A 40 años del retorno de la democracia, podría pensarse que el contexto actual difiere considerablemente de las expectativas iniciales. La avanzada neoliberal en el país (y en el mundo) cuestiona diversas certezas que se han construido colectivamente a lo largo de los años. Resulta sorprendente observar cómo, durante las elecciones, no cesaron de surgir posturas antidemocráticas e, incluso peor aún, algunas que podrían calificarse como despreciables, como el resurgimiento del negacionismo. Este escenario podría asemejarse a una trama de ciencia ficción, pero etiquetarlo de esa manera sería minimizar su relevancia en el ámbito de lo real. 

Han transcurrido cuatro décadas desde la restauración de la democracia, y, lamentablemente, persisten eventos aborrecibles y condenables. A pesar del tiempo transcurrido, persisten muchas deudas pendientes. Es esto lo que nos invita a sostener que la democracia debe ser inclusiva y abarcadora, porque aún queda mucho por construir. En medio del resurgimiento de nuevas (y antiguas) formas de autoritarismo, resulta esencial, siguiendo las palabras de Chantal Mouffe, "construir la frontera política de una manera que profundice la democracia en lugar de limitarla".

¿Quién le teme a la historia?

En este contexto de avanzada neoliberal y de derecha, resulta imperioso poder hacer memoria. En estos 40 años se ha trabajado incansablemente en la memoria como una forma precisa de construir nociones comunes, afectos comunes que nos permiten enlazarnos en colectividades plurales. El trabajo sobre la memoria nunca es demasiado; no es algo que deba escatimarse. Al contrario, es la memoria lo que tracciona para no olvidar a quienes dieron la vida por construir un mundo habitable para todxs. 

Quizás sea esa la razón por la cual quienes proclaman tener la llave para la salvación temen tanto a la memoria. Le temen porque nos hace cuestionar y nos invita a indagar dónde estaban, qué hacían y qué dejaron de hacer cuando ocurría el horror de la dictadura. La memoria duele a quienes no buscan reconocer un pasado que les avergüenza o un pasado que hoy, a 40 años, no les sirve en términos publicitarios. Por eso, hacer memoria es crucial, nos implica (en la definición que sostiene que implicarse es “hacer que alguien se vea enredado o comprometido en un asunto”) con el pasado, con el presente y el porvenir.

Aquí deseo profundizar en la singularidad de nuestro pueblo travesti, explorando cómo la democracia, en su marco conceptual, simbólico y epistémico, nos proporciona un punto de apoyo desde el cual disputar los espacios de poder, representación y los marcos legales. Sabemos bien las deudas que nos aquejan en la democracia, pero la defendemos con todo nuestro cuerpo, la profundizamos con nuestra implicancia política, la sostenemos con la militancia y el trabajo territorial cotidiano. En la publicación del libro Bitácora Travesti Trans Latinoamericana del Palais de Glace se lee un párrafo, dentro de una conversación entre activistas travestis, donde Marlene Wayar sostiene:

Aquí volvemos a ver la cicatriz que deja en un cuerpo colectivo que (y como tal) por colectivo es esquivo a mostrarse. Una cicatriz de ausencia sensorial, de una huella no mnémica sino de olvido. Las jóvenes no sólo desconocen lo previo producido sino que desconocen la vida de las viejas a la edad con que ellas cuentan y las formas en que murieron las que ya no están o siquiera por qué son tan pocas las viejas que conocen. La muerte produce permanentemente olvido y desmemoria, quiebra el siempre frágil filtrado generacional de un grupo cultural comunitario que sigue dependiendo de la estrategia de lo oral para pasarse la propia historia en un mundo cada vez más bombardeado por discursos efímeros y producidos a alta velocidad. Y tal vez por ello definieron que debían hablar las viejas para que los huesos de las palabras no se pierdan entre la marasma social sino que continúen activamente alimentando ese cuerpo social, queremos saber nuestro deseo.

En este fragmento resulta evidente la deuda de la democracia para con la población travesti, pero eso no significa desmantelar un régimen de representación sino buscar la forma de ahondar en su profundización. Este esfuerzo se ha llevado a cabo a lo largo de los años, desde las primeras marchas del orgullo encabezadas por travestis y trans, pasando por avances legislativos en la ampliación de derechos, hasta la constante defensa de esos derechos por parte de compañeras, compañeros y compañerxs travestis-trans en todo el territorio argentino. El ejercicio de la memoria para nuestra comunidad resulta un trabajo comparable al de arañas, hilanderas y tejedoras que cuidan que cada uno de los hilos de la red conserve su lugar en el tejido colectivo para poder construir esta democracia y hacerla cada vez más extensiva. Como sostiene Fernando Deligny: “no ha hecho falta entonces imaginar una práctica que permita a lo arácnido no solamente existir, sino persistir (...)”.

Antes y después de la ley de Identidad de Género

Para el colectivo travesti-trans, la democracia, en términos de participación de los comicios, “comenzó” en el año 2012 con la Ley de Identidad de Género como una avanzada en el mundo, que reconocía un marco de acceso al DNI con el nombre propio (autopercibido). Pero así como se pone en evidencia con la práctica histórica de nuestro movimiento, hacer democracia es hacer militancia política, es construir con otrxs y para otrxs. No por nada Hannah Arendt sostenía que la democracia era “el más charlatán de todos los cuerpos políticos”. La democracia resulta así uno de los sistemas por excelencia que pregona el diálogo, el disenso, la construcción colectiva, el desacuerdo y la búsqueda de lo común.

A 40 años de democracia resulta imperioso destacar la memoria travesti, la democracia travesti, en un contexto saturado de imágenes, comentarios e información sobre el olvido, la condena y el retorno a todos esos momentos de oprobio para un pueblo. Cuatro décadas resulta mucho tiempo para aquellas generaciones que no vivieron la desolación de la dictadura, quizás por esa razón nos atiborran con comentarios negacionistas. 

Desconfío de la idea de tener que "vivir algo" para poder empatizar con lo sucedido; desconfío de la noción de que el pueblo se haya derechizado. A pesar de los eslóganes de exterminio utilizados en campañas, hoy el pueblo comprende que hay derechos innegociables, y que ciertas contingencias son posibles siempre y cuando no se anule la existencia de lxs demás. 

El pueblo entiende hoy que la democracia no tiene límites de escasez para los derechos, que la democracia se profundiza a diario y que buscaremos construir una voluntad colectiva que sea transversal y plural. Como señala Pali Grosso en relación con la democracia y lo travesti-trans: "Para mí, democracia y vida travesti, trans, no binaria es la disputa por hacer inteligible (no para otros, sino para nosotros mismos) nuestra propia vida. Y creer en ella, animarse a ir por ella, y cuidar muchísimo a quienes te hacen sentir cuidado, querido y acompañado en esa travesía tan a contrapelo".