XX. Símbolo de lo que es una diva, famosa por su temperamento y por su vida fuera de los escenarios, antes que nada fue una soprano que combinó la técnica vocal con grandes dotes actorales. En suma, una de las voces de la música de todos los géneros en la era discográfica que se abrió después de la Segunda Guerra. Callas nació hace exactamente un siglo.

El 2 de diciembre de 1923 vino al mundo como María Anna Cecilia Sofía Kalogeropulu en Nueva York. Sus padres griegos habían llegado a Estados Unidos pocos meses antes. El padre modificó el apellido que ella haria famoso y abrió una farmacia. La joven María y su hermana mayor, Jackie, se fueron con su madre a Atenas tras el divorcio de los Callas, en 1937. Fue en el Conservatorio de Atenas donde comenzó la formación musical de la soprano

El debut profesional llegó en 1941 y en 1942 tuvo su primer protagónico, en uno de sus roles más celebres: Tosca. Para entonces, ya se había perfeccionado en la técnica del bel canto (la escuela italiana de comienzos del siglo XIX) con la soprano española Elvira de Hidalgo. En los años de la guerra, Callas estableció su prestigio en Grecia. 

Tras la derrota del Eje, Hidalgo le recomendó instalarse en Italia. Pasó primero por Estados Unidos; allí se reencontró con su padre y cantó en Nuva York y Chicago. En Italia conoció al industrial Giovanni Battista Meneghini, 27 años mayor, con quien se casó en 1949, el año de su viaje a la Argentina, donde cantó Norma, Aida y Turandot en el Teatro Colón, junto con Mario Del Monaco, uno de los principales tenores de su generación. 

Meneghini se dedicó a orientar la carrera de su joven y temperamental esposa, ya una celebridad no solamente por su talento, sino por su carácter. En los años 50 se produjo la rivalidad con la soprano italiana Renata Tebaldi. Callas llegó a decir: "Compararme con Tebaldi es como comparar el champagne con la Coca-Cola".

En esos años estuvo apadrinada por los directores Tullio Serafin y Victor de Sabata. Además de abarcar las grandes obras del repertorio, Callas trajo al presente obras menos representadas, como Medea de Cherubini. No solamente derivó en uno de sus mejores papeles, sino que además retomo el personaje, como actriz, en Medea de Pier Paolo Pasolini, en 1969, cuando ya estaba en el ocaso de su carrera.

Callas se asentó como una soprano de referencia en los años 50 y mucho tuvo que ver su discografía de entonces, con grabaciones de obras como Lucia de Lammemoor, Tosca, Madama Butterfly, Andrea Chénier o Il Trovatore

Su alianza con De Sabata, el tenor Giuseppe Di Stefano y el barítono Titto Gobbi derivó en la formidable grabación de Tosca de 1953 en La Scala de Milán. Para muchos, ese registro es insuperable, la versión poco menos que definitiva de la obra de Puccini y una de las cimas de la carrera de Callas. 

En esos años, Callas, que se había sometido a una estricta dieta para bajar de peso, comenzó su relación con Aristóteles Onassis. El tormentoso romance coincidió con (o fue causa de) el declive de su capacidad vocal, a comienzos de los 60. El millonario fue el amor de su vida. 

Callas se divorció de Meneghini en 1966 e incluso renunció a su ciudadanía estadounidense. Soñaba con formalizar con Onassis. Pero recibió como un mazazo la noticia de que el armador se iba a casar con Jaqueline Kennedy, la viuda del asesinado presidente de los Estados Unidos.

Una Callas cada vez más alejada de los escenarios se reencontró con Onassis tras el accidente en el que murió su hijo Alexander en 1973. Onassis falleció en marzo de 1975 y Callas cayó en la depresión. El asesinato a fines de ese año de Pasolini, uno de sus mejores amigos, acentuó su estado. En 1974 había tenido lugar su última actuación, en un recital en Sapporo, Japón.

Se recluyó en París. Un ataque al corazón terminó con su vida el 16 de septiembre de 1977, a los 53 años. La sobrevivieron su madre y Meneghini, que dejó su testimonio en el libro Mi mujer, María Callas. En los 90, el dramaturgo Terrence McNally le dedicó la obra Master Class, en la que Callas encara una clase de canto y refexiona sobre su carrera y el arte. 

La Callas que perdura, la del disco, aun emociona. Como en Madama Butterfly, que no tiene registros fílmicos de ella en la piel de la joven japonesa que al final se suicida. Incluso el cine fue capaz de acercar nuevos oyentes, como pasó con el aria "La mamma morta" de Andrea Chénier, popularizada por la escena de Filadelfia en la que el personaje de Tom Hanks, enfermo de HIV, describe lo que canta Callas y lo relaciona con su estado. La experiencia de escucha se modificó a partir de ese momento (1993) y el aria quedó ligada a la voz de Callas, 16 años después de su muerte. Treinta años más tarde, y en su centenario, se reafirma esa idea.