La economía llegará a las elecciones en plena primavera, literalmente. Los datos a julio mostraron un crecimiento del 2,1 por ciento en la actividad, del 1,7 en el empleo y del 1,4 en la producción industrial (hasta agosto). No son para saltar en una pata, pero suficientes para crear un clima mediático de bonanza. Tras el desplome inducido en 2016, el trabajo sucio realizado por Alfonso Prat-Gay, ninguno de los datos de 2017 sale bien parado respecto de 2015, situación que da lugar a la muletilla opositora del “rebote estadístico”. Tal rebote existe. Se trata de un fenómeno propio de los ciclos económicos vinculado a la comparación contra bases interanuales deprimidas, pero de ninguna manera la comprensión del presente puede agotarse en este fenómeno de patas cortas.
Durante el primer año largo de la actual gestión la oposición también presumió que el gobierno aplicaba una política económica equivocada que llevaba a resultados que no eran los esperados, es decir que estaba inmerso en una suerte de “ceguera ortodoxa”. La secuencia era mala teoría, entonces malos resultados. Sin embargo, resulta evidente que no es así, que ninguna medida aplicada se encuentra escindida del control de sus fines. Nada de lo que sucede es resultado del error, más allá de que el propio oficialismo por momentos atribuya a equivocaciones los excesos transitorios en su velocidad de avance, como ocurrió por ejemplo con los aumentos tarifarios. El gobierno conduce, con plena conciencia de causas y efectos, un modelo de desarrollo y, por extensión, una forma de inserción en el mundo y en la división internacional del trabajo, que implica una transformación estructural de la economía, con ganadores y perdedores.
Es necesario repetirlo para entender lo que sucede. El “veranito preelectoral” que hoy se vive es el resultado de decisiones gubernamentales. La administración que en el discurso exalta la necesidad de promover condiciones favorables por el lado de la oferta, los objetivos ideológico–pecuniarios de bajar los costos de producción por el lado de los salarios y los impuestos, eso que eufemísticamente se denomina generar un buen “clima de negocios”, sabe que la única forma de que la economía crezca es impulsando la demanda, cosa que hizo calculadamente para llegar con buenos números a las elecciones de medio término, brindando los elementos indispensables para que el aparato mediático paraoficialista pueda construir un escenario de optimismo. Sin embargo, la misma naturaleza de las transformaciones y sus resultados permiten prever que el impulso a la demanda comenzará a diluirse rápidamente después de las elecciones.
La pregunta, entonces, es cuáles son los componentes por el lado de la demanda que impulsaron transitoriamente el Producto. En una primera aproximación es posible identificar rápidamente, en orden de importancia: la obra pública, la entrada en vigencia de las recomposiciones salariales de las paritarias, el crédito al consumo, la postergación de los aumentos tarifarios, el consumo de bienes suntuarios, con alto componente importado, y el efecto riqueza de la fiesta financiera del endeudamiento interno.
Por su propia naturaleza, sobre el final del año parte de estos componentes comenzarán a desaparecer, especialmente los que inciden sobre el Consumo, que a pesar de recuperare en el tercer trimestre respecto del segundo, se encuentra todavía 4,1 por ciento abajo del pico del cuarto trimestre de 2015, según la medición del ITE-Fundación Germán Abdala. El efecto paritarias es estacional, y si bien tiene incidencia en el ciclo los ajustes salariales, desde diciembre de 2015 se mantienen por debajo de la inflación. La demonización iniciada contra el movimiento obrero, la reforma laboral en gateras y el anuncio de una inflación irreal para un año en el que seguirán los ajustes de los precios relativos permiten prever una continuidad regresiva en materia de distribución del ingreso. A ello se sumará el impacto de las tarifas, no solamente porque ya se anunciaron nuevos aumentos post octubre, sino porque se pospuso el pago de los consumos invernales de gas, que se abonarán en cuatro cuotas, siempre después de las elecciones. Los estrategas de campaña de Cambiemos parecen tener muy claro que el votante medio no politizado, es decir el que está en disputa, no calcula a mediano plazo, sino que se conduce por sus sensaciones inmediatas. Irá a votar sin el peso del principal servicio sobre su bolsillo del mes. A esto se habrá sumado en las clases medias el escapismo transitorio del crédito al consumo, que llegó incluso a los jubilados. Los gastos con tarjeta de crédito vuelan, pero el proceso de endeudamiento tiene un límite, no podrá seguir desconectado de los ingresos reales indefinidamente, aunque probablemente dé lugar a la reaparición de un fenómeno típico de la última década del siglo XX, el “voto cuota”. También fue el aumento del crédito hipotecario el que dinamizó el mercado inmobiliario, aunque su efecto sobre la actividad de la construcción no es pleno, ya que a diferencia de la vieja metodología del ProCreAr, no se destina solamente a unidades nuevas. También impulsa la compra de unidades usadas y con ello sus precios. Los créditos prendarios, en tanto, explican parte de la recuperación de las ventas de autos, una demanda que se completa con el efecto riqueza de los ganadores del modelo y que se refleja en la recuperación parcial de la producción automotriz.
Sintetizando, de los componentes iniciales con seguridad quedarán sólo dos, la continuidad de la obra pública y el consumo suntuario. El Presupuesto 2018 no brinda especiales esperanzas para la primera ya que la inversión pública se mantendrá en el 1,9 por ciento del PIB. Las dudas, que serán despejadas por el resultado electoral, residen en la velocidad que se imprimirá a los “ajustes pendientes”, es decir en cómo las reformas laboral, fiscal y previsional preanunciadas impactarán sobre los ingresos de las mayorías. El escenario de fondo, en tanto, sigue siendo el de siempre, la profundización de la dependencia con la entrada de capitales en un marco de déficit estructural de la cuenta corriente y un mercado laboral en descomposición, con aumento persistente de precarización y el monotributismo.