Existe, en términos generales, consenso internacional alrededor de las condiciones específicas que un museo o galería debe tener para preservar en óptimas condiciones una obra de arte. Condiciones que –sin entrar en mayores detalles respecto a la filtración de aire o los niveles de iluminaciones– incluyen una temperatura promedio de 20 grados y una humedad estimada del 50 por ciento. Empero, ¿qué pasaría si estos ambientes altamente controlados estuvieran fuera de control? Específicamente: ¿qué sucedería con algunos de los cuadros más icónicos del globo si –corte de luz o error humano mediante– alguien apagara el aire acondicionado? Y en verano, colmo de la desesperación. Tal es el interrogante que se propone responder Hot Art Exhibition, reciente serie del diseñador multidisciplinario Alper Dostal, que vive en Viena, Austria. Claro que, en honor a la efectividad, apuesta el muchacho a la exageración con imágenes de pinturas lisa y llanamente derretidas. “Arte + verano - aires acondicionado”, reza la ecuación que oficia de sucinta explicación para su fatalista propuesta. Una premisa tan absurda como sus peculiares resultados. Y es que El grito de Edvard Munch, El hijo del hombre de Magritte, El Guernica de Picasso, La persistencia de la memoria de Salvador Dalí o La noche estrellada de Van Gogh acaban como hielitos al sol. Goteando, goteando, goteando. Y los visitantes, vale suponer, corriendo a buscar asilo de las altas temperaturas lejos de los museos, donde ningún despistado haya apagado el aire acondicionado.