Antes de Nyad, la película que acaba de estrenarse en Netflix sobre la hazaña realizada en aguas abiertas por Diana Nyad, los directores Elizabeth Chai Vasarhelyi y Jimmy Chin habían filmado Free Solo, un documental fabuloso que sigue al escalador Alex Honnold en su preparación para llevar a cabo la escalada de El Capitán, una pared lisa de granito de casi mil metros de altura que descansa dentro del parque nacional Yosemite, considerada una de las más difíciles para escalar. Honnold escaló El Capitán sin arneses, ni cuerdas, ni ningún método de seguridad, ni para ayudar a la subida, ni para evitar la caída. Honnold tan solo contaba con la fuerza de su cuerpo, su capacidad para trepar y un poco de talco en los dedos para montar a pelo esa muralla sin resbalar.
Si Free Solo es la hazaña para medirse con la naturaleza de forma vertical, Nyad se mide con la naturaleza de forma horizontal, a fuerza de brazadas para atravesar el más grande y veloz cuerpo de agua del planeta, el implacable estrecho de Florida. En un diálogo de Nyad, esta película con trazos documentales, el capitán del barco que acompaña a Diana Nyad, la nadadora que quiere batir el récord de nadar desde La Habana a Florida, le hace sacar la lengua en el medio del mar y le pregunta a qué sabe: “¿A sal?”, arriesga Nyad; no, “sabe a arena del Sahara que está a 11000 kilómetros de aquí, por lo que si nos equivocamos un mínimo en calcular las corrientes para que puedas hacerlo, en un instante terminás en la otra punta de donde estás”.
Lo sublime
El temple necesario para enfrentar de forma salvaje la naturaleza extrema requiere cruzar el umbral de la megalomanía pero también exige - hoy lo llamaríamos neurodiversidad - una entrega del cuerpo y de la cabeza tan particular y fascinante como inútil. Lo sublime que habita en las conquistas de Honnold y Nyad es que no sirven absolutamente para nada y al mismo tiempo nos permiten acceder por un momento -como los escritores y los religiosos- a un tipo de misterio que es mejor no revelar en su totalidad.
Diana Nyad intentó, a los veintiocho años, cruzar el estrecho pero finalmente lo consiguió a los sesenta y cuatro años. Los primeros cuatro intentos de esta etapa sexagenaria fueron un fracaso, sea porque las corrientes marinas cambiaron durante el trayecto, sea porque la picó una cubomedusa que casi le provoca la muerte. El primero fue en 2010 y el último y finalmente consagratorio, el 2 de septiembre de 2013 con Nyad arrastrándose a tierra firme en Key West, sin fuerzas, con la mirada excitada y perdida, intoxicada de agua salada y con la cara, la lengua y la boca hinchadas.
Quizá porque el complejo de superioridad de Nyad -que ella misma reconoce y defiende- se parece bastante a un martirio, es que la película nos muestra todos los fracasos y reveses, todas las formas en que todo salió mal hasta que finalmente salió bien. El logro de Diana Nyad, que entendió que su destino era vivir dando brazadas en aguas abiertas -su padre le enseñó que su apellido Nyad viene de Náyade, ninfa de agua- consistió en recorrer 177 kilómetros sin asistencia, dando más de 250000 brazadas en casi sesenta horas. Lo hizo sin una jaula para aislar tiburones; asimilando alimento por medio de una manguera y usando un traje y una máscara con acrílico en la boca para evitar que la volviera a picar una medusa.
The L word sexagenario
Lo expresado hasta acá podría ser suficiente para despertar una dosis mínima de curiosidad por esta película, pero a este árbol de navidad le faltan las esferas más rutilantes porque está protagonizada por Anette Bening en el papel de Nyad, y Jodie Foster, que hace de su amiga y entrenadora Bonnie Stoll. Las dos son lesbianas, en la película al menos, aunque sabemos que Jodie Foster lo es afuera también y que Benning representó bastante bien el papel anteriormente en All the kids all right, dirigida por Lisa Cholodenko.
Más allá de lo increíblemente verosímiles que son Bening y Foster como la nadadora quisquillosa y su amiga incondicional y franca, si algo deja crepitando esta película es la forma en la que captura una amistad de décadas -una especie de The L Word sexagenario- de forma concisa y minimalista. Lógicamente disponer de Benning y de Foster para esta pieza fílmica es ya empezar ganando desde antes de poner play, pero afortunadamente esta ebullición de nombres no es pura espuma, el rendimiento de las dos actrices es descomunal.
Jodie Foster, en el rol de la amiga que hace tiempo le perdonó los defectos a la otra, está en un momento altísimo de belleza, y todo el uniforme tácito de lesbiana madura -el reloj deportivo, su lealtad, un perro amado y dos brazos que parecen columnas dóricas- no puede quedarle mejor. Tanto ella como Benning demuestran en esta película algo que sabemos pero que es deseable no olvidarlo demasiado: que la belleza es aura y es certeza, es saber quien sos y qué lugar ocupás.
En el caso de Bening, más allá de una actuación en donde se ve la mano invisible de la obsesión, lo que hipnotiza es la administración de la manía del personaje por convencer a los demás a que se suban a su proyecto delirante, cruzando muchas veces el umbral de la miseria y viviendo en un casi permanente eclipse de humildad y registro de la vida de los demás.
Dicho de forma más sencilla: Bening (Nyad) es un personaje desafiante para los espectadores, porque el desprecio para con los demás es un peligro para generar cercanía, sin embargo Bening (actriz) logra no sólo no cruzar el límite de la villanía sino que consigue ser una protagonista que justifica su megalomanía. No es que Nyad sea malvada, parece decirnos la película, simplemente no estamos todavía demasiado acostumbrados a aplaudir a una mujer con una ambición tan resolutiva. Tampoco es que Nyad sea mala, es que atreverse a nadar sin una jaula protectora que la aísle de tiburones no parece ser algo propio de una persona mansa.
“Es una frase muy famosa”, responde Bonnie (Foster) cuando Diana (Bening) le pregunta sorprendida si conoce a Mary Oliver. La frase muy famosa: “Dime, ¿qué piensas hacer / con tu única, salvaje y preciosa vida?” es la que se le mete en la cabeza a Nyad a los sesenta años para volver a buscar ese sueño perdido, cruzar las aguas entre dos países prohibidos, Cuba y Estados Unidos. ¿Habrá sido así, habrán sido esos versos de Oliver el tiro de salida para que Nyad vaya por ese sueño incumplido de los veintiocho años? No importa, hay una justicia poética, valga la redundancia, en mezclar poesía y deportes extremos. En definitiva, ambas prácticas, como decía más arriba, creo que buscan algo parecido. Lo vuelvo a decir: buscan acceder a un misterio que no es conveniente revelar en su totalidad, porque de hacerlo, poetas y aventureros, se volverían irrelevantes.