Facundo Nahuel Epul --santacruceño, 28 años-- es “rastreador” de pumas, un gremio del que en Argentina es el único miembro: él los encuentra y sus turistas los observan en su ambiente natural. Tiene ascendencia mapuche. Nahuel significa “tigre manso” en mapundungun y Epul, “dos joyas”. 

La profesión no solo parece venirle en el nombre, sino en su crianza en una estancia santacruceña donde, de niño, acompañó a los “lioneros”, oficio que aún existe: son cazadores de pumas con perros rastreadores, contratados por estancieros porque les comen las ovejas.

Este singular guía de avistaje de fauna aprendió mirando las finas técnicas para rastrear felinos, pero cambió el objetivo: les “dispara” con una cámara. Pertenece a una generación que dio un giro radical en la relación utilitaria con la naturaleza. Antes que la actividad agropastoril que modifica el ambiente, prefiere el ecoturismo contemplativo en la zona del Parque Patagonia, creado en 2014 luego de que el ecologista Douglas Tompkins donara ese terreno, previa restauración de su fauna y flora.

El siguiente paso fue armar la rueda del ecoturismo de bajo impacto. Para eso se necesita dejar de cazar al puma y dejarlo cazar. La Fundación Rewilding Argentina compra campos en desuso y los dona al Estado para crear más áreas de reserva en continuo y eliminar los alambres donde mueren atrapados los guanacos. 

Al irse el único predador del puma --y al proteger a otras especies y reintroducir las extintas-- el ambiente se va restaurando hacia su equilibrio original. En este círculo virtuoso, profesionales como Facundo Nahuel tienen un papel clave: son guías expertos con mirada de puma para cazarlos en una foto o en el mero recuerdo.

Foto: Sebastian López Brachs

A “cazar” en la estepa

Facundo pasa a buscar a Página/12 en su camioneta de trabajo por la Posta de los Toldos, una hostería junto al gran cañadón de la Cueva de la Manos con sus miles de impresiones de hasta 9000 años. La posibilidad de ver pumas implica madrugar mucho. Y también caminar la estepa con paciencia, algo fascinante aquí en una de las varias Patagonias, quizá la menos célebre. No es la de los glaciares, ni la andina con sus bosques, ni la de la llanura esteparia, ni la costera: es la Patagonia de los grandes cañadones que se levantan allí donde la estepa empieza a ondularse y brotan mesetas.

Al avanzar por la RN 40 Facundo habla sobre sus orígenes. Dialoga calmo y bajo, como para ir acostumbrando a sus pasajeros: para descubrir al puma hay que hablar bajísimo. “Cuando se hizo la mal llamada Conquista del Desierto, mi familia bajó del sur de Chubut al norte de Santa Cruz a la costa del río Fénix, una zona de campitos donde son todas familias mapuches. Está la idea de que en Santa Cruz no hay más pobladores originarios, pero sí los hay. Y hay una mirada en los medios como que ciertos pueblos no son de este país; pero hace 800 años llegaban hasta Buenos Aires”.

Amanece con un cielo límpido y rosáceo sobre mesetas con una línea recta perfecta en la cima. A sus pies, un pastito dorado se ondula al viento. Facundo gira el volante para avanzar por un camino de ripio, hoy tierras de uso público al haber sido compradas por Rewilding: están siendo acondicionadas con caminos e infraestructura para donarlas al Estado y ampliar el Parque Nacional Patagonia.

Al costado del camino, brilla sobre una meseta el único glaciar extra andino de la Patagonia: allí nacen tres ríos y lagunas donde habita el macá tobiano, un ave amenazada por la cual se creó el Parque Nacional Patagonia. El calentamiento global seca los ríos y lagunas que habita.

Foto: Felipe Menzella

El Portal del Cañadón Pinturas

Al pasar por la casa del guardaparques en el Portal del Cañadón Pinturas, el guía explica que a esta excursión vienen muchos fotógrafos en busca de una figurita difícil de la Patagonia: el felino de terso pelaje gris.

Este es un viaje para contemplar la poética de la desolación patagónica, por momentos plana y en otros ondulada, casi sin árboles. Y de observación de fauna en un contexto deshabitado e inhóspito.

Primero aparecen guanacos. Medio centenar pacen a 100 metros de la ruta. Algunos levantan la cabeza y siguen mordisqueando yuyos. Al ser esta un área protegida, se mueven sin temor a los balazos. Facundo los conoce como a los pumas, de tanto mirarlos desde que nació: “esta zona es la única donde migran; en verano van a la meseta de altura atraídos por el lago Buenos Aires, y en invierno bajan a campos con menos nieve. Algo similar hacían los tehuelches. Y por las noches buscan lugares abiertos para zafar del puma. El grupo más común es el de un macho relincho con hasta 40 hembras. Cada guanaca tiene un chulengo por año y preñan durante 11 meses. A los seis días de haber parido, ya entra en celo y empiezan las batallas de machos por ganar un harén. El ganador se queda un año con ellas hasta que paren y otra vez a pelear. Por eso nos cruzamos con machos solitarios que no ganaron un grupo, o son muy jóvenes o muy adultos para pelear. Ellos también suelen hacer grupos. Yo he visto peleas muy duras con heridas, hasta que uno no puede más”.

Tras la ventanilla se suceden grupos de hasta 200 guanacos machos y algunos harenes. En tres horas aparecen acaso un millar.

Rastrear al puma

“Acá”, dice Facundo y detiene la camioneta en plena nada, en un lugar elegido no al azar. Si va a traer viajeros, viene un día antes a prospectar. Sabe que por aquí cerca, un puma carneó un guanaco hace dos días porque ayer vio a un cóndor y a su cría carroñando: tiene que haber un puma cerca. Suelen venir a la noche a comer; la presa dura varios días.

El puma caza por emboscada y en los cinco años que el guía lleva en la zona, lo ha visto atacar diez veces. Pero casi siempre el guanaco escapó: “le salta al cogote y como la mordida no se clava bien, se zafa y le vuelve a saltar. Pero el guanaco corre más que el puma, el cual pesa 130 kilos y se cansa”. En la noche sus garras son infalibles.

Foto: Facundo Epul

Ahora el plan es caminar, confiando en el saber racional combinado con un poco de intuición y de azar, el método de este guía. Ve rastros y prohíbe hablar. Se impone ir muy lento en fila india: “el puma nos va a escuchar y ver mucho antes que nosotros a él; si se asusta, se va”. Una hora y nada. Dos y tampoco. Para colmo, se pierden las huellas porque caminó sobre arena volcánica y el viento las ha borrado.

En lo alto dos cóndores vuelan en círculo sin aletear: remontan una corriente térmica. “Si no bajan es porque por acá anda el puma”, dice Facundo y busca con binoculares. Igual no lo ve. Al llegar a la cima de una ondulación, ya sin esperanza, aparece el rey de la Patagonia, al que nadie se le atreve salvo la bestia bípeda, de lejos y con rifle. Está a 100 metros echado en una ladera junto a un guanaco muerto. No se inmuta. Facundo los conoce bien: “nos ha clavado la mirada y no nos la quitará un instante”. Antes se iban después de un carneo porque sabían que venía el hombre y los mataba. Pero desde la creación del parque están perdiendo el miedo.

De repente, el guía susurra en éxtasis, como queriendo gritar: “¡Allá a la derecha, más lejos, hay otro!”. Quizá esté al acecho, por si el puma más cercano abandona la presa. La orden es no acercase. Al rato, el más alejado se pone de pie y camina en diagonal hacia el otro, lentamente. ¿Habrá lucha?

El supuesto intruso ya está a 10 metros de la presa y el cuidador sigue calmo: se ponen a jugar como gatitos. Trípode en tierra, comienza el festín fotográfico ya a 50 metros de los pumas.

El guía concluye que no son pareja porque los pumas no andan de a dos y estos pareciera que sí: “uno es más largo; creo que son madre e hijo, mirá como lo lame con la lengua”. Mates de por medio, cuenta que de chico él repetía mitos que se le han roto: “no es cierto que con cachorros te mata 100 ovejas para enseñarles a cazar”. Yo he estado días en campos de 7000 ovejas y nunca lo vi. Eso lo dicen dueños de campos que diabolizan al puma. Es imposible que puedan matar cien ovejas”.

Un cambio generacional

Para llegar a ver pumas se recomienda planificar tres salidas: Facundo los encuentra el 50 por ciento de las veces (se puede hacer base en la ciudad de Perito Moreno). En modo ya más reflexivo, dice que aspira a que no se cacen más pumas en las estancias.

--¿Tienen la opción de no matarlo?

--Sí, se están probando nuevas maneras para que convivan la fauna silvestre y la actividad ganadera, contratando mano de obra calificada para tener mejor manejo del campo y las ovejas; aprender a entrenar al perro protector que vive con las ovejas, que es diferente a un perro de arreo. Hay estancias que motivan a que se cace al puma y otras que no.

--¿Y podés entender al que lo sigue cazando?

--Sí, porque es cultural, pero hay un relevo generacional, estamos en un momento bisagra en que está cambiando la visión que se tenía de la fauna nativa. De a poco vuelve cierta mirada de los pueblos originarios, que vivían más respetuosamente con el entorno.