La violencia económica es una de las tantas formas de violencia que se ejerce contra las mujeres. La cuota alimentaria sigue siendo una zona brumosa donde los montos, los tiempos de pagos e incluso la efectivización de la misma se ve sujeta a la arbitrariedad de la justicia.
La problemática de la cuota alimentaria debe ser leída y entendida como la perpetuación de la organización familiar, que tiene como lineamiento histórico y figura estructural la conformación del macho como único proveedor. Figura que resiste, incluso, la propuesta innovadora de la modernidad, que intentó re-organizar la estructura familiar a través de la incorporación masiva de las mujeres al mundo del trabajo. Pues lo que presenciamos hoy, bajo nuevos tiempos y nuevas instituciones, es que son las mujeres quienes se encuentran a cargo de las tareas y responsabilidades, tanto económicas como afectivas, de los hijos, hijas y de los adultos mayores.
Las ausencias, presencias y responsabilidades de los hombres se manifiestan y cristalizan muchas veces a través de las tretas del lenguaje, así aparece la palabra “ayuda” cuando el varón aporta dinero para su hogar (del que puede formar parte o no), así como también cuando ejerce prácticas vinculadas a las tareas cotidianas. La palabra ayuda lo coloca en una posición cercana al héroe, cuando no es más que parte de sus responsabilidades como padre y como miembro adulto de una organización familiar. En estos casos la “ayuda” no es más que una tergiversación de la vida familiar, un salvoconducto a las prácticas cotidianas del varón.
En los casos de divorcio o separación, la cuota alimentaria tampoco es una manifestación de buena predisposición, sino que constituye una responsabilidad más de una persona que forma parte de la organización familiar, de modo que la cuota debe ser aportada no bajo gritos, bravatas y peleas sino como la materialización de la responsabilidad vinculada a la crianza de la criatura.
La expresión “cuota alimentaria” es una manera de distorsionar la responsabilidad de los hombres en las organizaciones familiares. Cuando se trata de una cuota alimentaria en un matrimonio, en un pareja que se ha separado, los intervinientes son los abogados; a partir de entonces la situación queda en manos de la justicia, y las mujeres que tienen que cobrar una cuota alimentaria --porque así lo ha dispuesto el juez-- deben recurrir habitualmente a quejas y reclamos porque el compañero que ya dejó de ser un compañero y es el padre de sus hijos, no cumple con esa cuota alimentaria y es preciso rogarle mensualmente que se haga responsable de lo que corresponde.
Por algún motivo hablar de cuota alimentaria es hablar de conflicto, que en realidad podemos sugerir se trata de una especie de “constipación económica” que padecen muchos hombres, porque cuando se trata de soltar lo que ellos creen que es propiedad no consiguen hacerlo con el ritmo y en la fecha correspondiente. Cuando alguien avanza con la expresión cuota alimentaria es porque detrás hay una mujer que ha tenido que acudir a la justicia para que el hombre con el que tuvo un hijo se haga cargo de pagar los gastos que le significan la crianza.
El varón necesita la presencia de una mujer que le ruega, le implora, se somete, se humilla, eso es lo que precisa el varón cuando se niega o se resiste a pagar lo debido en la cuota alimentaria. En realidad lo que precisa el varón es gozar con el sometimiento de la mujer, gozar con ver a esta mujer dependiendo del recurso, de los abogados, pasando malos ratos que son los que corresponden al hecho de tener que rogar, solicitar de manera humillante todos los meses que se le pague lo que se tiene que pagar. Esta es una característica que nos permitiría hacer un estudio muy significativo de las modalidades masculinas, aunque no es el caso en este momento, en el cual señalamos la sensación de omnipotencia, de poder, que siente ese varón que necesita sentir que alguien está bajo sus pies. Bajo su estricta dependencia.
Este tema daría para muchas horas de comentarios, sobre todo de explicitaciones psicológicas acerca de movimientos entre los hombres y las mujeres cuando han tenido hijos, cuando se han amado como para conformar una familia y esto se ha terminado- porque lo que hay detrás de la dificultad de la cuota alimentaria es la negativa del varón a dar una parte de sí, la que corresponde a su esfuerzo en el trabajo, ya que esa mujer no le merece los afectos, no le merece los sentimientos que en otro momento tuvo, y en consecuencia como la relación se terminó... también se terminó el dinero.
Y aquí nuevamente emerge una cuestión fundamental, que es transversal a todo lo vinculado con las violencias de género, y tiene que ver con la educación. Es menester, para corregir este tipo de prácticas y conductas, que los varones sean educados e informados acerca de sus deberes y responsabilidades, tanto económicas, como afectivas para con su familia.
La educación con perspectiva de género es un eje fundamental para comenzar a modificar prácticas que tienen sus orígenes en la cultura patriarcal, que instaló que el varón dispone de su dinero para necesidades, consumos y distracciones propias, desatendiendo las responsabilidades asumidas cuando se conforma una familia. La organización familiar así como las responsabilidades de los adultos que decidieron conformarla persisten a pesar de abandonar prácticas convencionales o amorosas.