“Argentina es una sociedad cruzada por un conflicto distributivo”, señaló Pablo Gerchunoff en una reciente entrevista. “Hay un conflicto muy tenso entre una Argentina que quiere incorporarse a la globalización y un bloque social que no tiene fuerza para proponer un patrón de crecimiento distinto pero sí para impugnar el camino de la modernización”, detalla el ex funcionario de Raúl Alfonsín y de Fernando de la Rúa. “El kirchnerismo fue, desde el punto de vista económico, una reacción anacrónica frente a una reforma fallida, que quebró en diciembre de 2001. Fue un regreso  a un pensamiento que puso que en el centro del crecimiento económico estaba la vieja industria. El macrismo es un tercer intento de modernización, un tercer intento de reforma e ingreso pleno a la globalización. Yo veo el riesgo de que Cambiemos pierda esa batalla, porque si la perdió un gobierno militar con todo el poder en el 76-83 y la perdió un poder democrático con mayorías parlamentarias como fue Carlos Menem en los años 90”, se atemoriza el macrista Gerchunoff.  

El intelectual de Cambiemos tiene la virtud de interpretar la grieta que divide a los argentinos en términos de un “conflicto distributivo” que se define en el marco de dos proyecto de país. Un mérito frente a quienes explican nuestras divisiones como un conflicto entre “vagos que quieren vivir del Estado” y “meritócratas con espíritu emprendedor” o “corruptos y mafiosos” versus “honestos y republicanos”. Sin embargo se le escapa el banderín ideológico cuando asumiéndose poseedor de la brújula de la historia, define al proyecto liberal–primario concentrador del ingreso en una oligarquía social como “moderno” y al nacional–industrial que redistribuye la renta como “anacrónico”. Dos siglos de contrapuntos entre ambos proyectos de país, en un mundo donde la globalización se ve jaqueada por la reacción nacionalista de las “viejas” potencias, exigirían una mayor prudencia intelectual.

Es cierto que el proyecto industrialista enfrenta enormes dificultades que van de las históricas de dependencia cultural en las pautas de consumo, retraso relativo en materia tecnológica, ausencia de burguesía con vocación, faltantes de energía y otros insumos, hasta la más moderna competencia de productos asiáticos que combinan tecnología de punta con pre-histórica explotación laboral y escalas globales que vuelven utópico cualquier intento de competitividad. Esas dificultades que se condensan en la restricción externa merecen un debate profundo sobre la matriz productiva en que debe descansar el proyecto nacional y popular. 

Pero de tanto ver la paja en el ojo ajeno, a Gerchunoff se le escapa la viga en el propio. El proyecto liberal no sólo es impugnado por la fuerte concentración del ingreso que tiende a generar, sino que también se mostró limitado a la hora de proponer un patrón de acumulación viable. La crisis de hiper-endeudamiento de la última dictadura acompañada de hiper-desocupación durante la convertibilidad, llevaron a nuestra nación a ser calificada como “inviable”. El actual proceso de endeudamiento no da señales de que este “tercer intento” conduzca a mejor puerto.

@AndresAsiain