Bien puede decirse que ya se trata de un viejo conocido, que toda película suya es la oportunidad de comprobar si lo que decía y sostenía tiene actualidad. Y sí. Si así no fuera, no sería un autor. El cine de Aki Kaurismäki (El hombre sin pasado, El puerto, El otro lado de la esperanza) es fiel a sí mismo, consecuente con una manera personal de mirar y de entender el mundo. Cada vez más minimalista, cada vez más complejo. Y con las tesituras de siempre: el amor y la solidaridad como maneras de vencer obstáculos.
Con premios en Cannes y San Sebastián, Hojas de Otoño tuvo su première en la reciente edición del Festival de Cine de Mar del Plata. Ahora llega a la cartelera comercial, y se quiera o no, su presencia en pantalla no deja de ser un pleito al tipo de contenidos que la hegemonizan. Encontrarse con las imágenes del director finlandés es un sacudón visual, que arremete de manera sencilla y contundente contra cualquiera de los films de las salas contiguas. La contienda, en todo caso, la resolverá el espectador. Habrá quienes asistan porque se trata, justamente, de Kaurismäki, pero también quienes descubran su cine y queden, tal vez, un tanto desconcertados. En ese sentido, acceder a su poética es la puerta de ingreso a una obra tan personal como bella, así como a un diálogo de cariz sensible con la historia del cine.
Este diálogo no necesita de fechas o cronologías -para eso están los libros-, sino de la plasmación de un nuevo capítulo dentro de este mundo kaurismäkiano, donde personajes solitarios de gestos mínimos habitan casitas de barrios, pensiones, miran por ventanas húmedas, espían la noche y caminan los días. En su cine, y en Hojas de Otoño, la iconografía y el decorado, estoicos, brillan en el desgaste que el paso del tiempo les asesta. Así también los protagonistas, quienes persisten en lo que hacen, y si bien sufren, se dejan guiar por una confianza interna. Los imprevistos dificultan el cometido, las suertes de vida varían, hay quienes quedan relegados del brillo y las cunas de oro. Es con ellos y con ellas con quienes Kaurismäki crea su mundo inmenso. Con música de rock, de jukebox y radio, con canciones tradicionales, chanson francesa y tango (“Arrabal Amargo” en la voz de Gardel se escucha en este caso, ¿cómo no identificarse con los dilemas, dolores y alegrías, de Kaurismäki?).
En Hojas de Otoño los personajes son dos: él (Jussi Vatanen), de trabajos variables a causa de su alcoholismo; ella (Alma Pöysti), de trabajos variables por compartir comida con gente en situación de calle, que el supermercado le obliga a tirar a la basura. Aquí, tan noble el gesto, sus compañeras de trabajo se solidarizan, y ponen en evidencia la práctica vil de la empresa. (Kaurismäki, como Ken Loach, es un cineasta de la clase trabajadora). Esta sola escena, de diálogos justos y actuaciones mínimas, es esencial: porque responde a un modo de entender las relaciones sociales en su estructura económica, contra la que el cine de Kaurismäki se rebela. El sistema económico que el director denuncia es el que también procrea películas afines, que lo justifican; por eso, Hojas de Otoño es un pleito moral y estético con el cine contemporáneo.
Los avatares de la relación entre la pareja protagonista conocen distintos estadios: la merienda y el cine compartidos, el número de teléfono perdido, la cena, las contingencias. Sin contingencia, no hay vida; y Kaurismäki la filma, para ratificarse también como lo que es: cine. Por eso, así y todo, es pensable un final “feliz”. Por lo menos en un desenlace que coincida en la promesa de cierta felicidad. Para filmar así, para filmar a dos personas que se encuentran, Hojas de Otoño se apoya en el cine que ama, al que cita y, sobre todo, asume. En esa salita de cine donde la pareja coincide y luego se busca y espera -cuando no sepan cómo volver a encontrarse-, se reúnen los carteles de películas variadas, de distintas épocas y directores, con afición por Godard y, sobre todo, Bresson. Kaurismäki es discípulo de Bresson. Y de Tati, y de Keaton. Y a Chaplin le dedica, en su desenlace, la película.
Además, hay un gag cinéfilo que está al alcance de todos porque, sencillamente, el cine es (o debiera ser) socialista. Luego de ver la película compartida (en un diálogo de afinidades compartidas con otro gran director contemporáneo, a quien mejor descubrir en el film), dos espectadores dan su parecer al salir de la sala, en una apreciación quizás más “elaborada” pero no menos lúdica. En verdad, quienes mejor entienden la película son ella y él, por disfrutarla juntos, por hablarla desde la experiencia personal. La crítica de cine está al alcance de quien así lo quiera. El cine es de la gente, tal vez lo fue. Como sea, Hojas de Otoño ratifica al cine en su humanismo, en su proximidad cotidiana. Toda vez que en la película se prende una radio, se escuchan noticias de guerra en Ucrania. El horror está. Pero cuando dos personas se encuentran, todo puede cambiar.
Hojas de Otoño 9
(Kuolleet lehdet)
Finlandia/Alemania, 2023
Dirección y guion: Aki Kaurismäk.
Fotografía: Timo Salminen.
Montaje: Samu Heikkilä.
Intérpretes: Alma Pöysti, Jussi Vatanen, Martti Suosalo, Alina Tomnikov, Janne Hyytiäinen, Sakari Kuosmanen.
Duración: 81 minutos.
Distribuidora: Maco Cine.