Es evidente que mientras se escribe esta nota en la tarde dominguera, mensajes nerviosos y cargados de ansiedad se intercambian por las más variadas vías. La transición está a la vista y desde ahora sólo falta una semana para que asuman el gobierno los señores Milei y Macri, y el campo está, si no minado, polvoriento y movedizo, acaso cenagoso.
El primero de esos dos señores fue elegido presidente por 14.476.462 personas, o sea alrededor de un 55 por ciento del electorado nacional. O sea cerca de la mitad de los 30 millones de argentinos/as que acudieron a las urnas. O sea la mitad mayor, que es presumible que votó desde la bronca, el resentimiento, el hartazgo y el fastidio por la conducción ambigua, y también el hambre, el miedo, la ilusión pequeña o grande, y, en general, la convicción manipulada por el eficientísimo sistema mentimediático que desde hace años gobierna extraoficialmente a este país.
Y en cuanto al segundo, es claro que ni fue elegido ni recibió voto alguno. Pero, como es sabido y es vox pópuli, desde que salió de la Casa Rosada a finales de 2019, primero pareció haber estado descansando y viajando por el mundo —donde algunos chismes dicen que se consagró patrón del fútbol mundial y campeón de bridge— y ahora, regresando al país natal sin agobios ni penurias, parece retomar con absoluta facilidad y naturalidad, y a despecho de juridicidades, lo que se le antoja. Y lo que se le antojó ahora fue el poder. El de a de veras. Y como así de rara y permisiva es la política argentina, sin ningún voto a su favor en las recientes elecciones, de pronto este hombre apareció —como rezaba el título de un original y hoy olvidado film argentino— con "las últimas imágenes del naufragio".
Donde al igual que en medio de las borrascas y aguaceros de esa cinta, con asombrosa habilidad y luciendo su paradigmática y falsa sonrisa bajo calabreses ojos celestes, supo hacer los secretos pases de magia necesarios para, sin charlatanerías ni exposición al aire libre, dar vuelta la taba, como decían los viejos criollos pampeanos, y logró imponer sus artes y condiciones desde las sombras. Con las cuales, y como por renovado pase de magia, descalabró en minutos la ridícula gritonería, la motosiérrica retórica y la payasesca teatralización del candidato elegido por aquellas 14.476.462 personas que lo votaron y ahora capaz que se preguntan si no será que votaron absolutamente otra cosa. O no se preguntan nada, ya vomitado el odio insensato.
Claro que esto es la Argentina, y hoy en el mundo entero, que no es argentino, la gente en todas las culturas e idiomas se muestra sorprendida. Ni Houdini hace siglo y medio habría logrado tan asombroso espectáculo y quién sabe mediante qué argumentaciones, qué trucos, advertencias o incluso qué improbables amenazas el trotamundos ojiazulino habrá sabido hacerlo.
Por eso en estos días, la última semana, se conocieron tantos y tan innumerables nombramientos funcionariales que —a fuer de sinceridad— no los hubiera esperado ni Mandinga revivido. Pero esto es la Argentina y entonces ya se sabe, aunque siempre cabe reiterarlo, que aquí todo lo que puede ser abstruso y engañoso, o si se prefiere anómalo y perverso, es perfectamente posible. E incluso, si las cosas no tienen coherencia no hay por qué preocuparse, porque de seguro —aquí— rapidito se la inventa. O sea.
Y a la par, lo que también empezó a verse esta semana fue el disgusto de sectores democráticos, populistas más, populistas menos, que repudiaron a presuntos votantes del flamante presidente porque, como circuló en un posteo virtual, "tuvieron huevos para gritarle chorra a Ella mientras pagaban la luz, el gas, el agua y el transporte subsidiados".
Y el reproche no se detuvo ahí porque además, se dijo y escribió, "tuvieron huevos para decirle corrupta y gritar que la metan presa mientras se iban de vacaciones o arreglaban sus casas y los más viejos recibían dos aumentos anuales por ley en la jubilación y media docena de remedios gratis". Con lo que en este país parecen haberse inaugurado nuevas maneras de denigrar, calumniar y odiar sin culpas ni remordimientos, o sea cretina y estúpidamente.
Lo que parece claro es que en todo este contexto quedarán para un mejor futuro —si es que lo hay— las reparaciones y reencuentros que en estos días parecen imposibles. Aunque son siempre necesarios. Esas pequeñas diferencias, se diría, son parte del vocablo "democracia", que en el País de Nomeacuerdo se desnaturalizó cuando la política abandonó su esencia igualitarista y dejó paso a decisiones excluyentes que ahora sí, y aunque duela, dejarán en pelotas a millones de personas.
Como debe ser y algún día será, también en este país mejorará la enorme responsabilidad de gobernar. Pero mientras tanto las conducciones disparatadas, antisoberanistas y frívolas, seguramente tolerantes a corruptelas y ahora racistas, protoviolentas y de retóricas cavernarias seguirán impidiendo augurar nada bueno.
Dicho en términos más concretos, quizás ya sería hora de crecer como Nación. Y en particular el pueblo peronista y el pueblo radical. Para que el pueblo democrático en general se dé cuenta solito y de una vez, como quizás en estas horas empieza a darse cuenta, de que los liderazgos son necesarios pero con sólo liderazgos no alcanza, porque la democracia suele exigir otras cosas que se llaman Valores.
Lo anterior para decir que las alianzas de última hora, con candidatos incompletos, a la postre perdidosas, deberian dejar enseñanzas, que son mejores que las puteadas y facturas inútiles que en política casi nadie paga. Esta columna cree, seriamente, que no tiene sentido seguir chillando ni acusando a los propios, porque eso siempre debilita en lugar de fortalecer. Si un pueblo se queda sin conducción lo que corresponde es terminar rápido el duelo y ocuparnos de lo grande y lo importante: esto es, recuperar el campo popular y depurarse para ser representativos de los laburantes, los esforzados, los patriotas.Y así llegar a un radicalismo que reencuentre la mejor esencia de Don Hipólito, de Arturo Illlia y de Alfonsín. Y a un peronismo que recupere lo mejor de la doctrina y la memoria nacional, justa, libre y soberana, de Perón y Evita.
Somos más útiles proponiendo horizontes de recuperación de soberanía, de dignidad, de historia verdadera. Por eso aquí es hora de aceptar que también el pueblo está confundido y enojado consigo mismo, porque metió la pata y escupió su propio asado. No podemos pretender que ahora las masas se autocritiquen, no lo van a hacer. No en lo inmediato. Y también por eso para la recuperación hay que contribuir con ideas nuevas, propuestas y acciones que entusiasmen. Y nuevos liderazgos, sin ninguna duda. Y entonces ser opositores lúcidos al gobierno de porquería que todo indica que se nos viene encima.
No hace falta inventar mártires, como no tiene sentido el resentimiento político. Mejor apostar a que los pueblos siempre se dan cuenta de la catadura de sus dirigencias. Por eso el respeto, la Paz y la Democracia imponen el deber de ser originales, serios y amorosos con la Patria. Aquí va siendo hora. O el naufragio será interminable.
¿Que este texto es muy idealista? Cierto, pero... ¿alguien tiene algo mejor, aquí y ahora, para ofrecer?